UN REINO IMPOSIBLE

     Boris Skossyreff decía haber nacido en Vilna en 1896. Siendo por tanto rusa su nacionalidad lo cierto es que era un ciudadano del mundo. A cambio de dinero prestó servicios a varias naciones y se creó una identidad aristocrática a costa de la mismísima reina de Holanda, de la que decía le había concedido el título de conde de Orange.

     Boris había estado en los primeros años de la década de los treinta en Mallorca, donde se dio a conocer a las autoridades de policía de la forma que menos conviene: presunto de casi todo. Estaba casado con una francesa, pero tenía una amante, norteamericana y rica. Su nombre era Florence Marmon y con ella fue con la que, en la primavera de 1934, se presentó en Andorra con la intención de convertirse en rey de aquel pequeño país.

     Hay versiones que cuentan que el aspirante convenció a casi todos los consejeros para que le proclamaran rey, pero que uno de ellos no se dejó embaucar por el farsante, que avisó al copríncipe español, el obispo de la Seo de Urgel, y éste tomó las medidas oportunas para neutralizar al impostor.

     Sin embargo, parece que las cosas sucedieron así sólo en parte: los andorranos dueños de un país pobre, mantenido únicamente con el cultivo del tabaco y poco más, vieron llegar al pretendiente y lo despidieron con cajas destempladas.
 
Seo de Urgel
Aspecto del Hotel Mundial de Seo de Urgel anterior a su reforma.
Fotografía realizada por el viajero a mediados de los años noventa.
      
     Boris, que ya se ha autonombrado Boris I, parte hacia el exilio. No le conviene perder de vista su nuevo feudo, así que no se aleja demasiado. Se instala en la Seo de Urgel, apenas a doce kilómetros de la frontera del país del que ha sido expulsado. El hotel Mundial se convierte en su palacio en el exilio. Comienza a dar entrevistas a cuantos periodistas se acercan a él con papel y lápiz. Anuncia al mundo lo que ha ofrecido a los andorranos: sacar el país de la pobreza, atraer capitales extranjeros que conviertan al principado, bajo su reinado, en una próspera nación llena de hoteles, casinos y negocios de todo tipo. Redacta una constitución y ordena la edición de diez mil ejemplares. En sus diecisiete artículos él, Boris I, dando una apariencia parlamentaria a su nuevo régimen se reserva facultades casi absolutistas. Corre el rumor de que está organizando un ejército financiado, como no, por su ricachona amante americana con el que está dispuesto a recuperar el país que nunca ha tenido. Pero todo va a resultar un sueño. Uno de los ejemplares de la Constitución redactada por Boris llega a manos de don Justí Guitart Vilardebó, el obispo de la Seo, uno de los copríncipes de Andorra, que parece dispuesto a tomar medidas. Tan deprisa y eficazmente que, casi de inmediato ─según cuenta en la edición del día 22 de julio de 1934 el corresponsal del periódico La Vanguardia destacado en la zona─ tres números y un sargento de la Guardia Civil se presentan en el Hotel Mundial. Sus órdenes son precisas: detener a Boris Skossyreff y trasladarlo a Barcelona. Y así sucede, el reyezuelo es detenido. Dicen que aún tuvo tiempo de firmar un decreto declarando la guerra al obispo de la Seo de Urgel. El caso es que en Barcelona es embarcado en un vagón de tercera con destino a Madrid. Dicen que el "monarca" se queja.
     ─No es tercera la categoría que conviene a un rey, aunque no tenga reino.
     Después, la condena y la expulsión de España. Su destino es Lisboa. Un exilio dorado hasta un nuevo intento. Otra vez al asalto de Andorra, como otros, porque Boris no fue el único aspirante al trono andorrano.

