MIREPOIX

      Si hay un lugar al que el viajero ha llegado alguna vez y se ha visto transportado al pasado como si se hubiera sentado en una máquina del tiempo ese es esta pequeña ciudad de la Occitania.

   No indagará mucho el viajero sobre el nombre de Beli Cartha, de raíz fenicia, con el que según algunas fuentes parecía ser conocida la ciudad en sus orígenes, porque su importancia nace en el siglo XIII, en el apogeo de la herejía albigense y en su brutal extinción.

   A principios de ese siglo la nobleza de Mirepoix ya había abrazado la doctrina de los cátaros, la secta de aquellos “hombres buenos” cuyos “perfectos”, en parejas, con el Evangelio de San Juan colgado del cordón que ceñían a sus cinturas y sus hábitos negros recorrían los caminos occitanos. Y posiblemente por ello en 1206 varios cientos de “perfectos” se reunieron en Mirepoix, en un concilio que ponía a la ciudad en uno de los puntos de mira en los que la cruzada predicada por Inocencio III fijó su atención.

   Dominada la ciudad, huidos los nobles más renuentes al castillo de Montsegur, donde con otros resistirían asedio durante más de treinta años, sucumbiendo al fin, la ciudad fue entregada a Guy de Lévis,  uno de los lugartenientes de Simón de Morfort.

   En 1289 las aguas desbordadas del río Hers arrasaron la ciudad y Guy III de Lévis ordenó reconstruir la ciudad en la margen izquierda del río. Lo que hoy ve el viajero es en buena parte lo que entonces se construyó. Una bastida ─la edificación en damero de la trama urbana, rodeada de una muralla defensiva─, de la que aún queda una de las cuatro puertas que la delimitaba.


   En el centro de la población la Plaza de los Porches impresiona al viajero. Casas con entramados de madera que cruzan las fachadas, columnas también de madera que sustentan soportales y vigas esculpidas en sus extremos forman el escenario que permite imaginar al viajero una plaza abarrotada de gentes comprando frutas y verduras u hogazas de pan en los puestos del mercado, o juglares y trovadores yendo de aquí para allá en busca de las damas de su predilección a las que recitar sus poemas y demostrar su admiración. En esta plaza está el ayuntamiento y al otro lado de la misma, casi enfrente, la Casa de los Cónsules, hoy hotel. Construida en el siglo XIII, en 1664 fue pasto de las llamas y reconstruida, tal como se ve hoy, llenas sus vigas y columnas de madera de tallas.

   De la importancia de Mirepoix habla el hecho de que desde el siglo XIV tuvo catedral. Comenzó su construcción en el siglo XIII, en cuanto se empezó a erigir la bastida en la orilla izquierda del río y fue sede episcopal hasta su integración en la de Toulouse, durante la Revolución Francesa.

   Desde que el obispo Philippe de Lévis dejara de residir en Mirepoix en el siglo XV, sin que otro lo hiciera en su lugar, y especialmente desde que la ciudad perdiera su condición de sede episcopal, la catedral se fue deteriorando, hasta que en el siglo XIX Viollet-le-Duc se encargó de su restauración, reconstruyéndola y ampliando la nave hasta los actuales 22 metros, que la convierten en la segunda nave gótica más ancha de Francia.

   El viajero, aunque lego en la materia, siente una especial admiración por la obra de este arquitecto francés, que en su opinión tanto hizo por recuperar el patrimonio medieval de la Occitania. Las murallas de Carcassonne,  el Donjon de Toulouse o esta antigua catedral de Mirepoix, a la que nunca se le ha dejado de llamar lo que durante siglos fue, consagrada a San Mauricio porque fue ese día de 1209 cuando las tropas de Simón de Monfort tomaron la ciudad a los albigenses, son ejemplo de su hacer.


   El viajero se va a despedir de Mirepoix. Acude de nuevo a la Plaza Mayor, la de los porches, para dar un último paseo y tomar un café en alguno de los locales que instalan sus mesas como si fueran privilegiados miradores de la vida local, en las amplias galerías que rodean la plaza. Y como empezó la visita la termina, imaginando, casi sin esfuerzo, estar en otro mundo, en otro tiempo.
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12 comentarios :

  1. Dan ganas de darse un garbeo por la ciudad. Total, es pasar los Pirineos y caminar un poco más hacia el norte. Espero que no se lo pida el Puigdemont como anexo cuando sea emperador de su vasto territorio.
    Un saludo.

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  2. Bella página de la historia, donde el mensaje evangélico tiene todo que ver con los acontecimientos.
    Saludos.

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  3. Estos viajes siempre los disfruto mi amigo. Interesante reseña de una ciudad que no sabía de ella

    Saludos. Que todo vaya bien

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  4. Qué interesante!!.
    Qué estupendo viajar hasta allí!.
    Un abrazo.

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  5. Un buen recorrido por Mirepoix, no la conozco pero es como encontrarme en ella, un abrazo.

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  6. Vistas las fotografías nadie diría que esta población es francesa, dados los entremados de sus casas. ¡Quién pudiera visitarla! Todo se andará... quizá un día...
    Un saludo

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  7. Tomo nota para una próxima visita, ya que solamente con tu reseña has conseguido transportarme a esa época, así, que ya me imagino tomándome unas cervezas en esa Plaza Mayor.
    Un abrazo, amigo.

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  8. Me ha encantado el recorrido y lo bien documentado como lo haces, me parecía estar comprando fruta en los puesto y después tomar un refresco en una terraza.

    Abrazos.

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  9. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  10. Cada una de tus entradas es una invitación al viaje,Dlt :)
    Pero me temo que esperaré algun tiempo para visitar Mirepoix y descubrir esta ciudad de mi tierra que no conozco todavía.
    Un abrazo y un beso ya que aqui se puede.

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  11. Hola, DLT.
    En una semana nuestras vidas han dado un giro copernicano. Todo lo que nos ocupaba o divertía ha pasado a un plano muy distante. Un abrazo deseando que usted y los suyos estén bien y que salgamos de esta locura.

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  12. Un paseo muy interesante. No tenía noticia de la existencia de esta ciudad, pero sí de las circunstancias de su fama, de los albigenses o cátaros y de su persecución. Saludos.

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