EL XIX. DE LA REPÚBLICA A LA RESTAURACIÓN

   Tras la dimisión de Salmerón, fracasados antes los gobiernos de Figueras y Pi y Margall, durante los que el caos se adueña de la Nación, Castelar parece la única opción para enderezar la adversa situación que hiere a España. Fincas incendiadas, revueltas, anarquía en fin, se extienden por Andalucía, Castilla, Extremadura. Su causa: hambre y miseria, fanatismo y revolución. Y mientras el pueblo sufre, los políticos continúan sus tejemanejes.

   La necesidad de amplios poderes para restablecer el orden lleva al Poder Ejecutivo a tomar medidas de carácter muy autoritario. La propuesta de suspender las sesiones de las Cortes hasta el 2 de enero de 1874 es aprobada por la Cámara a mediados de septiembre. Se deja así vía libre, sin interferencias, y con prácticamente poderes de guerra, para que el Gobierno dedique sus afanes a recuperar el orden perdido y salvar la República, ahora, desde el poder, de tipo unitario tras las experiencias segregadoras.

   Enseguida se adoptan medidas tildadas, con cierta injusticia, más propias de una dictadura que de la democracia que se dice defender. Es cierto que se anulan todas las licencias de armas, se suspenden las garantías individuales y, a la prensa se le imponen ciertas restricciones a su libertad. Con la imposición de cuantiosas multas a quienes incumplieran el decreto se prohíbe a la prensa publicar incitaciones a la rebelión contra el Gobierno constituido, defender cualquier acto rebelde o sedicioso o la conducta de quienes estén en armas contra el Gobierno y publicar cualquier noticia sobre insurrecciones, que no hubiera sido comunicada por conductos oficiales, esta última medida suavizada poco después ante la presión que con sus críticas recibe el gobierno por parte de la prensa. “La Independencia Española” comienza así un artículo en defensa de sus derechos: “El señor Castelar, el antiguo demócrata, el que tantas veces ha dicho que con sólo la libertad de imprenta, aunque faltase todo lo demás, había lo bastante para destruir cualquier tiranía y oponerse a toda reacción; el señor Castelar, que tan magníficos piropos ha dedicado a la prensa en sus brillantes discursos; el señor Castelar…”; pero no menos cierto que tales medidas, temporales, y tan injustas diatribas se hacen sobre un hombre con buenas intenciones, que sólo pretende sacar España del atolladero en el que se encuentra. No pasarán muchos meses hasta que se compruebe, con su leal proceder, cuán injuriosas resultan las críticas vertidas sobre su persona.

   El dinero, tan necesario como el poder para mantener la lucha en el Norte y Cataluña contra los carlistas, en Cartagena para doblegar a los cantonalistas, y en las Antillas, donde cunde el ejemplo secesionista de la metrópoli se obtiene con la emisión de empréstitos tanto dentro como fuera de España, aunque nunca en las cantidades precisas para tantas necesidades.

   Porque en el norte los carlistas, con un poderoso ejército, constituyen no el único, pero sí el mayor quebradero de cabeza para la República. Un gran ejército da amparo a las pretensiones de Carlos VII, instalado en Estella y allí, en Montejurra, es donde los ejércitos carlista y republicano se ven las caras a principios de noviembre: un esfuerzo estéril para las fuerzas de Madrid que dará alas a los carlistas que, sin tener en su poder ninguna capital de provincia, sí lograran penetrar en Aragón, Valencia y rondar las puertas de Madrid. Y aún más, establecida por el pretendiente don Carlos una especie de corte en Estella, organizar una eficaz maquinaria administrativa nombrando ministros, tribunales, cobrando impuestos…, refundar la Universidad de Oñate, acuñar monedas con la efigie de Carlos VII y emitir sellos de correos también. Hasta 1876 esta guerra civil no verá su fin.

   Pero estamos en 1873, en los primeros días de noviembre. No tiene bastantes problemas el gobierno de Castelar, cuando llegan desde Cuba muy preocupantes noticias. No, no es la guerra contra los rebeldes que se mantiene en la Gran Antilla, es el peligro de otra contra los Estados Unidos, nación con apetencias sobre la isla, sí, pero también primera, y una de las pocas, en reconocer la República Española. Y es que patrullando en aguas españolas de Cuba la corbeta Tornado avista al Virginius, un vapor norteamericano sospechoso de realizar contrabando de armas a favor de los rebeldes cubanos. Como se resistiera el vapor a las órdenes que se le envían desde el buque español, dispara éste algunos cañonazos que intimidan y doblegan la resistencia del Virginius, que es llevado a puerto, a Santiago de Cuba. Allí, descubiertos miembros de la resistencia, en juicio militar sin consultar con la superioridad de La Habana ni de Madrid, son ejecutadas 53 personas entre rebeldes y pasajeros de nacionalidad norteamericana y británica. El conflicto tiene efectos muy preocupantes y obliga a intervenir directa y enérgicamente a Castelar. Don Emilio  habla con el general Sickles, el embajador de los Estados Unidos en España, le ofrece, contando con el apoyo de la oposición, todo tipo de garantías en la solución pacífica del asunto; telegrafía a Polo de Bernabé, el embajador español en Washington para que ofrezca lo mismo al gobierno norteamericano, y al Capitán General de Cuba la orden de obedecer al gobierno y evitar a todo trance un enfrentamiento armado, letal para la atribulada República española. Y lo consigue: conformes las naciones e indemnizadas las familias de los ejecutados, el Virginius es liberado.

Firma de don Emilio Castelar. Fotografía tomada del libro
España histórica de Antonio Cárcer Montalban. Edioiones Hymsa. 1934.