Don Justi guitart Vilardebo
En la base del monumento existe una placa.
Mons. JUSTI GUITART
BISBE D'URGELL I
COPRINCEP D'ANDORRA
1920-1940

     Por esta época hubo otro pretendiente. Residía en Checoslovaquia, y también quiso ser rey de Andorra. Se llamaba Charles Wonnes e hizo una propuesta formal. Ofreció su cabeza para poner sobre ella la corona del pequeño país. A cambio, a tocateja, entregaba tres millones de pesetas, cantidad considerable en aquellos tiempos, y prometía dar un impulso a las carreteras y demás obras públicas. Éste, a diferencia de otros, mostraba un talante de rey muy democrático, pues aseguraba estar dispuesto a someter su continuidad mediante un referéndum a los cinco años de reinado para comprobar el amor de su pueblo. Desgraciadamente para Marius I, que así esperaba ser llamado por sus súbditos, no obtuvo el cariño de los andorranos ni siquiera durante cinco minutos y tuvo que desistir de su empeño.
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LA NIÑA QUE LOGRÓ SER REINA

     Fernando VII nació a finales del siglo XVIII. Antes de cumplir los veinte años ya había traicionado a su padre tratando de ocupar su lugar, lo que logró; luego traicionó a su patria entregándola a Napoleón y entregándose él mismo, después de haber reinado apenas durante dos meses; pero al fin, tras la marcha de José Bonaparte, al que el pueblo llamó “Pepe Botella”, fue recibido como “el Deseado”. Desposeído de sus poderes absolutos por los liberales, tres años después volvió a reinar absolutamente. Muy convencido debió estar del aprecio que su pueblo le demostraba cuando se dejó llevar sobre una carroza tirada por doce jóvenes mientras el gentío le aclamaba. La represión sobre los liberales fue terrible. La Inquisición, restablecida, llevaría a cabo, en su reinado, su última ejecución.

     El rey que comenzó siendo querido por muchos, y acabó siendo “el Felón” para casi todos, pasa el verano de 1832 en el palacio de La Granja de San Ildefonso. Su salud no es buena. No es viejo, aún no ha cumplido cincuenta años, pero su comportamiento libertino le está pasando factura. El 14 de septiembre sufre un empeoramiento que hace temer por su vida. El pueblo, que ya no le desea, se refiere a él como “el narizotas”. Rey absolutista, al final ha moderado un poco su tiranía. Su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, liberal, que le dio dos hijas, ha tenido que ver mucho en ello; también la hermana de ésta, Luisa Carlota, casada con Francisco de Paula, hermano menor del rey.

     Dos años antes, en la primavera de 1830 la joven reina iba a dar a luz. Si del parto resultaba el nacimiento de un niño, España tendría un sucesor. Los liberales, ahora, casi de su lado, para asegurar la sucesión en la descendencia de Fernando, fuera cual fuese el género del recién nacido, convencieron al rey para que promulgara la “Pragmática Sanción”, que derogaba el Acta Real, una Ley Sálica que estaba en vigor en España desde los tiempos de Felipe V, el rey que ordenó levantar el palacio en el que ahora, en 1832, postrado en su cama, estaba Fernando debilitado física y mentalmente.

Fernando VII

     Era el momento en el que los absolutistas, a cuyo frente se encontraba un hermano del rey, Carlos Isidro, reclamaban los derechos sucesorios, más aún si la reina, nuevamente encinta, daba a luz otra niña.

     Con un rey sin voluntad, con una reina inexperta, tenían que aprovechar la ocasión. Sola, en la Granja, María Cristina se deja persuadir.
     ─Resultaría injusto ─le dicen─ que la corona no recayera en Carlos Isidro. Debe ser así por la gracia de Dios. De lo contrario, sólo Dios sabe lo que puede pasar.
     María Cristina, cede, es convencida y a su vez convence a Fernando, que yace en su lecho, disminuido. El 18 de septiembre, el rey firma un codicilo. Se deroga la Pragmática: Isabel, la niña nacida dos años antes ya no será reina. Los partidarios de don Carlos se frotan las manos. Entre ellos, Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia. El codicilo no se hace público. Piensan que al rey, casi agónico, le falta poco para estar en el pudridero del Escorial. Entonces será el momento de Carlos V.

