Aunque
en ella vivió un sordo genial, y es conocida como Quinta del Sordo, su nombre no
es debido a que el pintor universal, que dejó en sus paredes las famosas
pinturas negras, se lo diera, sino porque otro sordo, un tal Pedro Marcelino
Blanco lo era también, y a éste le compró Goya la casa.
No
vivió mucho tiempo el pintor de Fuentetodos en la finca, pero en los pocos años
que la habitó, hasta que en 1824 partió hacia Burdeos, tuvo tiempo de “decorar”
sus paredes con las pinturas que la posteridad iba a considerar como
precursoras del expresionismo de
principios del siglo XX.
Pero
en su momento aquellos cuadros pintados al óleo sobre las paredes de yeso de la
Quinta, expresión del estado anímico del pintor, enfermo por un lado, pero consciente de las
luchas entre los absolutistas fernandinos y los liberales de Riego, más
próximos a su pensamiento, por otro; reflejo de la impresión que España y la
sociedad española producían en su espíritu, o simplemente quizás una mezcla de
lo anterior con la melancólica visión del mundo de un hombre aislado por su
sordera, en su senectud, no fueron apreciados por casi nadie, pese a la fama
del pintor en vida.
Con
la caída del régimen liberal y el restablecimiento del absolutismo, Goya, como
pintor de cámara pidió permiso para tomar las aguas en Plombieres. Ya no
volvería a España(1); y
la Quinta en cuyos muros quedaron “Duelo a garrotazos”, “Saturno devorando a un
hijo”, “El gran cabrón”(2)
o “Perro semihundido” quedó en propiedad de su nieto Mariano a la que se la había
cedido poco antes de marchar a Francia.
Autógrafo de Goya. (Fotografía tomada del libro España Histórica de Antonio de Cárcer Montalbán. Ed. Hymsa. 1934. |
La finca, desde la muerte de Goya, fue usada por Javier, el único hijo que sobrevivió al maestro, a quien Mariano se la había cedido, hasta que en 1859 éste la vendió después de haber tasado don José Peláez, profesor de pintura, los murales de la Quinta del Sordo en 226.000 reales. Pudiera pensarse que dicho valor era escaso, en atención al renombre del autor. Hay que tener en cuenta que apenas cinco años después Segundo Colmenares la vendió a Luis Rodolfo Coumont por más de cinco millones de reales. Fue el señor Coumont, conocedor del valor de las pinturas, quien encargó al afamado fotógrafo Jean Laurent que realizara una serie de fotografías de la quinta y particularmente placas de las catorce pinturas de sus paredes. Laurent, francés afincado en Madrid en 1843, había alcanzado gran notoriedad como fotógrafo y desde 1861 fue fotógrafo de la reina Isabel II.
En
1874 era dueño de la finca el banquero belga barón Frédéric Émile d'Erlanger.
Tenía el barón claro interés por poseer las pinturas de Goya más que la finca y
si era posible, conseguir lo que nadie se había planteado hacer.
Por
ese tiempo era restaurador del Museo del Prado Salvador Martínez Cubells.
Martínez Cubells había nacido en Valencia. Hijo de un restaurador del Museo de
la Academia de San Carlos de Valencia, se trasladó a Madrid donde, tras las
peripecias propias de la vida bohemia, en 1869 ganó la oposición de la primera
plaza convocada de restaurador de la pinacoteca madrileña.
Fue
ocupando este empleo cuando Martínez Cubells recibió el encargo del barón
d’Erlanger de traspasar a lienzo las pinturas murales de la Quinta, con la
intención de llevarlas a París y tratar de venderlas. Martínez Cubells extrajo
las pinturas por el procedimiento del
strappo, consistente, tras preparar la pared, en extraer la capa
pictórica, que queda adherida en un soporte de papel de calco japonés o gasas
de algodón, y una vez arrancada la pintura de la pared, depositada y pegada en
el lienzo, donde se eliminan las gasas con las que fueron arracadas las
pinturas.
Llevados
a París los lienzos, d’Erlanger los expuso, durante la Exposición Universal de
1878, en el Palacio del Trocadero, pero el resultado no estuvo a la altura de
las expectativas. Aunque pintor de cámara del rey de España, y pintor famoso,
no había alcanzado Goya el renombre que la posteridad tenía predeterminado para
él y los cuadros expuestos no tuvieron comprador. En 1881 el barón donó todas
las obras al Estado Español, que ingresaron en el Museo del Prado, donde
todavía hoy se pueden ver.
(1) A excepción de un corto viaje a Madrid en 1826, para tramitar su pensión, que le fue concedida.
(2) No he podido
resistirlo. Uno, que es bastante moderado en sus expresiones, sin buscarlo, ha
encontrado ocasión correcta, más que de decir, de escribir, una de esas
expresiones incorrectas en las que la sonoridad es la base de su fuerza. Para
los que sepan la temática del cuadro, cuyo otro título por el que también se le
conoce diré después, quizás el título no sea muy sugerente; pero para los que
lo ignoran, se abre a la ocurrencia la personificación de tal cantidad de
individuos pasados y presentes, en el ámbito público o particular que incluso
el conocimiento de que se conozca también dicho cuadro como “El aquelarre”, no
será obstáculo para poner límites a la imaginación más desbocada.