   Conforme se aproxima el 2 de enero, fecha acordada para un nuevo periodo de sesiones tras la tregua parlamentaria dada al Gobierno, las cábalas sobre lo que sucederá a partir de entonces no cesan. Castelar convencido de que su labor de pacificación y restablecimiento del orden, conseguido sólo a medias, pero con una situación considerablemente mejor que la heredada, le asegurará su permanencia no duda, incluso, en rechazar ─no sólo por ese convencimiento, sino también por su sentimiento demócrata─ la oferta de algún general que le garantiza el poder por la fuerza. Lo sucedido en los meses anteriores son la excepción, la necesidad de una nación en guerra, necesitada de orden, piensa, y así lo dice en las Cortes.

   Al iniciarse la sesión del 2 de enero se suceden los discursos. Una sesión maratoniana que se prolonga hasta la madrugada del día 3,  cuando después de ser derrotado el presidente Castelar en una votación de confianza, los federalistas,  envalentonados, parece que van a ser de nuevo dueños de la situación y con ellos reeditar multiplicados los desmanes que afligieron España antes del orden impuesto por Castelar. Es este temor el que convierte los rumores en realidad.

   Pendiente del resultado de la votación, a las siete y media de la mañana el Capitán General don Manuel Pavía Rodríguez de Alburquerque, al conocer la derrota de Castelar, se presenta con sus tropas en los alrededores del Congreso; hace llegar una nota al presidente de la Cámara don Nicolás Salmerón. Conmina el general al desalojo del hemiciclo, y advierte en la nota que de negarse los diputados, será usada la fuerza para que tal suceda. Los siguientes minutos son de gran tensión. Algunos hablan de resistir, ninguno de abandonar su puesto. Es inútil. Entran algunos soldados. Se oyen disparos. Todos salen.

   Aún hay un último intento del general Pavía por mantener la Republica, y también el orden. Castelar ya en la calle recibe el ofrecimiento del poder: lo rechaza, su dignidad se lo impide, contesta.

   Descartado Castelar, el general Pavía, que no quiere el poder para sí, lo ofrece al duque de la Torre, el general Serrano, que aún como presidente del Poder Ejecutivo de la República forma gobierno. En el están, Sagasta, Martos, Topete, Echegaray…, pero no don Antonio Cánovas del Castillo, quien voluntariamente permanece al margen. El 8 de enero de 1874 queda disuelta la Asamblea Constituyente y anuncia el gobierno la convocatoria de Cortes Ordinarias tan pronto sea restablecido el orden y garantizado el sufragio universal libre.

   Se dedica, pues, el general Serrano al conflicto con los carlistas, con resultados mediocres, que dañan su prestigio, siendo Sagasta de facto el alma del gobierno, mientras, el partido alfonsino crece y la población harta de las pesadillas vividas comienza a mirar hacia el exilio donde el joven Borbón crece y ser forma. Sagasta, presidente del Consejo, y también Cánovas saben cuán difícil es entronizar al Príncipe de Asturias en las Cortes. Muchos militares también lo saben.

                                                        *

   A finales de 1874, nada más cumplir los diecisiete años, Alfonso de Borbón, que estudia en el colegio militar de Sandhurst, en Inglaterra, publica un manifiesto. Tras agradecer las felicitaciones por su cumpleaños, vindicarse como único representante del derecho monárquico en España tras la abdicación de su madre la reina Isabel, y señalar la orfandad legal en la que se encuentra la Patria, termina “El manifiesto de Sandhurst” con las siguientes palabras: “Sea lo que quiera mi suerte, ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal”.

   Uno de los generales que sabe cuán difícil es entronizar al joven Borbón es el general don Arsenio Martínez Campos, un militar de convicciones monárquicas. Camino de Ávila, su destino o su confinamiento, recibe un telegrama: "Naranjas en condiciones". Es la clave. Da media vuelta y se presenta en Valencia. El día 29 de diciembre, en las afueras de Sagunto, arenga a las tropas reunidas y proclama a Alfonso XII rey de España. Ganada enseguida Valencia, sin el apoyo de su Capitán General, al que en un tren se despacha hacia la capital de España, se telegrafía a Madrid  dando cuenta del pronunciamiento. Es allí Capitán General de Castilla la Nueva don Fernando Primo de Rivera, que se suma al movimiento. El golpe se consolida.  España ya tiene rey. Alfonso pronto lo sabrá, porque al día siguiente, 30 de diciembre, el principe de Asturias llega a París para celebrar el Año Nuevo con su madre en el Palacio de Castilla. De lo que acaba de suceder don Alfonso recibe aviso: se prepara en su cámara para asistir a la cena y luego a una función de la Ópera, cuando se le entrega una nota. Es anónima, y dice: “Sire: Votre Majesté a été proclamé Roi hier soir par l’armée espagnole. Vive le Roi”.
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EL XIX. LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA. EL CANTONALISMO

   Apenas han transcurrido tres meses desde que el rey Amadeo saliera de España y se constituyera la Asamblea republicana. Se han celebrado elecciones a Cortes Constituyentes y, como antes, nada más formadas, las desconfianzas y riñas entre republicanos comienzan a sucederse. Federalistas de izquierdas: intransigentes unos, moderados otros; radicales, unitarios temerosos de la desmembración del Estado, todos parecen ser los miembros de una familia mal avenida.

