Con el desarrollo de la inteligencia y el nacimiento de la civilización la necesidad del ser humano por comer acabó convirtiéndose en un arte. Aprendió, primero, a cocer los alimentos, de modo que le resultaran más digestivos, después a cocinarlos de distintas formas para satisfacer el gusto. Nacía un nuevo arte: el culinario. El hombre había encontrado el modo de deleitarse comiendo.
Al desarrollo de este arte los hombres han destinado muchos esfuerzos. Algunos han conseguido tal éxito que su obra ha trascendido; pero tanto a los anónimos como a los notorios les rendimos homenaje a diario cuando nos sentamos a la mesa y paladeamos lo que un día inventaron.
En España fue notable el trabajo de Francisco Fernández Montiño, cocinero mayor de Felipe IV. Gran innovador, inventó incontables platos. En 1662 se editó su obra: “Arte de la cocina, pastelería, bizcochería y conservería”. Fuera de España, quien destaca sobre todos los demás es el francés Anselmo Brillat Savarin, cuyos apellidos han llegado a identificarse con el arte culinario. Abogado, magistrado y diputado, huyó de Francia en los tiempos del Terror. Fue un bon vivant, aunque no todos se lo reconocieran, y lo demostró con la publicación de su libro “Fisiología del gusto” en 1825, verdadero compendio del buen comer y vivir.
Mas el arte culinario necesita de compañero: el del buen yantar. No existiría aquél si no hubiese demanda de éste, pero con frecuencia el buen comer, el deleite que produce la moderación, se transforma en gula, una glotonería imparable de consecuencias inciertas.
El emperador Carlos V fue un gran comedor. Pese a su prognatismo, comió bien durante toda su vida. Ello fue causa de su insoportable gota, la que le llevo a decir en cierta ocasión: “Que bien dormiría yo sin Lutero y sin la gota”. En sus últimos años después de abdicar se instaló en Yuste, allí se dedicó a coleccionar y arreglar relojes, su gran afición, y a comer. Le preparaban la famosa “olla podrida”, cuyo sorprendente adjetivo es una corrupción de “poderosa” por la gran cantidad de ingredientes que contiene. Su apetito era insaciable. Dicen que un criado, desanimado, se atrevió a decirle al ver su constante insatisfacción: “No sé como complacer a vuestra majestad, como no sea haciendo un plato de relojes”.
Otras veces las consecuencias son fatales: el duque Luis de Vendôme, primo del rey de Francia Luis XIV, mariscal de campo, participaba en la Guerra de Sucesión española al servicio de la causa borbónica. De vida desordenada y licenciosa, se dio a los excesos. Se estableció en Vinaroz, población reconocida por la calidad de sus pescados y mariscos y, allí el 10 de junio de 1712 un empacho de langostinos le produjo una digestión tan pesada que no pudo hacerse otra cosa que enterrarle. Sus restos fueron sepultados en la iglesia parroquial de Vinaroz hasta que Felipe V, rey, ordenó el traslado de sus restos al Escorial, en cuyo panteón de infantes quedaron depositados.
En ocasiones el comensal no es el responsable de su fatal destino. El infante Alfonso de Castilla, hermanastro del rey Enrique IV al que la Historia ha venido a llamar “el Impotente”, fue proclamado rey en la farsa de Ávila. En la ciudad de las murallas se erigió un estrado. En él se colocó un muñeco de trapo, vistosamente vestido y con una corona sobre la cabeza. Representaba al rey Enrique. Don Juan Pacheco, marqués de Villena, que había servido antes al rey, ahora estaba enfrentado a él. Tenía gran influencia y la aprovechó: en presencia del infante Alfonso, el monigote que representaba al rey fue destronado y el infante proclamado rey. Ultrajado el rey en dicha función la guerra civil fue inevitable. En Olmedo se libró una batalla en 1467, la segunda que ocurría en dicho lugar, con victoria de Enrique. Tras ella se pactó una tregua. Los planes del marqués se torcían. Para mantener su influencia trató de concertar el matrimonio de su hermano con Isabel, la hermanastra del rey, pero su hermano falleció. Al poco también murió el infante Alfonso. Hay dudas sobre quién ordenó su muerte. Se sospecha del marqués, pero no hay dudas sobre como murió. El infante, muy aficionado a comer empanados murió envenenado al comer unas truchas rebozadas.
Nota: Las causas que llevaron al episodio de “la farsa de Ávila” y el desenlace de las guerras civiles que la siguieron puede leerse en “Dos mujeres en guerra”.