     Pero los hechos trascienden. Luisa Carlota, puro nervio, con el carácter que le falta a su hermana, corre hasta la Granja. Habla con su hermana, pide detalles, le recrimina su candidez.
     ─¿Dejarás sin corona a tu hija?
     Furiosa busca a Calomarde. Quiere ver la orden por la que se deroga la Pragmática. Calomarde le muestra ufano el codicilo. Carlota, de un manotazo lo coge, da una bofetada al ministro y lo rompe ante sus narices. Calormarde como única reacción balbucea: “Manos blancas no ofenden”.

     Para sorpresa de todos, Fernando se recupera. Le ponen al corriente. Por decreto, deroga el codicilo despedazado por Luisa Carlota. Destituye a Calomarde. Éste, opta por la huida. Terminará sus días en París. Carlos, que ya no será el quinto de los que España pueda tener con ese nombre, marcha a Portugal. Será embajador, lejos de Madrid.

     Ahora sí. A Fernando le queda poco tiempo. Antes, proclama a su hija Isabel heredera al trono. Ya puede morir. Uno de los monarcas que mayor huella ha dejado en su pueblo, la huella de la pisada con la que aplastó la Nación expira en Madrid el veintinueve de septiembre de mil ochocientos treinta y tres.
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SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

    De Santo Domingo de la Calzada lo primero que se oye decir es que allí fue donde cantó la gallina después de asada. Y es normal que tal ripio se haya hecho famoso, porque en su catedral hay un gallinero en el que, el viajero no sabe desde cuando, viven a cuerpo de rey dos gallinas blancas, que recuerdan el milagro que allí sucedió.
   
    Ocurrió que una familia de peregrinos de procedencia alemana estaba de paso por la localidad camino de Santiago de Compostela. Los padres y un mozo componían la familia, y sobre éste último puso los ojos la hija de los posaderos de la fonda en la que se alojaron. La muchacha se insinuó al joven en varias ocasiones, pero él, virtuoso o váyase a saber, que la historia no lo dice y el viajero no indagará las razones, rechazó a la muchacha, que dolida y despechada no vio otra forma de vengarse del pretendido que acusarlo de ladrón, escondiendo una copa de plata en el equipaje del joven. Nada más partir los peregrinos, la muchacha denunció la falta de la copa y acusó al muchacho de ser el responsable del robo. Fueron detenidos, y al registrar los bultos descubrieron en los del joven lo robado. Detenido, fue juzgado y condenado a morir ahorcado. A partir de aquí la historia tiene dos versiones, aunque con un mismo final: en una el joven es ahorcado, en la otra su cuerpo no llega a pender de la soga; pero como la protagonista es la gallina, no la víctima de la injusticia humana, imaginemos al peregrino con la soga al cuello, al verdugo moviendo la palanca que dejará caer a plomo su cuerpo y al gentío expectante, mientras el corregidor de la plaza asiste a un festín en el que se dispone a degustar un guiso de gallina; y justo también en el momento en el que, atribulados, los padres del reo irrumpen en la casa del corregidor pidiendo justicia, proclamando la inocencia de su hijo y solicitando la gracia del corregidor, que molesto por la inoportuna invasión vocea:
    ─Juzgado está y por ladrón condenado ─y mientras se dispone a trinchar el ave añade─ Tan imposible será evitar que muera colgado del cuello como que esta gallina vuelva a cantar.
    Y dicho esto, y antes de que le diera tiempo a dar un tajo a la pintada, ésta se alza y comienza a cacarear sin pausa.
    Ni que decir tiene que el muchacho o no fue colgado o se produjo su resurrección. El caso es que fue restituido en su honra, y la mesonera, confesa del ardid, castigada.