   A la hora de formar un nuevo gobierno Pi y Margall es el encargado de nombrarlo, pero las diferencias entre los grupos lo impiden. Es entonces cuando sucede lo que en términos taurinos conocemos como "espantada". Fracasado el intento de Pi de formar gobierno, piensa éste que es el dimisionario Figueras, al que se le ofrece de nuevo la presidencia, quien tiene que ver en su rechazo; pero a don Estanislao, cansado, contrariado con el comportamiento de don Francisco y muy afligido por el reciente fallecimiento de su esposa, que se ve de nuevo presidente del Poder Ejecutivo, se le presenta el requerimiento como res imposible de lidiar y no tiene mejor ocurrencia que coger los trastos y retirarse, sin previo aviso, a Francia. La sorpresa de la marcha de Figueras, tan grande como se podrá suponer, facilita un nuevo intento de Pí y Margall por formar gobierno que, ahora sí, lo logra. Poco durará su mandato, apenas un mes y ocho días, tiempo en el que España se convierte, si no lo era ya,  en un polvorín. Razones hay para ello.

   Si Pi y Margall no tiene el predicamento de su antecesor Figueras, sus ministros tampoco contribuyen al prestigio del gabinete. Desconocidos la mayoría, Nicolás Estévanez, antes Gobernador Civil de Madrid, es de los pocos con cierto renombre. Ocupa el ministerio de la Guerra, cartera la de este ministerio fundamental en un país enfrascado en dos: contra los carlistas y contra los rebeldes en Cuba. Su nombramiento, no obstante, era el anuncio de un fracaso. El mismo Estévanez cuenta en sus memorias cómo fue votado con tan amplia mayoría en las Cortes, tras la entrevista que mantuvo con don Emilio Castelar en la biblioteca del Congreso. Castelar es el primero en hablar y va al grano:
   ─Las Cortes ven con buenos ojos su nombramiento como ministro de la Guerra; también muchos diputados amigos míos, que esperan mi recomendación; pero yo tengo dudas, no sé qué haría usted en el ministerio si fuese elegido.
   ─Pues miré usted ─contesta Estévanez─, nunca he tenido esa ambición, y como nunca he pretendido ser ministro, nunca he pensado en un programa con el que postularme, así que lo más probable, si insisten en nombrarme ministro, es que no haga en el ministerio absolutamente nada.
   ─Pues entonces ─dice don Emilio─, cuente con nuestro voto.

   Tampoco, una vez nombrado, tiene Estébanez mucho tiempo para arrepentirse de sus perezosas inclinaciones. A los trece días de su nombramiento el general Socias, desde su escaño en las Cortes, acusa al ministro de desertor durante su estancia en Cuba como capitán. El escándalo es enorme y Estébanez dimite. Pocas veces un político cumplió su propósito de modo tan escrupuloso ante quienes le votaron.

   No es sólo la guerra civil, que desde hace más de un año se mantiene con el pretendiente Carlos María de Borbón, que el 16 de julio entra de nuevo en España después de su huída el año anterior ante los avances de general Moriones; son desdicha de la nación española también la anarquía, la indisciplina del ejército, la depauperada hacienda pública(1), el cantonalismo, que se extiende sin cesar por el solar español, convirtiéndolo en una jaula de grillos: Andalucía se declara independiente, Sevilla quiere también ir por su lado,  Málaga también se constituye en cantón y Toledo y Salamanca; Castellón y Valencia  también se pronuncian , y… Cartagena.

   La mayoría fueron de vida efímera, de apenas algunos días; pero en Cartagena la situación pasó a mayores. Éste y el resto de los problemas que España tiene ya no serán de Pi y Margall, que dimite el 18 de julio, sino de don Nicolás Salmerón que hereda tan lamentable estado de cosas. Será por poco tiempo también.

   Proclamado en Cartagena el 12 de julio el Cantón Murciano, los sublevados, a cuyo mando está Antonio Gálvez, diputado del grupo de los intransigentes, toman el ayuntamiento y destituyen al gobernador de Murcia. Sin que nadie lo pueda impedir el general Contreras se presenta en Cartagena. Se pone al mando. Se toman los fortines y castillos de la plaza, el Arsenal con toda la flota, se forma un Comité de Salud Pública, cuyo nombre habla a las claras del sesgo del movimiento. Es éste comité el embrión de un futuro gobierno, que a su tiempo preside Contreras, que parece así desquitarse de no haber sido nombrado ministro en Madrid; y en el que Gálvez, asume la cartera de ultramar y se atribuye el grado superlativo de generalísimo de tierra y mar.

Ayuntamiento de Cartagena
 
   Bien armados, con la escuadra bajo su mando, los sublevados no tienen la intención de permanecer inmóviles. El “generalísimo” Gálvez, con la fragata blindada Victoria arriba a Torrevieja y se apodera de los caudales de la aduana; el Gobierno, qué remedio, declara piratas los barcos en poder de los rebeldes; y no sólo eso,  autoriza su abordaje y captura, a los buques de las potencias amigas. A la lógica de la disposición, habida cuenta la falta de oposición naval a la escuadra, ahora en poder de los cantonales casi toda, se opone el voto de los intransigentes, Roque Barcia a la cabeza, que favorables al movimiento cantonal, además, consideran indigna la autorización dada a naciones que en seis meses aún no han reconocido la República española. Firmes en su propósito los cantonales, tratan de aparentar lo que no son: se incautan de cuantos objetos de plata pueden y fundida toda, emiten sus propios duros de plata; llevan impresa la leyenda: Revolución Cantonal.

   Irreductibles los cantonalistas, sus barcos prosiguen las escaramuzas. El general Contreras, ministro de Marina también, mientras Gálvez toma el camino de Orihuela con intención de saquearla, inicia una loca singladura. Con las fragatas Victoria y Almansa bombardea Almería y exige el pago de contribuciones antes de continuar su derrota hacia Málaga; pero pronto se ven acechados por buques alemanes, franceses e ingleses. Rondan aquellas aguas la fragata prusiana Friederick Karl y la británica HMS Swiftsure, que mejor gobernadas dan cuenta del vapor Vigilante. Más tarde también de la Victoria y la Almansa, que son llevadas a Gibraltar, dejando libre al general Contreras.

