GÓLGOTA

   Hay en la iglesia de San Juan del Hospital de Valencia, en la capilla de San Miguel, un Calvario. Está pintado sobre el muro del arco, en el intradós, y cuando en 1248 un artista de nombre desconocido se dedicó a colorear al temple dicha capilla, construida pocos años antes por los caballeros sanjuanistas, difícilmente se le pudo pasar por la cabeza que en menos de un siglo su obra sería tapada y olvidada hasta casi setecientos años después.









  Entre otras escenas pintó una crucifixión. Tosca, plana, 
sin perspectiva,  pero con todos los ingredientes simbólicos de la Salvación de los hombres.  Entre ellos la presencia de los dos ladrones: Dimas, que, aunque sin rostro, se intuye mira a Jesús, que parece devolverle la mirada, y Gestas, cuyo rostro, bien conservado, vuelto, es atrapado por un demonio que lo lleva a los infiernos. De Dimás, canonizado por el propio Jesucristo en el Gólgota, el evangelio de Nicodemo, uno de los evangelios apócrifos, narra la leyenda de cómo huyendo la Sagrada Familia hacia Egipto por la persecución de Herodes fue aquélla asaltada por una partida de bandidos. Uno de los ladrones, Dimas, impidió que sus compañeros causaran mal alguno a José y su familia, y éste le avisó que llegaría el día en el que su hijo, al que ahora protegía, le salvaría para la vida eterna, como así sería treinta y tres años después, cuando en la cruz Cristo le dijo: “Antes de que acabe el día estarás conmigo en el reino de los cielos”.

   En 1348 las epidemias aconsejaban extremar la higiene y se entendió preciso cubrirlo todo con una capa de cal. A ésta, nuevas capas de yeso se le iban a unir, para acabar convirtiendo el templo románico-gótico, que de los dos estilos hay en él, aunque más del segundo, en una abigarrada iglesia barroca.

   A finales del siglo XIX y sobre todo en el XX, el templo, sin uso litúrgico por el traslado del párroco a otra sede, fue quedando en el abandono y fue usado como almacén, taller y hasta sala de cine. Su estado y el poco aprecio que se le tenía pusieron la piqueta a sus puertas, que final y afortunadamente fue usada no para destruirlo todo, sino para liberar el monumento de su piel barroca, dejando a la vista la maravilla que hoy podemos contemplar.





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El XIX. EL REY LLEGA Y YO ME MUERO ¡VIVA EL REY!

   El 27 de diciembre de 1870 hace frío en Madrid. Nieva. Hacia las siete de la tarde el general Prim sale del edificio de las Cortes. Mientras espera el coche que le llevará a su domicilio, se detiene a hablar un instante con varios diputados que forman un corrillo.

   En tres ocasiones, ese mismo día, le han advertido de la posibilidad de un atentado contra su persona. Varios diputados, alguno republicano, le aconsejan que varíe su itinerario habitual. Pero don Juan, que no usa escolta por no dar la sensación de debilidad,  con desdén temerario ignora consejos. ¿No sigue siendo acaso él quien, con indecible valor, bandera en alto, despreciando el fuego enemigo, dirigió su tropa en Castillejos? Sube, pues, a su landó con sus ayudantes Nandín y Moya y se dirige al palacio de Buenavista, su residencia.

   Al llegar a la calle del Turco dos coches se cruzan en el camino del que lleva a Prim y obstruyen su paso. Uno de sus ayudantes se asoma para ver qué ocurre, cuando ve a varios individuos embozados que se dirigen con armas en las manos hacia el coche del conde de Reus. Moya enseguida advierte lo que va a pasar. Casi sin tiempo para reaccionar avisa a don Juan.
   ─Mi general, nos hacen fuego.
  Un instante después, subidos a los estribos del carruaje, varios hombres abren fuego contra el general Prim. Las descargas encabritan a los caballos que atizados por el cochero y medio desbocados se abren paso a duras penas entre los otros coches y se dirigen atropelladamente hacia el ministerio. Cuando se detiene el coche,  doña Paquita, la esposa del general, espera. El trueno de los disparos ha llegado a sus oídos. Prim desciende del coche. Deja un reguero de sangre a su paso. Consciente de la gravedad, quizás más que nadie en ese momento, dice que ha sido levemente herido mientras ordena a un criado que le quite la levita, pues se está desangrando.

