Nunca se resignaron a la pérdida de la corona española, por más que Fernando VII así lo había dispuesto con un poco de ayuda, todo sea dicho de paso, en los últimos años de su vida(1); y don Carlos, que no tardaría en hacerse llamar quinto de España, cuando nació Isabel no la aceptó como princesa de Asturias.
Hasta tres guerras civiles enfrentaron a carlistas e isabelinos. Tras el abrazo de Vergara entre Maroto y Espartero que puso fin a la primera guerra carlista, se pensó, por un momento, que una boda entre la hija de Fernando VII, Isabel, y Carlos Luis, hijo del pretendiente Carlos V, resolvería el problema de la sucesión. Carlos Luis, que firmaba con el ordinal sexto, había recibido sus derechos dinásticos por abdicación de su padre. Pretendían los dos que Carlos Luis fuera el auténtico rey, título destinado a Isabel, que lo era por derecho propio, y a la que se quería convertir en reina consorte. Así las cosas el arreglo no fue posible, y la familia carlista siguió a la espera de una nueva oportunidad.
Isabel II niña (Miguel Parra. Museo de Bellas Artes de Valencia) |
Tras las revoluciones de 1848 que conmocionaron Europa, la familia carlista encontró apoyo en el Imperio Austrohúngaro. Se estableció en Trieste. Desde allí Carlos Luis y su hermano Fernando decidieron dar un impulso personal a sus pretensiones. Se preparó una intentona golpista para derrocar al gobierno liberal. Fue un fracaso. Carlos Luis y Fernando huyeron. Al fin fueron detenidos y encarcelados, pero los prisioneros eran primos de la reina. A nadie convenía esa situación. No resultó difícil obtener de ellos una renuncia por escrito de sus derechos dinásticos a cambio de su libertad. La reina y el gobierno de España lograban una solución aceptable: tener al pretendiente lejos de España y sin prerrogativas; mas no contó con que ambos infantes se iban a desdecir de lo aceptado tan pronto como se vieran libres. Por sí mismos o por la presión ejercida por los legitimistas, que creían un deshonor y falta ante Dios la renuncia de un derecho que les asistía por gracia divina, reclamaron sus derechos.
Poco tiempo había pasado desde la liberación, cuando ambos hermanos se encontraban en Austria. Participaban en una peregrinación al santuario de Mariazell. Iba con ellos la esposa de Carlos Luis, María Carolina de las Dos Sicilias. La marcha era penosa. Hacía frío. La peregrinación exigía sacrificio. Terminada la peregrinación se encaminaron hacia el palacio de la duquesa De Berry. De pronto el infante Fernando se sintió indispuesto, grandes fiebres le aquejaron. Su hermano y cuñada le asistieron en todo lo que pudieron, pero nada pudieron hacer por él ni ellos ni los médicos, y Fernando falleció al poco. Carlos Luis ordenó el traslado del cadáver de su hermano a Trieste. Le acompañarían en su último viaje, que también sería el de ellos, porque durante el camino se sintieron enfermos, con grandes fiebres, igual que el fallecido. En Trieste se celebraron los funerales por el alma del infante Fernando.
Carlos Luis y María Carolina no pudieron asistir. La enfermedad había hecho presa en ellos. Pocos días después Carlos VI fallecía. María Carolina, enamorada antes que enferma se negó a separarse del cuerpo de su esposo. Un día después que Carlos había contraído la enfermedad, y para un día después del óbito de su esposo anunció su propia muerte.
Era mucha coincidencia la pérdida de dos pretendientes casi al mismo tiempo. La duquesa de Berry ya había hablado de la posibilidad de un envenenamiento al ver el cadáver del infante Fernando. Ahora con la muerte de Carlos Luis y su esposa las voces que respaldaban esta hipótesis se multiplicaban. Si fue el tifus o un veneno la causa de las muertes quizá no se sepa nunca. Versiones interesadas apuntan en distintas direcciones que la Historia no ha resuelto aún.
(1) Sobre el conflictivo episodio del que resultó heredera la infanta Isabel se puede leer “La niña que logró ser reina”.
(1) Sobre el conflictivo episodio del que resultó heredera la infanta Isabel se puede leer “La niña que logró ser reina”.