   Pese al éxito de los generales Pavía y Martínez Campos, llamados a escribir muy pronto sonoras páginas de la historia, reduciendo los cantones de Sevilla y Valencia, la indisciplina en el ejército sigue siendo asunto preocupante. A Salmerón, hombre cultísimo y de gran prestigio, la objeción de su conciencia le impide firmar unas condenas a muerte a las que habían sido sentenciados unos desertores del ejército, y antes de confirmarlas lo que firma es su propia dimisión como presidente de Poder Ejecutivo. Es el 7 de septiembre. Como Pi y Margall antes que él, tampoco ha logrado mantener su gobierno ni dos meses.

   Tras varios intentos negociadores fallidos, el gobierno, ahora bajo la presidencia de Castellar, envía a Cartagena los pocos barcos que quedaron en su poder más los incautados a los rebeldes. Aunque la oficialidad es buena, la mayor parte de los barcos a cuyo mando se ponen son pocos, de madera y muy antiguos.  En realidad poco más que unos corchos flotando en el mar que poca resistencia pueden oponer a la flota rebelde, por mal mandada que pueda estar. Presentes los barcos del gobierno frente a las aguas de Cartagena, la flota cantonalista se hace a la mar con intención de romper del bloqueo. Se intercambian disparos y al fin la batalla queda en tablas: los rebeldes vuelven a Cartagena y los leales a Gibraltar. Reducida Murcia, sólo la plaza de Cartagena resiste. En condiciones cada vez más precarias, pero fortificados y realizando algunas escaramuzas navales sobre puertos en los que conseguir suministros y vituallas, iría el Cantón entre bombardeo y bombardeo languideciendo hasta su rendición final.

   El 8 de septiembre el nuevo presidente de Poder Ejecutivo nombra sus ministros. Ha vencido en las votaciones a Pi y Margall, el federalista que, como en anteriores ocasiones, incluso en la que siguió a su propia dimisión, ha luchado por la presidencia. Muy criticado por sus fracasos al frente de los ministerios o la presidencia puestos a su cargo, Pi es un idealista carente de pragmatismo. España, si algo queda de ella, con un dueño al Norte, varios al Sur y al Este, sin recursos, necesita un hombre de Estado y los diputados, ya los intransigentes muy reducidos, ve en don Emilio Castelar el único camino que seguir. Carente del sectarismo del que hicieron gala sus antecesores, trata de restablecer el orden con autoridad, imponer la disciplina en el ejército, contener los afanes separatistas, los avances carlistas, cesar en la política antirreligiosa y, en resumen, pacificar los campos y ciudades de España. La Republica cambia de signo, pero sigue viva. Pero para llevar a cabo su plan hacen faltas dos cosas: más poderes y más dinero.

(1) Las necesidades de financiación eran perentorias. Se pone la esperanza en la obtención de un empréstito de los Estados Unidos de 1.500 millones de pesetas, ofreciendo las rentas de Cuba de los siguientes veinte años entre otras concesiones, pero finalmente el negocio no se formalizará. 
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EL XIX. LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA. LA FEDERAL.

  Si no había prisa, parecen disimularlo muy bien los parlamentarios, pues nada más leerse en las Cortes los escritos de abdicación de Amadeo de  Saboya y contestación de las Cortes aquel 11 de febrero de 1873, se oyen en alta voz palabras de urgencia: “A votar, a votar”. Nunca, en España, en tan poco tiempo, iban a pasar tantas cosas.

   Y se vota. Con 258 votos a favor y 32 en contra España cambia de régimen. Casi con la misma rapidez, se cesan ministros, se nombran otros y comienzan los problemas, porque apenas unos días después la primera conspiración está en marcha. Miembros del partido radical, antes valedores de Amadeo, ahora tratan de encumbrar al general Serrano en la presidencia de la República. Puede que entre otras, la pésima situación de las finanzas públicas, la indisciplina en el ejército, la inseguridad con que los conservadores ricos ven amenazados sus bienes ante el ambiente revolucionario que se palpa, sea causa de tal maquinación. El momento es propicio. Acaba de nacer un nuevo Régimen, acaba de ser nombrado un gobierno; todo es tan reciente, todo da tal sensación de interinidad que parece el momento apropiado. Ha sido nombrado jefe del poder ejecutivo don Estanislao Figueras, hombre de prestigio, pero es ministro de la Gobernación don Francisco Pi y Margall. Dueño de la cartera ministerial desde hace apenas doce días ya ha tenido don Francisco en tan corto espacio de tiempo que disolver las juntas revolucionarias y reponer los ayuntamientos, tratando de mantener un cierto orden, cuando enterado del caso Pi, todo un carácter, desde su despacho en la Puerta del Sol, invadido por la Guardia Civil, se presenta en la Cortes, irrumpe en el despacho de su presidente, Cristino Martos, y se desahoga amenazante:
  ─Traidor, quieres poner a Serrano al mando, quieres que tus radicales sigan defendiendo privilegios, y mandas a la guardia civil a la Puerta del Sol.
   Martos, amedrentado, trata de justificarse balbuceante.
   ─Córdoba, el general Córdoba es el culpable. Él es quien ha enviado los guardias a Sol, quien está detrás de todo. Yo no, yo no…

   De poco sirven a Martos las excusas(1). Pi y Margall impone nuevos cambios en el gobierno, al que se conocerá como el "gabinete homogéneo", formado sólo por republicanos. Cristino Martos no tiene más remedio que aceptar y, además, pasar la vergüenza de tener que disculparse ante el general Córdoba, al enterarse éste de las acusaciones que le hizo.

