Fue
un anhelo constante en su vida, pero su naturaleza desvalida se lo impidió.
Para tratar de conseguirlo quienes mandaron en su vida lo casaron primero con
María Luisa de Orleans y luego, al morir ésta, con Mariana de Neoburgo. De la
primera el valetudinario Carlos II estuvo muy enamorado, pero como de su
naturaleza no se podía obtener gran cosa, aunque él no lo supiera y los demás
no se lo dijeran, ningún fruto se obtuvo.
Ignorante
de su incapacidad, su empeño era preñar a la reina. Como ese era su deber, así
se lo demandaban todos. Tampoco era ajena a esta presión para quedar encinta la
reina, que puso cuanto pudo de su parte.
Que la reina fuera francesa, que llegara con un séquito de damas francesas que
hablaban en francés, comían comida francesa y lo impregnaran todo con los modos
del país vecino, no hizo más que enfrentar a las cortesanas francesas y a las
españolas, y que el pueblo español demostrara, en mayor medida aun, su antipatía por todo lo francés.
Tantas ganas tenía el rey por tener un heredero, tan obsesivo se tornó el
asunto que, siendo la marquesa de Terranova camarera mayor de la reina, ocurrió
lo inevitable.
Era
la marquesa mujer en extremo rigurosa de las costumbres palaciegas, que mantenía
la corte en un estado de tedio permanente difícil de soportar. No era la
excepción a ese sufrimiento la jovencita reina María Luisa, francesa, alegre y,
por lo primero seguro y por lo segundo probable, objeto de las antipatías de la
marquesa, a la que todo lo que oliera a francés despertaba el más profundo
odio.
En cierta ocasión, a una de
las damas de la reina, francesa naturalmente, la marquesa de Terranova, por
quién sabe qué cuestión probablemente baladí, dio un tirón de orejas o parejo
castigo. Corrió, pues, la dama a quejarse a su señora por tan impropio castigo,
y ésta, indignada llamó a su presencia a todas sus camareras, la marquesa de
Terranova a la cabeza, a quien nada más llegar propinó dos sonoros manotazos en
el rostro, ante la estupefacción de todas las servidoras. Ahora, quien corría
era la marquesa, pero buscando el amparo del desvalido rey Carlos. El pobre,
convencido por la camarera, llamó a su esposa. Quería reprenderla por el trato
tan cruel dispensado a la marquesa, mas cuando llegó María Luisa, adujo sus
razones, que no eran otras que las de habérsele presentado un impulso
irresistible, un necesario de satisfacer e imposible de reprimir antojo. Fue
oír esta palabra el rey, y olvidar lo que significan otras como imparcialidad o
justicia. Qué emoción la del rey, la reina preñada. Y Carlos en su agitación, y
para asegurarse del feliz término de lo que él creyó, autorizó a su reina a dar
dos nuevas bofetadas a la marquesa.
Por
eso, ante la imperiosa necesidad de un heredero, cuando se descubrió que una de las damas de la reina, viuda de un caballero
llamado Quentin, y por ello apodada con maldad como “La Cantina” había estado
suministrando a la reina, sin que ésta lo advirtiese, un potingue emenagogo el
asunto se entendió como muy grave. Si la reina no quedaba en estado y rey
moría, quién sabe si la Francia del rey Sol, una gran potencia ya, trataría de
convertir España en uno de sus satélites. Se detuvo, pues, a la Cantina, que
fue interrogada sin que dijera lo que sus jueces querían oír. Entonces se
decidió someterla a tormento. Nada obtuvieron sus verdugos de los estiramientos
que se le practicaron en el potro más que ayes y ruegos al cielo, pidiendo la
fuerza y la gracia para decir la verdad. Su proclamada inocencia entre lágrimas
llevó a sus verdugos a concluir que Dios le había dado fortaleza para resistir
y la absolvieron de toda culpa, lo que no la salvó de su expulsión de España.
Tampoco, lejos ya de palacio
“La Cantina”, lograron los reyes su propósito, recayendo sobre la reina, a ojos
del pueblo cruel, la mayor parte de las culpas. Varias coplillas se le
dedicaron a la reina, el verdadero amor del incompetente Carlos II, pues si
algún sentimiento de sincero enamoramiento tuvo el rey, fue precisamente para
con la reina María Luisa, a la que nunca dejo de llamar “Mi reina”.
Antipatía y mala uva la de ciertas coplillas que circulaban por la villa y corte:
ResponderEliminar“Lastimosa cosa es
Carlos tu poco valor.
Si has enfermado de amor,
Morirás de mal francés.”
O esta otra:
“Parid, bella flor de lis,
Que en fortuna tan extraña,
Si parís, parís a España.
Si no parís, a París.”
Un saludo.
He disfrutado muchísimo con la entrada y con las coplas. La verdad es que poniéndome en su lugar ... me dan más pena que envidia. Besicos.
ResponderEliminarPobre María Luisa y pobre Carlos, seguro que algunas damas bienintencionadas ponían en su conocimiento las coplillas que circulaban por Madrid. Una entrada muy amena.
ResponderEliminarSaludos
Envidia ninguna, desde luego. La pobre María Luisa siempre me ha dado una pena tremenda. Ya es duro que te manden como un fardo a casarte con quien mejor convenga, pero cuando encima ese resulta ser Carlos II... Vaya, que como esposo no resultaba lo ideal.
ResponderEliminarPero mire, las coplillas tenían su gracia.
Buenas noches.