    El viajero está en el interior de la catedral, ve el gallinero en lo alto de una capilla de uno de los brazos del crucero y, como ha leído en algún lugar que es propósito de visitantes llevarse una pluma de las gallinas de la catedral mira al suelo. Está limpio como una patena, pero ve una: pequeñita, entre blanca y gris, pero bien formada. Esta de suerte, no es fácil encontrar una. La guarda en la cartera, y se dedica a ver el resto del templo. Justo enfrente del gallinero esta el sepulcro del Santo que da nombre al pueblo. Debajo hay una cripta. El viajero baja. Mientras ve lo que allí hay recuerda que Santo Domingo fue un monje constructor. Tuvo una larga vida, pues vivió noventa años, y al principio fue un ermitaño que pronto se empeño en hacer caminos, puentes, hospitales… que facilitaran el tránsito de los peregrinos, por eso los ingenieros de caminos y los funcionarios de obras públicas lo tienen adoptado como patrón (1).

Santo Domingo de la Calzada. Torre de la catedral
Santo Domingo de la Calzada. Torre de la catedral

     Fuera el viajero mira la torre. Es la tercera que tiene esta catedral, porque las dos anteriores cayeron; la primera por causas naturales: un rayo cayó sobre ella destruyéndola; la segunda por una deficiente construcción: amenazaba ruina, y fue desmontada. La que hoy ve el viajero es del siglo dieciocho, barroca, de tres cuerpos, y la levantó Martín de Beratúa, un vizcaíno que construyó también las dos torres de la catedral logroñesa de Santa María la Redonda. Como el suelo donde debía levantarse la torre era poco consistente, probable causa de la ruina de la anterior, se decidió preparar el terreno para tan gran peso. Cal, arena, piedras y cuernos de toro sirvieron para fabricar los cimientos sobre los que, hasta hoy, se apoya la torre. El viajero callejea por la población hasta llegar a la plaza Mayor, descansa un rato en un café y marcha del pueblo hacia otros destinos.
   
    (1) Santo Domingo tuvo seguidores. Muy cerca, aunque ya en la provincia de Burgos, está la aldea de San Juan de Ortega. El santo que da nombre a este pueblo también obró calzadas, caminos y puentes, aunque más modestamente, y también fue adoptado como patrón profesional. Los aparejadores celebran su fiesta en su honor. El viajero visita San Juan de Ortega. Tiene una pequeña iglesia en la que está el cuerpo del santo, también en una cripta. El templo es famoso porque en los equinoccios de primavera y otoño un rayo de luz penetra por un óculo de la fachada, que mira a poniente, como en casi todos los templos cristianos, e incide directamente sobre un capitel con la representación de una anunciación, produciéndose el conocido “milagro de la luz”.
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LE EXIJO UNA SATISFACCIÓN

    Primero a espada, luego a pistola, nunca autorizados, siempre consentidos, los duelos han venido realizándose hasta comienzos del siglo XX como forma de desagravio a las faltas contra el honor. Fueron duelistas algunos de nuestros más famosos escritores de la Edad de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca y sobre todo Quevedo cruzaron sus aceros contra rivales por todo tipo de causas.

    Se dice de Quevedo que durante una visita a la iglesia de San Martín observó como un individuo golpeó a una dama. Dispuesto a castigar tal actitud sobre una señora y en recinto sagrado tomó al sujeto por un brazo y arrastrándolo le hizo salir a la calle. Allí blandió su estoque y atravesó al desdichado que nada pudo hacer contra la pericia del escritor, que prefirió en esta ocasión castigar con su espada antes que con uno de sus cáusticos sonetos. Sucedió en Madrid, el Jueves Santo de 1611.