   No tarda en llegar el médico de la cercana Casa de Socorro, que le practica las primeras curas. Luego le atiende el doctor Losada, que le extrae siete balas. Tiene una herida en el hombro que le ha destrozado la cabeza de húmero y sangra abundantemente; se le amputa el dedo anular de la mano derecha, que está muy dañada y aunque los primeros partes, sin firmar por los médicos, son optimistas, lo cierto es que las heridas son mortales de necesidad(1).

  Muy poco después del atentado Serrano y Topete acuden al ministerio a ver al general Prim, que pide al duque de la Torre, el regente, que sea el almirante quien se haga cargo del gobierno, del ministerio y acuda a Cartagena a recibir al nuevo rey el día 30. Serrano y Topete, compañeros de Prim en el 68, no comparten con él el nombramiento de Amadeo, pero dadas las circunstancias todo se hace como desea. Tras unos partes médicos esperanzadores, en la tarde del día 30, el día de la llegada a Cartagena de Amadeo de Saboya, se informa de la extrema gravedad del herido, que sintiéndose morir dicen que pronuncia el lamento sobre lo que con tanto anhelo buscó y no podrá vivir: “
El rey llega y yo me muero. ¡Viva el rey!”. Pocas horas después a las nueve de la noche Prim expira. Serrano está con él.


  Amadeo, recién llegado a Cartagena a bordo de la Numancia, recibido por Topete, fue informado de la muerte de Prim. No es hasta el 2 de enero cuando Amadeo llega a Madrid. Acude a la Basílica de Atocha. Allí está instalada la capilla ardiente con los restos de Prim. Amadeo ora durante un rato, luego se acerca hasta doña Francisca, la viuda. Acompaña a Amadeo, el duque de la Torre. Tras dar el pésame a la viuda, le anuncia:
   ─No quedará impune este crimen. Encontraremos a los culpables.
  ─No tendrá vuestra Majestad que buscar mucho a su alrededor  ─contesta doña Francisca.

   Después, a caballo, con gallardía, Amadeo se dirige hacia la Carrera de San Jerónimo. Las Cortes le esperan. Oye la Constitución, que es leída, la jura. Amadeo de Saboya es rey de España; aunque reinar será para él una carga que no podrá soportar.


(1) Pese a las recientes investigaciones que tratan de aclarar las circunstancias del magnicidio, el asesinato de Prim es uno de los grandes misterios de la historia contemporánea española. No sólo las dudas sobre el verdadero momento del fallecimiento del general, dada la gravedad de sus heridas, tiñen de incertidumbre el caso, sino, y muy especialmente, la autoría del crimen que es todavía una incógnita. Las primeras sospechas recayeron sobre José Paul y Angulo, antiguo colaborador de Prim en la hora de la revolución septembrina, luego acérrimo enemigo suyo, que desde el periódico “El combate” arremetía contra el general al considerar que había olvidado ya los principios que inspiraron la revolución. Así lo escribiría años después, desde París, en un documento exculpatorio sobre su participación en la muerte del general.  Hubo más sospechas; y no quedaron libres de ellas ni el duque de Montpesier, siempre presente en cuanta conspiración hubo en España, ni el propio general Serrano, duque de la Torre, al que hay quien piensa se refirió la viuda cuando Amadeo, al darle el pésame por la muerte de don Juan, le dijo que no tendría que ir muy lejos para encontrarlo.
   Las obstrucciones a la investigación fueron constantes y los 18.000 folios de los que se compuso el sumario no lograron esclarecer los hechos. Sorprendentemente a finales de 1877, pocos meses antes de la boda entre Alfonso XII y María de la Mercedes, hija del duque de Montpensier, el fiscal solicitó el sobreseimiento del caso, lo que se logró para los más importantes implicados. Finalmente en 1893, veintitrés años después del atentado, se sobreseyó definitivamente el sumario. 
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SUEÑOS Y REALIDAD

   Los sueños han venido a perturbar la vida de los hombres desde tiempo inmemorial. La tradición yahvista nos cuenta alguno de estos episodios y la literatura ha usado más de una vez de las tradiciones islámicas, recreando hermosos cuentos sobre los sueños y los aconteceres venideros.

 Unos de los primeros sueños conocidos son los interpretados por José, el undécimo hijo de Jacob, su favorito, cuya historia(1), contada en el Génesis, nos relata también como se valió de la acertada interpretación de los sueños para eludir la esclavitud a la que sus envidiosos hermanos le habían condenado.

