LA EMPERATRIZ

   Aunque era hija de un emperador, no le correspondía heredar el título; y sin embargo llegó a ser emperatriz, pero de otro imperio, por su matrimonio con Juan Dukas Vatatzés, emperador del imperio griego de Nicea. El enlace no fue fruto del amor. Dukas, viudo ya de Irene, la hija del basileo Teodoro Láskaris, y por la que el propio Juan recibió el Imperio, superaba la cincuentena, la joven Constanza, apenas tenía catorce. Pretendía Juan Dukas, que había ensanchado mucho su imperio proclamándose incluso emperador de Bizanzio, la conquista de Constantinopla, y en la alianza con Federico II Hohenstaufen para conseguirlo, Constanza, hija natural, pero legitimada del emperador latino, fue moneda de cambio.

   Al fallecer Juan Dukas, heredó el imperio su hijo Teodoro, que falleció prematuramente, y a éste le sucedió su hijo Juan, aún niño que, desposeído del trono por el regente Miguel Paleólogo, dio fin a la dinastía de los Láskaris.

   Constanza, que había vivido en Nicea aquellos sucesos, era todavía una mujer joven, y Miguel Paleólogo, el nuevo emperador de Nicea y conquistador de Constantinopla en 1261, quiso serlo también de Constanza. No cedió la hija del Federico II que, cuando tuvo la oportunidad, marchó a Sicilia. Allí era rey su hermano Manfredo.

   No había alcanzado Manfredo la corona siciliana de modo natural. Fue primero regente durante la ausencia de su hermanastro Conrado, que murió de unas fiebres, y luego, cuando su primo, Conradino, que pertenecía a la rama imperial, muy niño aún, se criaba en Alemania, Manfredo fue proclamado rey de Sicilia.

   Las relaciones entre Manfredo y el papa Urbano IV no eran buenas. El Papa, atenazado por el Norte por el imperio y por el Sur por el reino siciliano, buscó el apoyo del Carlos de Anjou, al que ofreció, aunque no era suya, la corona siciliana, si derrotaba a Manfredo. No pudo Manfredo resistir el empuje conjunto de las tropas papales y las francesas, y en 1266, en el campo de batalla de Benevento, Manfredo perdió la vida.

    Constanza y la viuda de Manfredo, Helena de Épiro, huyeron y se refugiaron en la Apulia, en el castillo de Lucera, pero la fortaleza fue tomada por Carlos de Anjou. Helena, cautiva, moriría durante el encierro. Más suerte tuvo Constanza, quien al fin pudo embarcar rumbo a Valencia. Buscaba en el Reino de Valencia la tranquilidad que la considerable distancia de la Constantinopla de Miguel Paleólogo y de la Sicilia de los angevinos le proporcionaba, y la protección que su sobrina Constanza, hija de Manfredo y Beatriz de Saboya, su primera esposa, podría prestarle. Aunque era esta sobrina, de su mismo nombre, consorte del futuro Pedro III de Aragón, heredera de los derechos al trono de Sicilia tras la muerte de su padre el rey Manfredo, Conradino, ya crecido y perteneciente a la rama imperial, reclamó los derechos al trono siciliano, y Pedro de Aragón decidió no pugnar con el Imperio Alemán por los derechos que a su esposa, como hija de Manfredo, pudieran corresponder.

Arqueta con los restos de la Emperatriz en la Capilla de Santa
Bárbara en la Iglesia de San Juan del Hospital de Valencia.

   Inició, pues, Conradino, una campaña para recuperar el reino siciliano. El avance de Conradino, un muchacho imberbe de apenas dieciséis años, por la bota de Italia, fue un paseo triunfal hasta llegar a los dominios de Carlos de Anjou. Pero en Tagliacozzo, las fuerzas gibelinas de Conradino, apoyadas por las del infante don Enrique de Castilla, fueron batidas. Ambos fueron hechos prisioneros, el español permaneció cautivo durante cinco lustros; el joven Conradino, sometido a inicuo proceso, fue decapitado. Se abría la puerta a la entrada de Pedro de Aragón en el escenario siciliano.

   La leyenda dice que Constanza llegó a Valencia afectada por la infame enfermedad de la lepra, pero que un hecho milagroso procuró su curación. Mientras cabalgaba, su montura se detuvo y holló el lugar en el que se descubrió una imagen de Santa Bárbara. Constanza la recogió, la limpió y con el agua sobrante lavó sus llagas, que sanaron. La tradición nos cuenta que Constanza llegó a Valencia con varias reliquias de Santa Bárbara: una sección del fuste de la columna en la que fue martirizada, una piedra de la fuente en la que fue bautizada la santa y un hueso de la misma.

    En cualquier caso, queda claro que Constanza tuvo una gran devoción por esta santa y predilección por Valencia. Y así, tras estar con su sobrina en la pequeña corte que Pedro mantenía en Huesca, pidió regresar a Valencia, en cuyo palacio real vivió cerca de cuarenta años, hasta el fin de sus días. Nunca cesó su fervor por Santa Bárbara, ordenando la construcción de una capilla bajo su advocación en la Iglesia de San Juan del Hospital de Valencia. Poco antes de morir, modificó su testamento, en el que pidió ser enterrada en dicho templo en lugar del panteón real de Sigena.

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