El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que se trata de una locura, pero también define la manía como extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada.
Algunos personajes de la historia han sido víctimas de muy variadas manías; pero sin entrar en precisiones psiquiátricas, que las harían dignas de tratamiento en un diván, podemos recordar algunas de las que llevaron a cabo algunos de ellos.
Puede que las de Calígula, variadas y constantes, no fueran más que la manifestación de una locura en toda regla, y es que historiadores y psiquiatras reconocen en su comportamiento la disociación de la personalidad propia de los esquizofrénicos. Nombró cónsul a su caballo Incitatus, obligó a los senadores a enfrentarse entre sí, como vulgares gladiadores, en el circo. Tan pronto despertaba aterrado en medio de la noche gritando fuera de sí, sin razón para ello, como durante el día ordenaba decapitar las estatuas de Júpiter para colocar en ellas su testa esculpida, creyéndose un nuevo dios. Pero dentro de su locura, el orate desarrolló manías, a cual más excéntrica. Los beneficiarios de ellas fueron las fieras del circo, que disfrutaron de un variado menú: primero de calvos, porque el emperador, ido del todo, un día despertó con aversión hacia ellos; después de filósofos a los que odió durante una temporada. Salvo el entonces joven Séneca, que se fingió gravemente enfermo y Claudio, tío del maniático, que pasaba por tonto, todos fueron eliminados.
Naturalmente, no fue difícil encontrar quien liberara a Roma de semejante monstruo. Casio Quereas, comandante de los pretorianos, le clavó un puñal. Sus soldados hicieron lo propio con su esposa y su hija. Una sociedad desquiciada, dominada por el terror, se recuperaría gracias a su sucesor, el “tonto” Claudio que, listo, había logrado sobrevivir a su sanguinario sobrino.
Mil quinientos años después, Carlos V hizo una visita a Brujas. El recibimiento fue majestuoso, como correspondía. El emperador, en agradecimiento a tal acogida, decidió concederles lo que pidieran. Preguntó qué necesitaban en la ciudad. Le contestaron que precisaban de un manicomio. Pasado un tiempo, el emperador volvió a la ciudad para hacer entrega de lo prometido. Había construido una muralla que rodeaba la ciudad y la entregaba a sus habitantes diciendo: “Ahí tenéis vuestro manicomio, pues estáis todos locos”.
Un siglo más tarde, en Francia, un rey, de nombre Luis, de ordinal trece, anduvo entre manías toda su vida. Dicen que su padre, Enrique IV, le propinó una paliza cuando vio como su retoño, niño aún, aplastaba sin piedad la cabeza de un gorrión que acababa de capturar. El caso es que el pequeño Luis desarrolló una conducta peculiar durante toda su vida. Quien había nacido para ser rey, para ser servido, tuvo aficiones de lo contrario. Gustaba de servir a los demás. Cuando no ejercía de cocinero, lo hacía de barbero. En una ocasión se entretuvo en afeitar a sus oficiales que, resignados, vieron rozar su piel con el filo manejado por tan regias manos.
Y si los hombres han sido objeto de manías variadas, los animales no lo han sido menos. Perros, gatos, palomas han sido causa de temor o afición según los casos.
Nicolás Tesla nació en tierras balcánicas a mediados del siglo XIX. Hijo de un sacerdote ortodoxo, vivió sus primeros años en un medio campesino. Curioso y de viva inteligencia, ya de niño exhibió un comportamiento propio del inventor que llegaría a ser: valiéndose tan sólo de un paraguas para el aterrizaje, se lanzó desde el tejado de la casa familiar. Su intención era volar. Casi le costó la vida. Tenía cinco años. Después, más mayorcito, estudió ingeniería y tras un periplo por distintas ciudades europeas, a los 28 años emigró a los Estados Unidos. Allí dieron fruto sus investigaciones. Primero al servicio de Edison. Después, al de Westinghouse. Tesla firme partidario de la corriente alterna abandonó al primero y trabajó en el equipo del segundo(1). Al fin, independizado, solo, desarrolló una fértil actividad creadora. Registro más de doscientas patentes, la mayor parte de ellas de aparatos eléctricos; pero la añoranza por la campiña europea hizo mella en él. Comenzó a sentir pasión por las palomas, quizá lo más parecido a los gansos y aves de corral que revolotearon a su alrededor cuando trataba, cual Ícaro, de volar sobre la casa de sus padres. Su afición por las palomas fue tal que abandonaba el trabajo en su laboratorio y se dirigía a un parque cercano para darles de comer. Si no podía atenderlas él, siempre debido a fuerza de causa mayor, encargaba a otra persona que lo hiciese. La obsesión por las palomas le llevó a adoptar una como compañera. Decía mantener con ella comunicación telepática. Afirmaba que se comunicaban sus desdichas y se consolaban mutuamente. A estas alturas su iniciativa científica estaba agotada y sus recursos económicos muy disminuidos.