    Tras la revolución de 1868 y el exilio de la reina Isabel II a Francia, el gobierno dio el pistoletazo de salida para proveer el trono vacante. Varios fueron los candidatos. Dos de ellos eran viejos adversarios a los que les tocó vivir tiempos en los que las afrentas se resolvían en el campo de tiro, y no les faltó tiempo para dirimir sus diferencias encañonándose mutuamente. Enrique de Borbón, hermano de Francisco de Asís, y Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, eran los rivales. De ideas bien distintas, el destino parecía obligarles a encontrarse una y otra vez. No en vano eran cuñados. El duque, hijo de Luis Felipe de Francia, se había casado con Luisa Fernanda, hermana de la reina. Ahora, en 1870, siendo aspirantes a la corona, volvían a enfrentarse. Enrique, impulsivo, llamó al duque “pastelero francés”. No tardaron mucho los padrinos de Montpensier en presentarse ante Enrique exigiendo una satisfacción. El 12 de marzo de 1870 ambos rivales tenían entre sí una distancia de diez pasos. Cada uno de ellos portaba en su mano derecha una pistola de fabricación francesa, de los acreditados armeros Faure, Lepage y Mutier. Atentos a lo que sucedía estaban los padrinos de ambos tiradores y los médicos llevados para el caso de que tuvieran que intervenir. El primer disparo correspondió hacerlo a Enrique, que falló. El turno era para el duque, que apuntó y también erró el tiro. Enrique levantó el arma, apuntó de nuevo sobre el cuerpo de Montpensier, apretó el gatillo y volvió a fallar. Otra vez correspondía el turno al duque. Este apuntó, disparó y la bala impactó en una hebilla de Enrique, desviándose. No fue herido, pero Enrique quedó conmocionado. Los padrinos se pusieron de acuerdo en dar por finalizado el duelo, pero Montpensier no se conformó con dar por terminado el duelo a primera sangre, quería llegar hasta el final. Aturdido y muy afectado Enrique se encaró a Montpensier para el siguiente disparo. Falto de concentración volvió a fallar. Era el turno del duque. Este se dispuso a efectuar el disparo. Concentrado, apuntó y apretó el gatillo. La bala penetró en la cabeza de Enrique, que cayó desplomado. Nada pudieron hacer los médicos que trataron de auxiliarlo. Montpensier había reparado la ofensa y, había eliminado a un aspirante al trono, como él; pero el escándalo que se produjo fue grande, y el duque quedó fuera de la liza por conseguir la corona de España.

    Uno de los últimos y más famosos duelos sucedidos en España lo protagonizó el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Blasco llevó una vida agitada, digna de las novelas que escribió. Dedicado al periodismo, la literatura y la política, estuvo exiliado en Francia. Perseguido por la justicia, un consejo de guerra lo condenó a dos años de cárcel, que no cumplió, pero le supuso el destierro. También emigró a Argentina donde fundó dos colonias agrícolas, que fracasaron.



    Toda una vida llena de aventura en la que no faltaron disputas y varios duelos.

    El más célebre fue el acaecido en Madrid. Blasco Ibáñez era diputado del partido republicano. Durante una manifestación de republicanos a la que asistía se produjo un tumulto con participación de las fuerzas del orden público. Blasco Ibáñez es golpeado. Al día siguiente en el Congreso se queja. Arremete contra el gobierno y contra la policía, que se siente ofendida. Dos representantes del cuerpo de policía comunican a Blasco Ibáñez que debe nombrar padrinos. El teniente Alestuei en representación de la policía se le enfrentará en duelo a pistola. Alestuei es un reconocido tirador. Las cosas no pintan bien para el novelista. No es su primer duelo, pero no es un profesional de las armas. Alestuei sí, y de los buenos. Luis de Armiñán y Nicolás de Estévanez son los padrinos de Blasco. La situación es muy comprometida por la calidad del rival y las condiciones del duelo: duelo a pistola con una distancia de veinticinco pasos, dos balas en la recámara y treinta segundos para efectuar cada uno de los disparos y, a muerte. Blasco efectúa el primer disparo sin apuntar, al aire. Alestuei falla el suyo, El novelista repite la acción. Alestuei sí apunta y, dispara. Como en otros casos de la historia de los duelos una hebilla se interpuso entre el plomo y el cuerpo del duelista. Blasco salva la vida. Las críticas al duelo fueron grandísimas. Los duelos tenían los días contados. La carrera política de Blasco Ibáñez también.
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EL FRAILE, LOS LOCOS Y LA VIRGEN

    A Carmen, que quiso saber.