   La naciente República tiene prisa en actuar. Varios proyectos fracasados durante la monarquía saboyana son aprobados: queda abolida la esclavitud en Puerto Rico y, muy inoportunamente, con una guerra en Cuba y otra contra los carlistas en España, suprimidas las quintas y formada una reserva de batallones de “Voluntarios de la República”; pero los problemas del nuevo régimen, sin embargo, no han hecho más que comenzar. Por lo pronto, en marzo, se producen disturbios en Cataluña, primer episodio de la furia cantonalista que se avecina. A Barcelona acude el presidente Figueras. Pi y Margall, permanece en Madrid. Es federalista, pero también ministro de la República, y, como esto último, su compromiso no esta por seguir los pasos dados en Cataluña. Piensa que son  las Cortes las que han implantado la República y deben ser las Cortes las que decidan si aquélla debe ser federal o no.

Firma de don Francisco Pi y Margall. Fotografía tomada del libro
España histórica de Antonio Cárcer Montalbán. Ediciones Hymsa. 1934

   Sin que los sucesos de marzo estén resueltos, a primeros de abril, se multiplican los problemas. Se oyen rumores: que si Serrano pretende ser presidente, que si el pretendiente don Carlos se apoya en aquél, que si Alfonso, en el exilio como su madre Isabel desde hace cinco años,  puede volver, que si los federalistas van a dividir España en cantones. En los días siguientes las cosas siguen igual o peor. Se han creado los Batallones de Voluntarios de la Libertad. Su intención es tomar Madrid. Los generales Serrano, Topete, los dos principales generales, aún vivos, impulsores de la revolución de 1868, y Caballero de Rodas, están dispuestos a asumir el poder si los batallones logran su objetivo. Estos batallones van tomando algunas zonas de Madrid. Están formados por gentes variopintas que, agrupadas por sus afinidades, ha servido para que se les conozca por nombres referidos a su condición. El batallón que toma la Plaza Mayor es conocido como el Escuadrón del Agua de Colonia, que tal es la finura de sus miembros, patrocinados por el marqués de Bogaraya; en Antón Martín sienta sus reales el escuadrón del Aguarrás y en las Vistillas el del Aguardiente, del que es fácil suponer el porqué de su nombre. A éstos el gobierno republicano opone otros batallones, los de Voluntarios de la República, que junto al ejército se enfrentan a los insurrectos. En la plaza de toros y sus alrededores se hacen fuertes los golpistas, pero finalmente resultan neutralizados por las fuerzas del gobierno.

   Sin hacer caso a las peticiones de aplazamiento de las elecciones, el Gobierno, pese a los difíciles momentos vividos, decide mantener los comicios de mayo, afirmando que serán escrupulosos en mantener la limpieza de los mismos.

   En una circular remitida el 5 de mayo a todos los gobernadores civiles de España con motivo de los próximos comicios para la elección de Cortes Constituyentes decía Pi: "No tiene el ministro por el mejor de los gobernadores el que procure el triunfo a más candidatos adictos a su causa, sino al que sepa conservarse más neutral en medio de la contienda de todos los partidos. El que más respete la ley, el que mejor garantice el derecho  de todos los candidatos y la libertad de todos los electores, ese será el se muestre más merecedor de gobernar una provincia. No ha venido la República para perpetuar abusos, sino para corregirlos y extirparlos".

   Prueba de la sinceridad con la que se expresó Pi en las instrucciones impartidas queda patente cuando el gobernador de Huelva, Antonio Sánchez Pérez, le sugirió eludir sus recomendaciones para que Oreyro, ministro de Marina, obtuviese el acta de diputado. Pi, tajante, curso a Sánchez telegrama. Decía éste: “Aténgase a lo mandado”.

   Personaje controvertido, fiel, contra toda marea, a sus ideas federalistas, en lo personal también da muestras de su carácter. La proverbial austeridad por la que es también conocido se comprueba cuando, durante su mandato como ministro, desaprobando costumbres arraigadas, pero a su juicio indebidas, cierto día de mucho trabajo debió don Francisco permanecer en el ministerio despachando diversos asuntos. Llegada la hora del almuerzo, llamó a un ujier y le pidió encargara que le trajeran un menú del café Levante. Parece que el subalterno, extrañado y confundido por la orden, ante tan insólita y modesta petición, se atrevió a decir al ministro que era costumbre que el ministro se sirviera de Lhardy(2), el famoso y caro restaurante madrileño; pero don Francisco, insistiendo, espetó al ujier:
    ─De Lhardy se servirá a quien pueda costeárselo. Yo soy pobre, así que haga el favor de encargar el menú del Levante que le he pedido.
    ─Así lo haré, excelencia, pero debo advertirle que para estos casos están los “fondos de material”.
   ─ ¡Ah, sí! Los “fondos de material…” Vaya, por favor, y encargue lo que le he pedido del café Levante, y luego busque al habilitado y haga el favor de decirle que venga.
    Así lo hizo el bedel y al poco comparecía ante don Francisco el habilitado. Yendo al grano el ministro le preguntó si los empleados que hacían horas extraordinarias por necesidades del servicio veían compensado su trabajo con cantidades extraordinarias proporcionales al tiempo dedicado.
  ─Sí, sí, claro, señor ministro. Se les pagan las horas extraordinarias como es costumbre ─contestó el habilitado.
    ─Y, dígame, ¿es costumbre también abonar las comidas que esos mismos empleados se hacen traer al ministerio desde los restaurantes próximos?
      ─Así es, señor ministro. Esa es la costumbre.
   ─Pues esa costumbre termina hoy. A partir de ahora la costumbre de comer a costa del Estado se ha terminado.

Lhardy. Inaugurado en 1839, su fachada en madera de
caoba traída de Cuba se conserva en su estado original

   A principios de junio se forman las Cortes Constituyentes. Una ridícula participación en las elecciones del 15 de mayo de apenas un cuarenta por ciento, ha dado con una abrumadora mayoría de republicanos federalistas, muy pocos radicales, poquísimos alfonsinos, conservadores y otros diputados sin clara afiliación; y un solo republicano unitario.