Besetes
Interpretar ese antojo como un positivo en test de embarazo no dejo de tener su gracia en una vida tan dolorosa y dolorida como la de este monarca. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarLas consecuencias de la mayoría de los enlaces entre los reinados caen las desdichas de los participantes, así fue para ellos dos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cuanta intrigas, que forma de vivir en aquella Corte.
ResponderEliminarEspero que en la actualidad, no sea así.
manolo
.
Losa matrimonios de conveniencia de aquella época, no les dejaba ni vivir, máxime siempre pendientes de dejar un heredero.
ResponderEliminar¡Pobre Carlos II, sin poder ser padre y enamorado de su difunta esposa!
Gracias, me ha gustado tu entrada.
Un abrazo
Estoy con uno de los comentaristas anteriores, traducir en embarazo certero que una mujer ose decir que tuvo un antojo... ¡madre mía!
ResponderEliminarUn abrazo Dlt, feliz de volver a leerte.
Siempre me gustó la segunda coplilla con la que don Cayetano acompaña su comentario. Ingeniosa y caustica.
ResponderEliminarSiempre he pensado que si no la mojigata de la Orleans, la espabilada de Neoburgo pudo haber tenido amores extraconyugales, y de esa manera habernos librado de la Guerra de Sucesión, y asegurar la continuidad de la Casa de Austria. Total, todo el mundo sabe que Alfonso XII no fue hijo del rey consorte, y nada pasó.
Saludos.
Esta historia es peor casi que la realidad, ¡pero que digo! Si pasó en realidad.
ResponderEliminarMuy entretenida, muy curiosa y muy demostrativa de cómo un rey, con una Corte no adecuada, podían influir en un país entero. Para mal.
Un locura, bofetones incluidos. Y el final me recuerda a que cuántos deben haber sido torturados a lo largo de la historia a la espera de obtener las palabras esperadas.
Saludos.
Una interesante anécdota de la corte del Hechizado...
ResponderEliminarCreo que el rey tuvo un klinefelter (un problema genético). Podía tener erección, pero los espermatozoides no funcionaban correctamente. Hoy sigue siendo un problema importante, pero se pude mejorar con testosterona.
Y la reina...Creo que se fue pensando la excusa mientras iba a ver el Rey...
Saludos. Que todo vaya bien
Este rey fue un personaje al que desde niño debió rodear tanta gente ruín tratando de sacar beneficio de su indefensión, que me provoca simpatía.
ResponderEliminarPor cierto, querido DLT, lo del potingue emanagogo es para nota,
-Coincido con Ana Mª este nombrecillo que le pone a esta pócima es de nota jajaja.
ResponderEliminarPobre Rey Carlos, un infeliz y un desdichado y la única mujer que amo se le fue pronto.El problema más acuciante era su obsesión y más siendo un hombre aun se agravaba más: si hubiera sido a la inversa que ellas hubieran sido estériles: con tener un hijo vástago eso no tenía mayor importancia.
Un abrazo feliz día
Una de tus magnificas lecciones de historia. Estoy documentandome par hacer un relato sobre las conquistas en Al-Andalus de Alfonso I el Batallador, Has publicado algo al respecto, que me ayude a situarme históricamente.
ResponderEliminarPobre e inocente rey, títere de la corte y de la opinión pública. Y pobre reina porque, ante la incapacidad del rey de procrear, las culpas venían a recaer sobre ella aunque fuese fértil y hubiese podido tener hijos. La impotencia era cosa de las hembras...y no había más que hablar.
ResponderEliminarUn saludo
Siento tristeza por este rey y esta reina que intentaron, sin éxito, ser padres y me llama la atención que siendo matrimonios preparados llegaran a quererse de esa manera.
ResponderEliminarUn saludo.
Un asunto que se convertiría en el eje vertebrador de la política española, así como de las cancillerías europeas, en juego la herencia de la Monarquía más extensa del mundo. El asunto alcanzaría su máximo ápice de tensión en los últimos 10 años del reinado de Carlos II, durante el gobierno en la sombra de doña Mariana de Neoburgo. Sobre el enfrentamiento entre nacionales y servicio de una reina extranjera era un clásico en los casamientos entre la Casa de Austria y la de Francia, y lo mismo sucedería en París con las damas que acompañaron a las infantas-reinas Ana de Austria y María Teresa...pero este asunto sería igualmente grave en la Corte hermana de Viena con Ana María, esposa de Fernando III, y Margarita Teresa, casada con el emperador Leopoldo I.
ResponderEliminarUn saludo.
Qué ingeniosa copla. En un matrimonio político y amañado hubo afecto y nada del efecto previsto.
ResponderEliminarY la del emenagogo con su buena intención acaba en el potro.
Un desastre personal fue la vida de Carlos, no tuvo suerte (la del emenagogo tampoco)
Saludos
Me llama poderosamente la atención lo de dar unas bofetadas por antojo, y todavía más que el rey le permitiera dar otras. El potro se lo merecían ellos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que estupenda historia. No sabía que Carlos II no pudiera tener hijos, o no me acordaba, ni idea. Genial la historia del antojo, jajaja
ResponderEliminarUn abrazo
Magistral y bien documentada entrada de historia nos traes Dlt, desconocía que Carlos II no pudiese tener hijos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta la segunda copla traída por Cayetano Gea. Saludos
ResponderEliminarGracias por pasarte por mi casa en estos momentos de tristeza por la pérdida de mi amiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sor. Cecilia