    Juan Gilabert Jofré vive en Valencia. Es un religioso de la orden de los mercedarios que el 24 de febrero de 1409 se dirige hacia la catedral. De pronto un tumulto llama su atención. Unos muchachos, con la crueldad de quienes dicen y hacen sin pensar en el mal que causan acosan, insultan y se burlan de un demente que han encontrado en la calle. Jofré los ahuyenta y prosigue su camino, llega a la catedral, entra en la sacristía, y puesta su casulla, desde el púlpito, cuenta lo sucedido. La homilía es puro fuego y quema conciencias, dentro y fuera del templo.
    ─No podemos dejar que estos enfermos, locos y dementes, vaguen solos y, vulnerables, estén expuestos a la maldad ajena─ dice.
    Al poco, Lorenzo Salom, un comerciante conmovido por las palabras del fraile, convence a un grupo de gente que decide pasar a la acción. Apenas un año después se funda, en Valencia, el primer manicomio del mundo(1). Pero el mantenimiento del hospital es costoso y los recursos no abundan. Una nueva iniciativa toma cuerpo y al fin se decide crear una cofradía que se encargue, con las aportaciones de los cofrades y sus actividades, de contribuir al sostén de la institución hospitalaria.

Azulejo del Padre Jofré
Azulejo colocado en uno de los muros del edificio en el que estuvo emplazado
 el manicomio desde el siglo XIX hasta su definitivo cierre en 1.989.

    Pronto la cofradía de clara devoción mariana observa la falta de una imagen que la identifique, y se recurre al padre Jofré para que ayude en su obtención.

     La falta de certeza sobre quién y cuándo fue realizada la primera imagen es probable que haya sido la causa de la difusión de una leyenda sobre el origen de la primera imagen de la Virgen de los Desamparados.

    Cuentan que se presentaron ante el padre Jofré, en el hospital recién construido, un grupo de tres peregrinos. Dijeron que eran artesanos, que sabían tallar y pintar y que se ofrecían, bajo ciertas condiciones, a realizar la imagen que la cofradía necesitaba. Las condiciones impuestas por los peregrinos eran fáciles de cumplir, pues consistían en dejarlos solos sin que se les molestara bajo ningún concepto, y que se les facilitaran las subsistencias necesarias y los materiales precisos para llevar a cabo su trabajo. Viendo que nada había que perder y que lo solicitado no era en exceso gravoso, se aceptaron las condiciones y permitió a los recién llegados alojarse en unas dependencias del hospital.

    Al tercer día, el padre Jofré extrañado de que los peregrinos no dieran señales de vida, preso de cierta impaciencia, acudió a los aposentos de los peregrinos. Ya no estaban allí. Habían marchado sin que nadie lo advirtiera, pero en el lugar donde estuvieron el padre Jofré encontró una imagen de la Virgen.

Plan Sur de Valencia

    Sea cual sea el origen de la imagen lo que sí parece claro es que, según la mayor parte de los estudiosos, la imagen fue realizada para ser dispuesta en posición vertical, aunque en los primeros momentos los cofrades, propietarios de la imagen, la usaron en los funerales de los locos, ajusticiados y pobres, de los que la cofradía se ocupaba, colocándola en posición yacente sobre los ataúdes de los desgraciados y situando unos almohadones bajo su cabeza, que de otro modo aparecía artificialmente levantada. Esto es lo que ha hecho pensar en algún momento que la intención inicial del artesano que la diseñó fuese hacer una escultura yacente. Lo cierto es que la inclinación de la cabeza hacia adelante, que provoca una postura por la que los valencianos cariñosamente llaman a su patrona “Geperudeta”, se debe a que en esa posición la Virgen es capaz de extender su manto sobre todos los desamparados que bajo él quepan y a los que desde arriba cubre con su mirada protectora.

(1) Debido a la ausencia de tratamientos clínicos, el manicomio fundado era llamado hospital, donde más que curarlos, se les asistía como buenamente se podía y a los más perturbados se les aislaba, impidiendo que los orates vagaran descarriados por las calles.