   No es de extrañar que con esos resultados, una vez constituidas las Cortes, en cuanto se propuso la forma que debía adoptar la República, ésta resultara votada favorablemente como de tipo federal, con sólo dos votos a favor de la República unitaria. El de Ríos Rosas fue uno de aquellos votos y cuando se le habló sobre el escaso apoyo que tenía la República unitaria con aquellos dos votos, contestó presto: “Bastan, con dos ruedas anda un carro”. 

   Muchas más ruedas tenían los federalistas para hacer rodar su proyecto, pero su distinto tamaño la haría descarrilar muy pronto.


(1) Martos y Pi y Margall, tras aquel incidente, nunca más volverán a saludarse. Casi quince años después, en un acto protocolario durante la formación de las Cortes de 1886, Martos tendió la mano a Pi, que le negó el saludo.

(2) Lardhy era el mejor restaurante de Madrid. Había sido inaugurado, a todo lujo, por Emilio Lardhy, en 1839, un suizo que en muy poco tiempo consiguió que su establecimiento fuera frecuentado por la corte y la alta sociedad madrileña.
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EL BÚNKER DE EL SALER

   No es una obra de arte, su visión no despierta curiosidad por su belleza y quizás por ello se encuentre abandonado a su suerte, pero el  búnker, cuya torreta, única parte visible y conocida desde que se perdiera el recuerdo de su existencia, tiene su breve historia.

   Sepultado y olvidado durante décadas, en 1998 fue descubierto lo que justo sesenta años antes el general Miaja había ordenado construir, en la playa de El Saler, para defender la ciudad de Valencia de un eventual ataque marítimo por las fuerzas de Franco.


   El búnker del que hoy se sabe es un gran laberinto de galerías subterráneas, con dependencias para su habitabilidad y operatividad permanente, no fue sólo bastión republicano durante la Guerra Civil española, porque terminada ésta, durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, el ejército lo mantuvo operativo ante el temor de un posible desembarco aliado.

   La torreta fue dotada con un cañón, pero no con un cañón cualquiera. Tenía éste un alcance de 12 kilómetros, era un doble cañón Vickers Amstrong de 305 mm. y procedía del poco antes desguazado “Jaime I”, tampoco éste un barco cualquiera, pues el “Jaime I”, un acorazado que en 1933 había trasladado a Valencia los restos mortales de Vicente Blasco Ibáñez, fallecido en Mentón,  había sido  el buque insignia de la Armada de la República, desguazado poco antes en Cartagena tras hundirse a causa de una explosión durante una reparación.


   Hoy el bunker sigue oculto, abandonado como la torre lamida por las olas del mar, que la alcanzan al subir las pequeñas mareas mediterráneas o el mar encrespado, que corroe sus cimientos y parece yacer moribunda sin otro destino que, como si un castillo de arena fuese, deshacerse y confundirse con la arena de la playa, ante la indiferencia de los bañistas y el olvido de los representantes de sus propietarios, todos.
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UN REY PARA ECUADOR

   Apenas habían pasado cinco años desde que María Cristina de Borbón Dos Sicilias, la reina gobernadora, dejara la regencia española en manos del general Espartero y tomara el camino de París hacia un exilio muy particular, cuando el general Juan José Flores, a nueve mil kilómetros de distancia, en un recientemente constituido Estado de Ecuador, resultado de la disolución de la Gran Colombia, se veía obligado a lo mismo. Aquélla, aunque por voluntad propia, forzada por los acontecimientos; éste también por la fuerza de los hechos, pero contra su voluntad.

   Mas otras cosas tenían en común la reina y el general. Nacieron en distintos lugares de los que el destino puso bajo su mandato. Ella nació en Palermo, y fue reina de España; él en Venezuela, y fue presidente del Ecuador. Se conocieron porque el interés hizo que los presentaran y porque parte de su ser estaba hecha de la misma pasta: la ambición.

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   Ecuador, en 1830, tras disolverse la Gran Colombia, precisa un presidente, y Juan José Flores Aramburu, un joven de treinta años, político y militar de meteórica carrera, compañero del general Sucre, muerto poco antes,  está dispuesto para ocupar el cargo. Durante los primeros años del joven Estado, con alguna alternancia, ocupa su presidencia; pero en 1845, debido a una nueva Constitución con la que trata de perpetuar su poder dictatorial, estalla la revolución que da con el general en el exilio.

El general Juan José Flores

   Pero contrario a lo que el destino le depara, no tarda Flores en planear cómo recuperar el poder, más no desde dentro, sino desde donde él está. Su plan: invadir Ecuador y, para garantizar el éxito de su propósito, ofrecer el país, convertido en monarquía, a Juan Bautista Muñoz y Borbón,  sexto hijo, tercero de los varones, que la reina madre, María Cristina, tiene con Agustín Fernando Muñoz, con el que se casó en cuanto murió el rey Fernando VII de España. El ofrecimiento tiene su aquel, pues Juan Bautista cuenta apenas con cinco años de edad y, naturalmente, hasta su mayoría de edad el general se ocupará de la regencia del nuevo reino.

