Con unas murallas y un imponente
castillo que al viajero se le antojan inexpugnables, y con razón, pues la
historia le enseña cómo Daroca fue, y más de una vez, durante la Edad Media,
baluarte infranqueable en las apetencias de Castilla por el Reino de Aragón,
Daroca recibe al viajero, dándole paso por la Puerta Baja, la más antigua y
juzga el viajero que también la más hermosa de las que tiene la ciudad. Cruzar
el arco de la puerta, es verse en la calle Mayor llena de comercios y gente
que, de principio a fin, es decir, desde la Puerta Baja a la Alta, camina por ella: visitantes o vecinos, unos
curiosos, dedicados otros a sus compras y haceres cotidianos. Lee el viajero
que antes que calle fue rambla y poco cuesta al viajero creerlo, pues por
Daroca pasa el río Jiloca y hacía él discurren cauces de muchos barrancos que,
vistos en el mapa, son paralelos a la gran calle. Pero la naturaleza rara vez
cede a los caprichos del hombre, y no por ser calle las aguas que bajaban de
las tierras altas dejaban de buscar salida por su camino natural, el que ahora
los hombres querían para sí. Y si dicen que la necesidad agudiza el ingenio,
los darocenses lo desplegaron en poco más de cinco años, eso sí, a base de
pico y pala, pues entre 1555 y 1560 construyeron un túnel, La Mina, de más de
setecientos metros de largo, seis metros de ancho y ocho de altura, que
atraviesa el cerro de San Jorge y canalizaba las torrenciales aguas que hasta
entonces amenazaban la ciudad. Y fue tan perfecta la obra que, aunque fueron
dos brigadas las que comenzaron a excavar el monte, una a cada lado del cerro,
cuando coincidieron en el centro, resultó tan recta la mina que la luz del
final del túnel se veía desde cualquiera de las dos entradas.
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Daroca. Puerta Baja |
Cerca de la calle Mayor el
viajero encuentra la Colegiata de Santa María, templo si no hecho, sí rehecho para
la veneración de los famosos Corporales de Daroca. La historia de estos
corporales transcurre lejos de Daroca, pero quiere el viajero recordar aquí cómo
fue que llegaran hasta Daroca aquellos paños.
Tras la conquista de Valencia, en
1238, por Jaime I, las tropas cristianas avanzan hacia el Sur. Al año
siguiente, guiados por Berenguer de Entenza, tío del rey Conquistador, soldados
de Aragón están próximos a Luchente y al castillo de Chío. El 23 de febrero de
1239 se prepara un combate entre cristianos y agarenos. Acompaña a las tropas
aragonesas el capellán Mateo Martínez, darocense de la parroquia de San
Cristobal, que para obtener la gracia del Todopoderoso oficia una misa. Cuando
las tropas de ambos bandos iban a entrar en combate el sacerdote oficiante
ocultó las sagradas formas bajo unas rocas para salvaguardarlas de la barbarie
infiel, caso de ser capturado. Cuando al terminar la contienda, con victoria
cristiana, el prudente clérigo fue a recoger las hostias envueltas en los
corporales, éstos teñidos de rojo guardaban ahora convertidas en carne de
Cristo los trozos de pan ácimo puestos por el capellán. Comprobado el prodigio,
para venerar aquellos milagrosos corporales, unos quisieron que quedasen allí,
y que en el lugar de la batalla se levantara una ermita; otros que, como el
capellán Martínez, se llevaran a Daroca. El desacuerdo se dejó en manos de la
providencia. Se guardaron los corporales en unas alforjas puestas a lomos de
una mula y se dejó que fuera ésta la llevara los corporales donde su libre
albedrío dispusiera. Y así fue cómo la mula, llegando a Daroca, se detuvo y
cayó fulminada. Allí quedaron los corporales, y allí se conservan aún en la
colegiata de Santa María.
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Daroca. Colegiata de Santa María. |
El viajero queda un poco
decepcionado, un sentimiento que cuantifica así, por no emplear el más
contundente y absoluto de ver totalmente frustradas sus ganas de ver el templo.
Hay veces que hay suerte y las puertas de la Casa de Dios están abiertas, como
parece que deberían estar siempre. Otras, encontrándolas el viajero cerradas,
acaba entrando: “Llamad y se os abrirá” dijo el evangelista San Lucas; y otras
viéndolas cerradas a cal y canto, parece que sean las puertas del cielo, que
San Pedro las guarde y al viajero le vete el paso, pues no hay manera de entrar
donde el viajero quiere. Y así le sucede al viajero, que San Pedro está de
guardia y el viajero se queda con las ganas. No es día ni hora de
abrir. Y es que el viajero traía aprendido que hay en la Colegiata capillas,
como la de los Corporales, y pinturas murales de cierto interés, que el viajero
se queda con las ganas de ver, pero no de avisar de que están y de desear a
quien vaya detrás de él que la fortuna le favorezca.
Se conforma con ver por fuera el
templo, que fue remodelado en su anterior fábrica y dejado como hoy está a
finales del siglo XVI por el arquitecto Juan Marrón. El viajero pese a todo, no
está triste por el contratiempo. Daroca es encrucijada, lugar de mucho paso
para otros muchos sitios, y sabe que volverá a pasar por aquí otra vez. Quizás
entonces San Pedro, sonriente, le espere con las puertas abiertas.