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ZENOBIA. HISTORIA DE UNA AMBICION

    Apenas unos trescientos años duró su esplendor. Antes de ese brillante periodo varios siglos de anonimato, después otros varios languideciendo hasta casi desaparecer.

    La causa de su final fue una ambición. La antigua Tadmor, asentada en un oasis en medio de resecas tierras, fue creciendo, enriqueciéndose. Era parada obligada de las caravanas en su discurrir entre oriente y los puertos del Mediterráneo. Los griegos comenzaron a llamarla Palmira, y los romanos a darle fama. Helenizada, pero bajo el poder de Roma, tuvo varios reyes dependientes del Imperio, hasta que le llegó el turno a Odenato, un senador romano, al que Roma, por los méritos contraídos a favor del Imperio, concedió el título de Augusto. Odenato desarrolló más aún la economía de la urbe. Caravanas de hasta mil camellos, cruzaban sus puertas. Allí se abastecían, descansaban y dejaban parte de sus mercaderías antes de continuar en su camino hacia poniente. Para fomentar la cultura, llevó a Longín, erudito griego que promovió la cultura en la ciudad y se convirtió en maestro de Zenobia, esposa de Odenato. Palmira era rica, apetecible. Había que protegerla y Odenato ordenó construir una muralla que la defendiese de sus enemigos. Con la muralla Odenato protegía la ciudad, pero sin querer la encorsetaba, limitaba su crecimiento. Aún así era magnífica, poderosa, capital de un reino que abarcaba desde Siria hasta los confines del imperio por oriente.

El Mare Nostrum

    Y ese poder lo quiso Zenobia para sí. Y lo tomó. En ella se unían la femenina belleza de su físico, que la hacían una de las mujeres más hermosas del Imperio; y la determinación y fuerza de una gobernante implacable. Una nebulosa envuelve los hechos por los que resultó muerto Odenato, pero entre las dudas de lo sucedido se vislumbra la figura de Zenobia. Fuera o no impulsora de la intriga palaciega que acabó con la vida de su esposo, lo cierto es que Zenobia recogió el cetro de Odenato. Vestida con traje imperial reinó, en nombre de sus hijos, con mano de hierro, incluso en contra de Roma. Al principio tímidamente(1), al final en abierta lucha con el propio emperador Aureliano, que acudió a Asia para someter a la díscola Zenobia, que fue capturada y llevada a Roma prisionera.

    Un año después, en el año 272 la ciudad se levantó contra el Imperio. Aureliano, benévolo un año antes, fue implacable. Arrasó la ciudad, que languidecería arruinándose poco a poco hasta que los viajeros del siglo dieciocho y las excavaciones del siglo diecinueve advirtieron al mundo del esplendor de una ciudad, perdido por una ambición.

(1) En las monedas acuñadas en Palmira, figuraban  las efigies del hijo primogénito de Zenobia y del emperador Aureliano; pero cuando el enfrentamiento fue abierto la efigie del emperador fue sustituida por la de la propia Zenobia.
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EL SABER NO OCUPA LUGAR

    Educación y cultura son dos aspectos distintos y a la vez tan unidos entre sí en la formación de las personas que siempre han sido considerados juntos, como parte del aprendizaje.

    Un ejemplo de ello fue la publicación en 1798 del “Tratado de las Obligaciones del Hombre”, un tratado sobre la moral y un libro de urbanidad, obra de Juan Escoiquiz, nombrado por Carlos IV preceptor del príncipe Fernando. Juan Escoiquiz había nacido en Ocaña a mediados del siglo XVIII, y como paje del rey Carlos III recibió la esmerada educación que se daba a los personajes principales de la corte. Inclinado a la carrera eclesiástica debía conocer bien la teoría sobre las correctas prácticas morales sobre las que escribió, pero que no llevó a la práctica. La Historia le recuerda como un personaje sin escrúpulos, intrigante, que influyó negativamente sobre su pupilo, que aprendió poco de lo bueno que su maestro escribía y mucho de lo malo que hacía.