   También trata de convencer de lo conveniente de su proyecto a los gobiernos de Europa. Lo intenta primero en Inglaterra. Propone Flores la invasión, y argumenta en su favor la garantía del libre comercio, asunto siempre esencial para Inglaterra, contra el que dice estar en contra el gobierno ecuatoriano. En Francia Luis Felipe le agasaja con enormidad, tanto que Flores deja Francia como Gran  Oficial de la Legión de Honor. Luego en Roma visita al Papa, conoce al embajador de España en Nápoles, el duque de Rivas, claro ejemplo por sus obras literarias de romanticismo decimonónico; y sea por ese espíritu o por las dotes persuasivas del general, el caso es que don Ángel de Saavedra, le abre las puertas de España. Con las cartas credenciales del duque de Rivas, Flores se presenta en Madrid. El primer encuentro con el ministro de Guerra, el general Laureano Sanz, según voces de la época, no fue todo lo bien que Flores esperaba, el compromiso de la empresa asusta al ministro; pero con Istúriz, jefe del Gobierno, y rendido admirador de la reina madre, el asunto recibe el empujón que Flores desea. Se le presenta a Muñoz, el duque de Riánsares, y comienzan las reuniones para perfilar la operación y dotarla de los recursos necesarios.  Los costes de la expedición son considerables, y aunque los recursos de María Cristina grandes y aporta una gran cantidad, son insuficientes para tan magna empresa. Se recurre, pues, a la banca y las grandes fortunas del país. María Cristina y su marido Muñoz, ponen en el proyecto grandes esperanzas. A la entronización de uno de sus muñones, se suma la posibilidad de realizar grandes negocios en el futuro. Se habla con el banquero Nazario Carriquiri, con el marqués de Salamanca, con José Buschental… Éstos le imponen condiciones tan exigentes que aunque inicialmente son aceptadas de mala gana por el general, son al final causa de que el plan fracase. Así se desprende de una carta dirigida al conde de Retamoso, José Antonio Muñoz, cuñado de María Cristina, en la que se queja de las duras condiciones exigidas y solicita su mediación para suavizarlas. Nada obtiene el general Flores de esta súplica, y así, los reveses económicos, su libertino comportamiento personal y la falta de disciplina de las tropas contratadas, dan al traste con el proyecto, que hasta entonces, sin ser secreto,  era discreto, y que pasa a ser de dominio general. Istúriz, cuyo gobierno, por deseo de María Cristina que, como si de una segunda reina de España se tratara, o primera, según se mire, pues la joven Isabel, coronada en 1843, está bajo la constante atención de su madre, ha intervenido en el proyecto, aunque sin reconocerlo, se desentiende del asunto, lo cual no impide tener problemas con ciertos gobiernos americanos que acusan al español de connivencia con Flores. En el propio Senado Istúriz dice: “El Gobierno es enteramente extraño a la expedición del general Flores”. Son palabras que nadie cree, para negar lo que todos saben. El gobierno de Istúriz tenía los días contados.
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LA GARDUÑA

   Esta es la historia secreta de una sociedad tan secreta que es difícil saber si es real o fantástica. Muchos han sido los autores dedicados a explicar lo que sólo uno fue capaz de dejar escrito, copiando y reproduciendo aquellos lo publicado en un solo libro “Misterios de la Inquisición de España”.

   Escrito y editado a mediados del siglo XIX, mezcla de novela y ensayo, de verdad y fantasía, como lo hicieron Dumas, Dickens y tantos otros menos famosos, pero igualmente animados por el estilo historicista del siglo XIX, contiene el libro la historia de la Garduña, una hermandad dedicada al crimen, que durante cuatro siglos operó en las ciudades de España hasta quedar desmantelada a principios del siglo XIX, durante el Trienio Liberal.

   Como si el carácter reservadísimo de la hermandad debiera extenderse a todo lo relacionado con ella, el libro que de ella habla, “Misterios de la Inquisición de España”,  tiene también su secreto. Escrito por un tal Víctor de Fereal, seudónimo, al parecer, de madame de Suberwick, quien a su vez oculta el nombre de otra dama, una escritora francesa de nombre desconocido, contiene anotaciones históricas de Manuel Cuendías, un liberal que vivió los tiempos de Riego, durante el Trienio Liberal. Cuando llegaron el duque de Angulema y los Cien mil hijos de San Luis y fue puesta la corona de España, otra vez, sobre la testa de Fernando VII, le convino dejar España. Anduvo por Inglaterra primero, por Francia después, hasta que volvió a España ya mediado el siglo.

   Es en dichas notas de carácter histórico donde precisamente se da cuenta de todo lo relacionado con la cofradía de la Garduña. Habla de sus orígenes, allá en los lejanos tiempos del siglo XV, de cómo estaba organizada la hermandad, de sus estatutos,  de sus relaciones con sus clientes, y de su eliminación.

   Durante el juicio que supuso el ocaso de La Garduña, en 1821, se vio cómo la organización criminal había recibido el encargo de secuestrar a María de Guzmán, una sevillana de buena familia. Así se hizo, pero los dos garduños que se ocuparon de la fechoría violaron y acabaron asesinando a la secuestrada. Al enterarse de lo sucedido Francisco Cortina, el hermano mayor, furioso, dio o mandó dar muerte a los indisciplinados hermanos y, al parecer, esto fue lo que facilitó las pesquisas policiales que condujeron a la detención de Cortina y veinte miembros de la orden por un grupo de cazadores de montaña bajo las órdenes de Manuel Cuendías, el mismo que años después redactaría las únicas notas referidas a la sociedad. Fueron hallados numerosos documentos, libros de cuentas donde constaban los encargos que recibía la hermandad, que al fin tendrían gran trascendencia como prueba condenatoria y supuso el ajusticiamiento de Cortina y dieciséis hermanos más, en Sevilla, el 25 de noviembre de 1822.

Ninguna prueba queda de la existencia de la sociedad
tras su desarticulación en Sevilla en 1821.

