Al descubrimiento de América por los españoles siguió de inmediato la conquista y evangelización. Rápidamente, España comenzó a rentabilizar su dominio sobre el continente. Junto a la realidad encontrada, no exenta de riquezas, se unió la fábula y la ilusión de encontrar fuentes de eterna juventud, paraísos terrenales y ciudades llenas de tesoros. Uno de los grandes mitos de la conquista americana fue la búsqueda de “El Dorado”. Hubo quienes creyeron que se trataba de una región donde el oro era abundantísimo; también se le identificó con una persona, jefe de alguna tribu que, cubierto el cuerpo de oro en polvo, mandaba sobre un país lleno de riquezas. No es de extrañar que cuantos europeos llegasen por aquellas tierras americanas trataran de encontrarlo. Españoles, alemanes, ingleses, todos lo buscaron. Ninguno lo encontró, porque no existía.
Muchos fueron los españoles que se adentraron en la selva en su busca. Sebastián de Belalcázar fue un prototipo de conquistador. Anduvo por Centroamérica, se unió a Pizarro participando en la conquista del Perú, y por fin en Colombia se dedicó, terco, a la busca del “El Dorado”. Murió en 1551, sin encontrarlo, pero dejó fundadas las ciudades de Quito, Guayaquil, Cali y Popayán.
Francisco Pizarro (Plaza de Manises, Valencia) Copia en bronce (1969) del original en madera de Pio Mollar de 1930 |
Pero es la expedición mandada por el navarro Pedro de Ursúa la que más ha contribuido a difundir el mito de “El Dorado”. Todo empezó por el interés del virrey del Perú, don Antonio de Mendoza, por librarse de delincuentes y maleantes, gentes de mal vivir, propensos a la aventura y el botín. Fue Ursúa el encargado de organizar la expedición. Acompañó a don Pedro una mujer, doña Inés de Atienza, bella y promiscua, intrigante y sin escrúpulos, que había abandonado a su marido para seguir a su amante. El viaje comenzó con mucho retraso y sin las condiciones necesarias para el éxito. Así las cosas, el sofocante calor, los ataques de tribus hostiles, la escasez de todo lo necesario hicieron mella en el ánimo de los aventureros. Sin ilusión por encontrar lo que buscaban, el descontento creció rápido. La tragedia era inevitable. Un tal Lope de Aguirre, deforme en lo físico por su joroba, y en lo moral por su ambición y falta de escrúpulos, conspiró contra Ursúa. Doña Inés fue su cómplice en el plan. El resultado: don Pedro fue asesinado. Aguirre puso al mando de la expedición a Fernando de Guzmán, al que nombró príncipe. La ambición de Lope no tenía límite. Su fin no era “El Dorado”, sino un imperio del que él sería el emperador. Eliminó a todos cuantos se le oponían, a todos cuantos le estorbaban. También a Fernando de Guzmán y a la pérfida Inés de Atienza. Declaró la guerra al rey de España. Creyó haber encontrado “su dorado”; pero no fue así. Murió arcabuceado el 27 de octubre de 1561.
También hubo unos cuantos alemanes que intentaron conquistar “El Dorado”. Cuando Carlos I de España trató de ganar para sí el cetro imperial, que era electivo, precisó de grandes cantidades de dinero para sus fines electorales. Exprimió las arcas castellanas y recurrió a prestamistas europeos. Los Welser le concedieron un préstamo de ochocientos mil florines. El precio: Venezuela sería administrada por los Welser durante veinte años. Durante dicho plazo los alemanes se ocuparon, sobre todo, de extraer cuantas riquezas pudieron, con la mayor rapidez posible, y con esa pretensión dedicaron grandes esfuerzos, como hacían los españoles, a encontrar “El Dorado”. Nombraron gobernadores: Ambrosio Alfinger, Nicolás Federmann, Jorge de Spira y Phillip von Hutten fueron designados por los Welser. Todos tuvieron el mismo objetivo, encontrar “El Dorado”; y el mismo final, el fracaso.
El mismo fin que tuvo otro extranjero, el pirata inglés Walter Raleigh, hombre culto, muy leído, que sería nombrado “sir” por sus logros en perjuicio de España. En 1595 inició la búsqueda de “El dorado”. Ascendió por el Orinoco, más no encontró nada que no se conociera ya.
No fueron los únicos; pero ambición o codicia a un lado, el hercúleo esfuerzo que supuso la búsqueda del mito permitió conocer la geografía de regiones desconocidas, deshabitadas, llenas de peligros, que hombres de muy distinta condición recorrieron, detallando en mapas y escritos lo descubierto. Sus relatos y experiencias supusieron una fuente de información valiosísima para la humanidad.