    Juan Escoiquiz instruyó a un príncipe. Cayetano Ripoll lo hizo con niños de las clases populares hasta que se lo impidieron por la fuerza. Ripoll fue un maestro de escuela. Había nacido en Solsona en 1778, pero ejerció su magisterio en el barrio valenciano de Ruzafa. Antes, había participado en la guerra del francés. Fue hecho prisionero y llevado a Francia. Entre rejas, Ripoll se entregó a la lectura, estudió a los filósofos franceses y dio muestra de buenos sentimientos compartiendo su comida y ropa con otros presos. Ya en España, se dedicó a la enseñanza en su escuela de Valencia. Liberal, masón, deísta en los abominables días de la década ominosa, los tiempos del feroz absolutismo ejercido por Fernando VII, en su escuela se decía Alabado sea Dios en lugar del Ave María Purísima, corrientemente usado como saludo al comenzar las clases. Sus alumnos no recibían más instrucción religiosa que los Diez Mandamientos y se vieron privados de la asistencia a misa. Una beata le delató por ello. Fue detenido y acusado de apóstata por una Junta de Fe, que le acusó de privar a sus alumnos de la educación religiosa necesaria. Se trató de convertirle. Teólogos y religiosos trataron de convencerlo de la necesidad de volver a la fe perdida. Ripoll, pertinaz, fue condenado a morir ahorcado acusado de contumaz herejía por la Junta de Fe, heredera del tribunal inquisitorial. Fue el último condenado por la Inquisición. Bajo su bamboleante cuerpo colgado de la soga se colocaron unas llamas pintadas en la base del cadalso, recuerdo de las antiguas piras purificadoras del mal. Era el 31 de julio de 1826. Cayetano Ripoll tenía cuarenta y ocho años. El escándalo fue tal, incluso en el resto de Europa que apoyaba a Fernando VII, el rey absoluto, que éste se vio obligado a reprobar a la Junta, que, sin atribuciones, había condenado al maestro, y a la audiencia que había confirmado la sentencia. Palabras que pronto se llevó el viento. No sería hasta 1834, reinando Isabel II, cuando el gobierno de Martínez de la Rosa, presidente del Consejo, decretó la definitiva abolición de la Inquisición.

Isabel II

    No mejoraría mucho la situación a lo largo del siglo diecinueve, que fue un siglo de convulsiones políticas. En el último cuarto del siglo hubo voces que clamaron por cambiar las cosas. Era preciso, sacar al país del marasmo cultural en el que se encontraba. Con casi un ochenta por ciento de analfabetos varones y un porcentaje aún mayor entre las mujeres, ni siquiera los dirigentes políticos daban muestras de mucho conocimiento: cierto ministro, de viaje por Francia, fue llevado de visita al palacio papal de Avignon. Al salir comentó a su secretario, que le había acompañado durante la visita: "Interesante, pero eso de que los papas hayan vivido aquí tantos años, como dice el guía, me parece difícil, porque si fuese verdad se sabría".

    Este estado de cosas propició la aparición de los regeneracionistas. Uno de sus más brillantes promotores fue Joaquín Costa Martínez, un aragonés de procedencia humilde. Fue criado, albañil y carpintero, estudio dibujo y se hizo delineante. Comprobó el atraso en el que yacía España y que arrastraba a toda la sociedad y a él mismo, pero voluntarioso estudió Derecho y aprobó oposiciones a notarías. Fue Notario en Jaén y Madrid y junto a Giner de los Rios, Azcárate, Salmerón y otros acabaría creando la Institución de Libre Enseñanza en 1876, una especie de universidad paralela liberada del inmovilismo que atenazaba los centros oficiales de la enseñanza. Querían espabilar España, europeizarla, hacer llegar la cultura a todos, y que las palabras de Antonio Machado dedicadas a Castilla, pero aplicables a casi toda España pudieran dejar de ser verdad: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora”.
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