   Aún hay más. Todos los documentos intervenidos fueron entregados a la escribanía criminal de Sevilla el 15 de septiembre de 1821. Así lo dijo el propio Cuendías al que, para mayor confusión, muchos identifican con Víctor de Fereal; y allí estuvieron, o eso se cree, hasta que en 1918, en el incendio que arrasó la Audiencia Territorial de Sevilla todos los legajos, únicas pruebas documentales de la existencia de la sociedad en tres siglos de vida, fueron pasto de las llamas.

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IBERIA

   España y Portugal, unas veces por la fuerza, otras de grado, han coincidido en un destino único durante algunos periodos de la historia.  Primero como parte de las provincias romanas, luego con las invasiones bárbaras de alanos, suevos y visigodos, que camparon por unas y otras tierras, sustituyendo a la mayoría hispanorromana. También siglos después, hasta que en el siglo XII buena parte de Portugal había sido ya reconquistada para la cristiandad y gobernada por condes, en realidad delegados de los reyes astur-leoneses.

   Fue entonces cuando Enrique de Borgoña contrajo matrimonio con Teresa León, hija de Alfonso VI de Castilla, y el rey castellano, en recompensa por las conquistas logradas por Enrique, entregó al matrimonio el gobierno del condado de Portucal. La independencia llegó tras la muerte de Alfonso VI, pues Enrique se había declarado conde independiente, a cuya muerte fue Teresa León quien se hizo cargo del gobierno durante la minoría de edad de Alfonso Henriquez, quien sería el primer rey portugués.

   Desde entonces, fue Portugal casi siempre independiente; y así seguiría siendo, bien con la casa de Borgoña al principio, bien con la dinastía Avis, a partir de 1385, cuando el 15 de agosto de ese año, en Aljubarrota, las tropas de Juan I, vencieron, pese a su inferioridad numérica, que no táctica, a las del castellano Juan II, dando el espaldarazo definitivo a la soberanía portuguesa. De tanta importancia fue aquella victoria para Portugal que Juan I fundó, para recuerdo, el monasterio que los portugueses llaman de Batalha, aunque su nombre sea el de Santa María da Vitoria. Y es que en Portugal hablar de batalla, así, a secas, y de Aljubarrota es decir una misma cosa; y por eso el sustantivo ha ganado allí el derecho de escribirse con mayúscula.

   Así siguieron las cosas para Portugal, hasta que el rey Sebastián, en plena expansión lusa, en lucha con el rey de Fez, perdió la vida, o eso se dijo, y así lo creyeron muchos, no todos, en la batalla de Alcazarquivir, en 1578. El rey murió en Marruecos sin dejar descendencia; y fue entonces cuando los caminos de España y Portugal volvieron a unirse. Felipe II, uno de los nietos del rey Manuel defiende sus derechos y Portugal y España, si bien por la fuerza, vuelven a ser uno. Apenas sesenta años dura esta situación. En 1640 comienza una época de turbulencias para la monarquía hispánica. La política llevada a cabo por el conde-duque de Olivares enciende fuegos en Cataluña, Aragón, Andalucía, Sicilia, Vizcaya y Portugal. Francia e Inglaterra, como no, avivan el fuego en lo que pueden, que es mucho, y la situación se vuelve crítica. Muchos frentes para una monarquía en constantes luchas en el exterior. En Portugal, en diciembre de 1640, nobles portugueses nombran al duque de Braganza rey. Varias batallas se sucedieron, hasta que en 1668 por el Tratado de Lisboa, siendo ya rey portugués Pedro II, fue reconocida la independencia lusa.


   Al llegar el siglo XIX, sobre todo por parte de republicanos y federalistas, parece renacer un impulso reunificador. Llegan tiempos de nacionalismos integradores: Italia, Alemania se afanan en ello. En España, con esa misma pretensión, se alternan las uniones dinásticas con las ideas federalistas como las planteadas por Pi y Margall.

   Tras la revolución del 1868, cuando España busca rey, el gobierno piensa en un candidato portugués. Pone los ojos en Fernando de Coburgo, el rey viudo de María II. En España hay quien piensa, una vez más, en una posible unidad ibérica, muy improbable, pues allí reina Luis, el hijo tenido por Fernando y María, pese a lo cual la prensa española inicia una campaña unionista. De poco servirá, aún más, servirá para todo lo contrario. Fernando rechaza la oferta. Tiene otros planes. Seduce más al rey viudo cierta cantante de ópera que la corona de España(1).

   El sentir amistoso de las dos naciones y las dificultades para su integración, tan perseguida a veces, como buscada su separación cuando unidas estuvieron, se puede entender recordando una famosa anécdota protagonizada en tiempos no muy lejanos, a mediados del siglo XX, por el marqués de Lozoya, Director General de Bellas Artes y su homólogo portugués don Antonio Ferro, ambos además buenos amigos: trataban, los dos, asuntos propios de su competencia, proponiéndose programas de colaboración en materias artísticas. La confianza con la que se relacionaban les permitía hablar sobre deseos más audaces. El marqués en uno de sus encuentros opinó sobre cuán interesante y provechoso sería para Portugal y España la fusión de las dos naciones peninsulares. Ferro casi siempre de acuerdo con el español asintió dándole la razón al marqués sobre los beneficios que la amistad entre los dos países podría traer para ambas naciones, al tiempo que preguntaba al marqués si conocía la poesía provenzal trovadoresca. Dijo el marqués que sí, pero que no entendía bien por qué le preguntaba sobre ello, si nada tenía que ver con el asunto del que estaban hablando. Ferro le habló entonces sobre cómo los trovadores dedicaban a las damas objeto de su pasión los más bellos poemas, manifestando siempre su más fervoroso amor, pero sin pensar jamás en el matrimonio con ellas.

(1) Fernando de Coburgo rechazó de forma descortés el ofrecimiento hecho por los enviados del general Prim, anunciando su próximo matrimonio con la cantante Elisa Hendler.
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