¡Pobrecillo, después de tantas traiciones sólo podía fiarse una paloma!
ResponderEliminarDicen que los genios tienen algo de loco, creo que eso lo dicen los locos comunes, los que no son de atar. Ni una loca, ni una que hayas citado, locas las hay y las ha habido pero no las cito quizá en otra ocasión nos quieras deleitar con tu magnifica manera de entre historia y sorna contarnos sus avatares. Un abrazuco
ResponderEliminarRecordemos también cuando Calígula, en sus delirios de grandeza, declaró la guerra al mismísimo Poseidón, dios del mar, y condujo sus tropas hasta la playa, les ordenó hender las aguas con sus armas y luego, considerándose victorioso, los puso a recoger conchas como botín de guerra.
ResponderEliminarUn saludo.
Una vez más acudo a su página para encontrarme con un episodio de los que dejan un poso duradero.
ResponderEliminarMe pregunto qué nombres citaría usted en un texto similar sobre personajes actuales. Saludos.
Todos tenemos alguna manía rara o inconfesable, solo que llaman mucho más la atención cuando hacen ostentación de ellas los personajes públicos. Bueno, en el caso de Calígula... el listón estaba demasiado alto para el resto de los mortales; aunque tal vez cargaron un poco las tintas los historiadores Suetonio y Dión Casio, por las humillaciones infligidas a la casta senatorial.
ResponderEliminarUn saludo.
Hay muchos cuerdos locos y viceversa. Un placer leerte. Saludos
ResponderEliminarDecía mi abuelo que de lejos parece y de cerca se nos nota que somos locos... Lo de Calígula fue lo que históricamente se conoce como "fiebres cerebrales". Es posible que haya sido algún parásito, pero será difícil saberlo.
ResponderEliminarSaludos Amigo. que todo vaya bien
La locura se refleja de muchas facetas y el dañar al prójimo es una de ellas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Todos tenemos de vez en cuando ramalazos pero en estos casos son continuos. Interesante.
ResponderEliminarLocos, maniáticos, bipolares, originales, desequilibrados, de trato difícil, a veces geniales, a veces temibles... Humanos al fin y al cabo. Y seguramente, en el caso de los reyes, con una carga genética y de vivencias infantiles difíciles de soportar.
ResponderEliminar...Sería interesante indagar sobre las razones de los dirigentes del mundo actual...Pero, no es el lugar ;)
Un placer volver a tus escritos, siempre tan interesantes.
Un abrazo y una sonrisa :)
Sabido es, que el mundo está lleno de locos y maniáticos, pero, cuando estos tratan de eliminar a seres humanos, como el caso de Calígula -para que andarnos con chiquitas-, eran crueles asesinos, y como tal, se debería haber escrito la historia.
ResponderEliminarMuy interesante.
Un abrazo, amigo.
Me declaro loca piantada feliz Tu texto una maravilla
ResponderEliminarMuchos personajes históricos padecieron enfermedades mentales que para la época se agrupaban bajo el paraguas unificador de la locura. Ahora podrían ser definidas con diferentes descripciones psiquiátricas, algunas de ellas de carácter leve.
ResponderEliminarMe quedo con el manicomio de Brujas. Muy buena anécdota.
Un saludo