   Habían éstos decidido matar a su hermano José, pues estaban celosos de que fuera el preferido de su padre. Además, José contó a sus hermanos un sueño que había tenido: les dijo que había soñado que estaban en el campo atando gavillas, cuando de pronto su gavilla se levantó, manteniéndose en pie, mientras las de sus hermanos permanecían postradas en el suelo. Ellos interpretaron que José les decía así que sería su rey y que deberían someterse a él; y le odiaron aún más. Cuando José fue enviado por su padre al campo para averiguar cómo estaban sus hermanos y el ganado que estaban cuidando, lo prendieron y lo arrojaron a un pozo mientras discutían sobre el destino que iban a dar a su hermano. Acertó a pasar por donde ellos estaban una caravana que iba camino de Egipto y aprovecharon su paso para vender a su hermano como esclavo; luego dijeron a Jacob que José había sido devorado por las fieras del bosque y entregaron a su padre la túnica manchada con la sangre de un cordero que habían matado para engañarle.

    Al llegar José a Egipto entró como esclavo en casa de Putifar, un rico oficial de la guardia al servicio del faraón. José por sus habilidades y conocimientos fue encargado por Putifar para llevar la administración de su casa. La esposa de Putifar se fijó en él y trató de seducirlo.
    ─José, ven, acuéstate conmigo.
   Pero José la rehusaba y le decía:
  ─Mi señor, Putifar, tu esposo, ha puesto toda su hacienda en mis manos. No manda ni hace ni deshace en ella, pues confía en mí. Sólo tú, su esposa, queda fuera de mi autoridad.
     Ella dominada por el celo insistía una y otra vez. Cierto día en el que se encontraban solos en la casa, la mujer se acercó a José y volvió a incitarlo:
   ─Yace conmigo, José ─le dijo, mientras lo sujetaba─, pero él rechazándola, se apartó, perdiendo parte de sus vestidos que quedaron en las manos de la mujer.
    En cuanto José hubo salido, la mujer comenzó a gritar, llamó a los criados de la casa y les contó que José había tratado de forzarla, pero que al gritar había huido dejando sus ropas.
    Cuando llego Putifar le contó lo mismo:
    ─ Trajiste un esclavo hebreo, que se ha apoderado de tu casa y hoy ha tratado de violarme, de apoderarse de tu mujer. Mira, éstas son las ropas que dejó cuando comencé a gritar y tuvo que huir.

   Al escuchar Putifar lo que su mujer le contaba, montó en cólera, y mandó prender a José, que fue encarcelado.

   Sin embargo, en la cárcel, al poco tiempo, el jefe de la prisión le encargó del cuidado de los presos. Coincidió estando él allí con el copero y el panadero del faraón, que habían sido encarcelados por ofender al faraón. José servía a estos dos presos y cierto día, cuando José los vio tristes y les preguntó qué les ocurría, le contaron los sueños que habían tenido la noche anterior.

   El copero dijo a José que había soñado con una viña que tenía tres ramas. De las ramas brotaban hojas y flores y al madurar crecieron racimos de uvas. El copero tomó las uvas, las exprimió y puso el mosto en la copa del faraón que la tomó con sus manos. José le dijo: las tres ramas son tres días. Dentro de tres días te llamará el faraón y te repondrá en el cargo que tenías. Luego pidió al copero que cuando fuera libre y estuviera cerca del faraón intercediera por él, pues era injusto que él estuviera allí, ya que no había hecho nada para merecer ese castigo.

   El panadero al ver que el copero salía tan bien parado en la interpretación de su sueño contó a José el que él había tenido. Le dijo que iba caminando y sobre la cabeza llevaba tres cestos de mimbre con pastas, pero los pájaros se acercaban y se las comían. José le dijo: los tres cestos son tres días. De aquí que pasen tres días el faraón te llamará a su presencia y mandará que seas colgado y las aves comerán tu carne.

   A los tres días llamó el faraón a los dos prisioneros, y se cumplió lo que José había dicho. Sin embargo el copero no le habló al faraón de José.

   Pasados dos años, el faraón soñó un día que estaba en el Nilo. Vio que salían del río siete vacas gordas y hermosas y tras ellas siete flacas y feas, y éstas se comieron a aquéllas sin que mejoraran su aspecto, que seguían raquíticas y feas. Otro día,  soñó de nuevo el faraón: vio que nacían de la tierra siete espigas grandes y granadas y después otras siete pequeñas y sin fruto, pero que se tragaron a las primeras. El faraón, preocupado por el significado de aquellos sueños, mandó llamar a todos los magos conocidos, pero ninguno supo interpretar sus sueños. Entonces el copero recordó a José y advirtió al faraón que cuando estuvo en la cárcel había un hebreo que sabía interpretar los sueños, pues a él mismo se los había interpretado con acierto.

