EL PRIMER BELÉN

   Tan acostumbrados estamos a verlos en nuestras casas, en los escaparates de muchos comercios, templos y en las plazas de algunas ciudades, en el tiempo de Navidad, que no reparamos en la antigüedad de esta tradición.

   Fue San Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana y de las clarisas, amigo de los animales –es el patrono de los veterinarios-, quien en Greccio, y según nos cuenta Tomás de Celano, concibió la primera representación del nacimiento del Niño Jesús. Y así, en una gruta, se puso el correspondiente heno y situando un burro y un buey, en lo que se había convertido en pesebre, convocó a las gentes del lugar, que como los pastores se acercaron al lugar, y leyendo el Evangelio, predicó la Buena Nueva.

   Las nuevas órdenes religiosas comenzaron a realizar figuras de diversos materiales con las que componer la representación del nacimiento de Jesús. Era una forma de predicación que se fue extendiendo.

   Aunque sabemos que llegaron a la corte española traídos por Carlos III, que antes que rey de España lo fue de Nápoles, donde las representaciones del nacimiento del Niño Jesús adquirieron el rango de obras de arte, el belén más antiguo de los que se conservan en España data del finales del siglo XV. Se conserva en Palma de Mallorca, adonde llegó de modo un tanto accidental, según la leyenda.

   Realizado por los Alamanno, familia de artistas napolitanos, a finales del siglo XV, es posible que su destino fuera Valencia, pues los Alamanno ya habían recibido encargos del duque de Calabria y Virrey de Valencia, pero fue el caso que durante el viaje, una tormenta puso en riesgo de naufragio la nave. El capitán, ante la difícil situación, se encomendó a los cielos y prometió ofrecer una de las piezas transportadas como exvoto, si salían ilesos del trance. La luz del convento de Nuestra Señora de las Nieves de Palma de Mallorca, a modo de faro, guió hasta buen puerto la nave. Pero sucedió que el capitán se negó a cumplir su promesa y zarpó rumbo a su destino, mas la borrasca zarandeó de nuevo el barco de tal modo que otra vez en peligro, tuvo que volver a puerto y entregar el nacimiento transportado.

   Sirvan estas pocas letras para felicitar a todos los visitantes de este espacio dedicado a la historia y el arte estas fiestas, tan distintas en la forma en la que nos vamos a relacionar, pero con el mismo sentimiento de bondad con el que recibimos la Navidad, sea cual sea el pensamiento que tengamos o la doctrina que profesemos.

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COLUMNAS HUMANAS

    Vivió hace quince siglos. Había nacido en Sisan, ciudad de Cilicia, en aquellos primeros tiempos del cristianismo en los que las comunidades monásticas carecían de reglas rígidas que regularan la convivencia de sus miembros. En una de estas comunidades ingresó Simeón cuando tenía 17 años. Había decidido entregar su cuerpo a las prácticas ascéticas más mortificadoras como forma de entrega a Dios. Simeón destacaba entre sus compañeros por la extrema dureza de las penitencias que se imponía. Se aplicaba un cilicio, del que se dice fue inventor, y guardaba silencio durante largos periodos de tiempo. Su aislamiento provocó que el resto de los monjes le propusieran abandonar el cenobio. No resultaba todo lo sociable que deseaban y, además, daba mayores muestras de sacrificio que ningún otro monje, lo que era causa de envidia.
   
    Se instaló en diversos lugares: un pozo y una cueva donde permanecía de pie la mayor parte del tiempo. Su fama se fue extendiendo. La gente comenzó a visitarlo. Le pedían consejo. Se acercaban a él para tocarlo. Simeón necesitaba aislarse. Primero se instaló sobre un montículo de piedras, pero la gente seguía acudiendo a verle. Después se hizo construir una columna sobre la que colocarse. Al principio tenía una altura de tres metros, pero no resultó suficientemente alta para sus propósitos. Hizo elevarla, sucesivamente, hasta los 18 metros. Allí, sobre una pequeña plataforma de apenas cuatro metros cuadrados vivió los siguientes 37 años. La tarima carecía de techumbre. Simeón estaba expuesto al castigo constante de la intemperie. Un poste situado en el centro de la plataforma y una pequeña balaustrada eran las únicas instalaciones del tablado. El poste era utilizado para atarse y poder mantenerse erguido durante la cuaresma, en la que tenía el propósito de mantenerse en pie los cuarenta días de su celebración. Desde lo alto, Simeón predicaba a quienes abajo aguardaban pacientemente que se asomara. El resto del tiempo permanecía en oración. Un día de 459 al ver que no se asomaba para su predicación diaria, Antonio, un discípulo suyo, subió a la plataforma. Encontró al asceta postrado en el suelo, en la posición en la que acostumbraba a orar, muerto.

El ascetismo y el aislamiento era la forma en que
ermitaños, eremitas y estilitas buscaban la huida
 del mundo como modo de acercamiento a Dios. 

    Fue Teodoreto, Obispo de Ciro, población cercana al lugar donde Simeón elevó la columna quién dejó escrita la biografía del Santo, dando fe de lo sucedido con detalle de lugares y fechas.

    Simeón el estilita fue imitado por muchos otros: Daniel y Simeón el joven, casi un siglo después, también construyeron sus moradas en lo alto de pilastras en las que vivieron casi toda su vida: ambos tuvieron también reconocimiento de Santidad por la Iglesia.

    Había lugares en los que se erigían columnas unas al lado de otras hasta formar auténticos bosques de columnas, cada una de ellas coronada por un ser humano.

    La moda perduró durante siglos. Sobre todo hasta el siglo X fue muy frecuente la existencia de estilitas; pero llegó a haber casos hasta el siglo XIX, como Serafín de Sarov, un santo ortodoxo georgiano, que habitó durante tres años en lo alto de una columna. Del último estilita se desconoce el nombre, pero se sabe que fue un monje del monasterio rumano de Tizmana. Él como todos sus antecesores se encaramó en lo alto de una pilastra, alejándose drásticamente de lo terrenal en busca de la “fuga mundi”.
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