SALINAS DE AÑANA

   Salinas de Añana, pequeño pueblo alavés, no es conocido por sí mismo; pero sus salinas explotadas desde tiempo inmemorial le prestaron nombre y le dieron riqueza, y constituye uno de esos parajes cuyo aspecto se debe a la mano del hombre. Documentadas desde el siglo IX, se sabe que ya los romanos las explotaron, usando un sistema de terrazas similar al actual. Están formadas por una sucesión casi interminable de pequeñas balsas, llamadas eras, construidas sobre terrazas artificiales, formando pisos que se sustentan sobre columnas de madera, siguiendo la pendiente que imponen los cerros hasta cubrirlos totalmente con dichas construcciones. 


















   En el momento de mayor esplendor su número alcanzó las cinco mil, que eran rellenadas con el caudal de varios manantiales de agua salada muy próxima a la saturación. Los excesivos costes y la competencia de las salinas costeras supuso su abandono hacía la mitad del siglo XX. Hoy, y desde hace unos pocos años, tras varios lustros de abandono, recuperan su esplendor y son objeto de explotación comercial y curiosidad turística.
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CANFRANC. TORRE DE FUSILEROS

  Comenzada a construir según el proyecto del capitán de ingenieros don José San Gil, aprobado por Real Orden de 19 de marzo de 1878, no estuvo sola al principio, pero su compañera fue derruida en 1910 durante las obras para abrir el túnel ferroviario de Canfranc.

   La torre, con varias dependencias interiores distribuidas entre sus tres plantas, destinada a albergar una pequeña guarnición de veinticinco soldados, y un patio interior, estaba rodeada por un foso defensivo, con puente levadizo en su entrada, que aún se conserva.

















    Varias filas de aspilleras se abren entre los sillares con los que está construida la torre, destinadas al propósito defensivo para el que fue levantada, defender el paso a la altura de Canfranc, de una hipotética invasión francesa, que nunca se produjo; pero quizás la mayor batalla que la peculiar torre tuvo que afrontar sucedió hacia 1990 cuando con ocasión de la ampliación de la carretera que pasa a sus pies, se pensó en desmontarla y, piedra a piedra, reconstruirla en Jaca. La oposición del pueblo de Canfranc logró impedirlo y hoy, restaurada y esplendorosa, se halla abierta al público y es testimonio de otros tiempos.
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