   Mandó el faraón traer a José y le contó los sueños que había tenido. José escuchó atento y dijo:
   ─Los dos sueños son una misma cosa. Dios ─porque es él quien me dice lo que sucederá─ anuncia a Egipto que habrá siete años de abundancia y tras ellos siete años de penuria y hambre. Guarda durante los años de abundancia grano y provisiones, pues pronto llegarán los años malos y el hambre asolará toda la tierra.
  
    El faraón conforme con lo dicho por José dijo:
   ─Puesto que es Dios quien te ha dado la sabiduría serás tú quien ponga remedio a la desgracia que se avecina. Serás virrey de Egipto y todos harán lo que tú ordenes.

El Patriarca José. Estuco en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia.
Obra de Giovan Giacomo Bertesi (Soresina, 1643-Crémona, 1710).
Forma parte del grupo de estatuas de las doce tribus de Israel que
decoran la iglesia. Muy deterioradas durante la Guerra Civil
Española, fueron restauradas a partir de antiguas fotografías.

   Y así fue como durante los años de abundancia, se llenaron los silos de grano y los almacenes de provisiones, y cómo cuando terminaron y llegaron los siete años de escasez Egipto no pasó hambre, y llegaban gentes de otros países en busca de comida.

                                                  *

   También nos habla de sueños un cuento, basado en tradiciones árabes, publicado por Gustav Weil hacia 1862 y recopilado después por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en su “Antología de la literatura fantástica”.

   Cuenta como un hombre, de nombre Yacub, que había sido un rico hacendado, pero al que la mala fortuna lo había llevado a la miseria, quedó dormido bajo la higuera del patio de su casa. Allí tuvo un sueño que le advertía que volvería a ser un hombre rico. Debía vender lo poco que tenía y viajar a Isfahan, en Persia, donde encontraría su fortuna.

   Al despertar el hombre hizo lo que en sueños se le había indicado y poco tiempo después estaba en Persia, en busca de riquezas. Pero la mala suerte hizo que en las proximidades de la mezquita en la que pasaba la noche unos ladrones asaltaran una casa. Viéndose mezclado en la algarada formada, acabó siendo detenido y llevado ante el juez.

   Éste le preguntó por las razones de su presencia en el lugar, y el magrebí, hombre honrado, dijo al juez:
   ─No soy culpable de nada. Estoy en Isfahan por un sueño en el que se me decía que aquí abandonaría la pobreza y volvería a ser el hombre rico que fui.
   ─Iluso ─le dijo el juez sonriendo y compadeciendo la ingenuidad del hombre─  tres veces he soñado yo la forma en la que me haría rico, encontrando un tesoro en una casa de El Cairo, en la que hay un jardín, en el jardín un reloj de sol y más allá, en el centro, una higuera, bajo la que soñé se halla un gran tesoro. Vaya, buen hombre, a su tierra y resígnese con su destino. No son los sueños los que le sacarán de su pobreza.

   El juez compadecido le entregó unas monedas y le instó a volver a su casa. El hombre volvió a su ciudad y al llegar a El Cairo entró en su casa, llegó al jardín, miró el reloj de sol, tomó una azada, comenzó a cavar bajo la higuera que hay en el centro; y dejó de ser pobre.


(1) Aun con la dificultad que entraña situar en el tiempo los hechos, la mayoría de los estudiosos suponen que la historia de José sucedió en tiempos de la dominación de los Hiksos, intervalo de tiempo especialmente obscuro, pues de él apenas hay escritos ni monumentos que avalen cuanto se ha dicho, con certeza absoluta. La historia de los egipcios, bien documentada hasta aproximadamente el año 1730 antes de Cristo, sufrió un silencio casi absoluto hasta el año 1580. Ciento cincuenta años de los que poco se sabe, y en los que debió vivir José la historia contada en el Génesis. Si bien es cierto que no hay testimonio escrito, salvo la Biblia, de la vida de José  en Egipto y el poder que allí alcanzó, sí que se conserva aún el nombre de Bahr Yusuf, "Canal de José", para designar  un canal que surte de agua el oasis, hoy ciudad de Medinet-el-Raivum, situada unos 130 kilómetros al sur de El Cairo y que, según las antiguas leyendas, fue ordenado construir por el bíblico José, ministro del faraón.
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