Tras
la dimisión de Salmerón, fracasados antes los gobiernos de Figueras y Pi y
Margall, durante los que el caos se adueña de la Nación, Castelar parece la
única opción para enderezar la adversa situación que hiere a España. Fincas
incendiadas, revueltas, anarquía en fin, se extienden por Andalucía, Castilla,
Extremadura. Su causa: hambre y miseria, fanatismo y revolución. Y mientras el
pueblo sufre, los políticos continúan sus tejemanejes.
La
necesidad de amplios poderes para restablecer el orden lleva al Poder Ejecutivo
a tomar medidas de carácter muy autoritario. La propuesta de suspender las
sesiones de las Cortes hasta el 2 de enero de 1874 es aprobada por la Cámara a
mediados de septiembre. Se deja así vía libre, sin interferencias, y con
prácticamente poderes de guerra, para que el Gobierno dedique sus afanes a recuperar
el orden perdido y salvar la República, ahora, desde el poder, de tipo unitario
tras las experiencias segregadoras.
Enseguida
se adoptan medidas tildadas, con cierta injusticia, más propias de una
dictadura que de la democracia que se dice defender. Es cierto que se anulan
todas las licencias de armas, se suspenden las garantías individuales y, a la
prensa se le imponen ciertas restricciones a su libertad. Con la imposición de
cuantiosas multas a quienes incumplieran el decreto se prohíbe a la prensa
publicar incitaciones a la rebelión contra el Gobierno constituido, defender
cualquier acto rebelde o sedicioso o la conducta de quienes estén en armas
contra el Gobierno y publicar cualquier noticia sobre insurrecciones, que no
hubiera sido comunicada por conductos oficiales, esta última medida suavizada
poco después ante la presión que con sus críticas recibe el gobierno por parte
de la prensa. “La Independencia Española” comienza así un artículo en defensa
de sus derechos: “El señor Castelar, el
antiguo demócrata, el que tantas veces ha dicho que con sólo la libertad de
imprenta, aunque faltase todo lo demás, había lo bastante para destruir cualquier
tiranía y oponerse a toda reacción; el señor Castelar, que tan magníficos
piropos ha dedicado a la prensa en sus brillantes discursos; el señor
Castelar…”; pero no menos cierto que tales medidas, temporales, y tan injustas
diatribas se hacen sobre un hombre con buenas intenciones, que sólo pretende sacar
España del atolladero en el que se encuentra. No pasarán muchos meses hasta que se
compruebe, con su leal proceder, cuán injuriosas resultan las críticas vertidas
sobre su persona.
El
dinero, tan necesario como el poder para mantener la lucha en el Norte y
Cataluña contra los carlistas, en Cartagena para doblegar a los cantonalistas,
y en las Antillas, donde cunde el ejemplo secesionista de la metrópoli se
obtiene con la emisión de empréstitos tanto dentro como fuera de España, aunque
nunca en las cantidades precisas para tantas necesidades.
Porque en
el norte los carlistas, con un poderoso ejército, constituyen no el único, pero
sí el mayor quebradero de cabeza para la República. Un gran ejército da amparo
a las pretensiones de Carlos VII, instalado en Estella y allí, en Montejurra,
es donde los ejércitos carlista y republicano se ven las caras a principios de
noviembre: un esfuerzo estéril para las fuerzas de Madrid que dará alas a los
carlistas que, sin tener en su poder ninguna capital de provincia, sí lograran
penetrar en Aragón, Valencia y rondar las puertas de Madrid. Y aún más,
establecida por el pretendiente don Carlos una especie de corte en Estella,
organizar una eficaz maquinaria administrativa nombrando ministros, tribunales,
cobrando impuestos…, refundar la Universidad de Oñate, acuñar monedas con la
efigie de Carlos VII y emitir sellos de correos también. Hasta 1876 esta guerra
civil no verá su fin.
Pero
estamos en 1873, en los primeros días de noviembre. No tiene bastantes
problemas el gobierno de Castelar, cuando llegan desde Cuba muy preocupantes
noticias. No, no es la guerra contra los rebeldes que se mantiene en la Gran
Antilla, es el peligro de otra contra los Estados Unidos, nación con apetencias
sobre la isla, sí, pero también primera, y una de las pocas, en reconocer la
República Española. Y es que patrullando en aguas españolas de Cuba la corbeta
Tornado avista al Virginius, un vapor norteamericano sospechoso de realizar
contrabando de armas a favor de los rebeldes cubanos. Como se resistiera el
vapor a las órdenes que se le envían desde el buque español, dispara éste
algunos cañonazos que intimidan y doblegan la resistencia del Virginius, que es
llevado a puerto, a Santiago de Cuba. Allí, descubiertos miembros de la
resistencia, en juicio militar sin consultar con la superioridad de La Habana
ni de Madrid, son ejecutadas 53 personas entre rebeldes y pasajeros de
nacionalidad norteamericana y británica. El conflicto tiene efectos muy
preocupantes y obliga a intervenir directa y enérgicamente a Castelar. Don
Emilio habla con el general Sickles, el
embajador de los Estados Unidos en España, le ofrece, contando con el apoyo de
la oposición, todo tipo de garantías en la solución pacífica del asunto;
telegrafía a Polo de Bernabé, el embajador español en Washington para que
ofrezca lo mismo al gobierno norteamericano, y al Capitán General de Cuba la
orden de obedecer al gobierno y evitar a todo trance un enfrentamiento armado,
letal para la atribulada República española. Y lo consigue: conformes las
naciones e indemnizadas las familias de los ejecutados, el Virginius es
liberado.
Firma de don Emilio Castelar. Fotografía tomada del libro España histórica de Antonio Cárcer Montalban. Edioiones Hymsa. 1934. |
Conforme
se aproxima el 2 de enero, fecha acordada para un nuevo periodo de sesiones
tras la tregua parlamentaria dada al Gobierno, las cábalas sobre lo que
sucederá a partir de entonces no cesan. Castelar convencido de que su labor de
pacificación y restablecimiento del orden, conseguido sólo a medias, pero con
una situación considerablemente mejor que la heredada, le asegurará su
permanencia no duda, incluso, en rechazar ─no sólo por ese convencimiento, sino
también por su sentimiento demócrata─ la oferta de algún general que le
garantiza el poder por la fuerza. Lo sucedido en los meses anteriores son la
excepción, la necesidad de una nación en guerra, necesitada de orden, piensa, y
así lo dice en las Cortes.
Al
iniciarse la sesión del 2 de enero se suceden los discursos. Una sesión
maratoniana que se prolonga hasta la madrugada del día 3, cuando después de ser derrotado el presidente
Castelar en una votación de confianza, los federalistas, envalentonados, parece que van a ser de nuevo
dueños de la situación y con ellos reeditar multiplicados los desmanes que
afligieron España antes del orden impuesto por Castelar. Es este temor el que
convierte los rumores en realidad.
Pendiente
del resultado de la votación, a las siete y media de la mañana el Capitán
General don Manuel Pavía Rodríguez de Alburquerque, al conocer la derrota de
Castelar, se presenta con sus tropas en los alrededores del Congreso; hace
llegar una nota al presidente de la Cámara don Nicolás Salmerón. Conmina el
general al desalojo del hemiciclo, y advierte en la nota que de negarse los
diputados, será usada la fuerza para que tal suceda. Los siguientes minutos son
de gran tensión. Algunos hablan de resistir, ninguno de abandonar su puesto. Es
inútil. Entran algunos soldados. Se oyen disparos. Todos salen.
Aún
hay un último intento del general Pavía por mantener la Republica, y también el
orden. Castelar ya en la calle recibe el ofrecimiento del poder: lo rechaza, su
dignidad se lo impide, contesta.
Descartado
Castelar, el general Pavía, que no quiere el poder para sí, lo ofrece al duque
de la Torre, el general Serrano, que aún como presidente del Poder Ejecutivo de
la República forma gobierno. En el están, Sagasta, Martos, Topete, Echegaray…, pero
no don Antonio Cánovas del Castillo, quien voluntariamente permanece al margen.
El 8 de enero de 1874 queda disuelta la Asamblea Constituyente y anuncia el
gobierno la convocatoria de Cortes Ordinarias tan pronto sea restablecido el
orden y garantizado el sufragio universal libre.
Se
dedica, pues, el general Serrano al conflicto con los carlistas, con resultados
mediocres, que dañan su prestigio, siendo Sagasta de facto el alma del gobierno,
mientras, el partido alfonsino crece y la población harta de las pesadillas
vividas comienza a mirar hacia el exilio donde el joven Borbón crece y ser
forma. Sagasta, presidente del Consejo, y también Cánovas saben cuán difícil es
entronizar al Príncipe de Asturias en las Cortes. Muchos militares también lo
saben.
*
A
finales de 1874, nada más cumplir los diecisiete años, Alfonso de Borbón, que
estudia en el colegio militar de Sandhurst, en Inglaterra, publica un
manifiesto. Tras agradecer las felicitaciones por su cumpleaños, vindicarse
como único representante del derecho monárquico en España tras la abdicación de
su madre la reina Isabel, y señalar la orfandad legal en la que se encuentra la
Patria, termina “El manifiesto de Sandhurst” con las siguientes palabras: “Sea lo que quiera mi suerte, ni dejaré de
ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico ni, como hombre del siglo, verdaderamente
liberal”.
Uno
de los generales que sabe cuán difícil es entronizar al joven Borbón es el
general don Arsenio Martínez Campos, un militar de convicciones monárquicas.
Camino de Ávila, su destino o su confinamiento, recibe un telegrama: "Naranjas en condiciones". Es la clave. Da media vuelta y se presenta en Valencia. El día
29 de diciembre, en las afueras de Sagunto, arenga a las tropas reunidas y
proclama a Alfonso XII rey de España. Ganada enseguida Valencia, sin el apoyo
de su Capitán General, al que en un tren se despacha hacia la capital de
España, se telegrafía a Madrid dando
cuenta del pronunciamiento. Es allí Capitán General de Castilla la Nueva don
Fernando Primo de Rivera, que se suma al movimiento. El golpe se consolida. España ya tiene rey. Alfonso pronto lo sabrá,
porque al día siguiente, 30 de diciembre, el principe de Asturias llega a París
para celebrar el Año Nuevo con su madre en el Palacio de Castilla. De lo que acaba
de suceder don Alfonso recibe aviso: se prepara en su cámara para asistir a la
cena y luego a una función de la Ópera, cuando se le entrega una nota. Es
anónima, y dice: “Sire: Votre Majesté a
été proclamé Roi hier soir par l’armée espagnole. Vive le Roi”.