Salinas de Añana, pequeño pueblo alavés, no es conocido por sí mismo; pero sus salinas explotadas desde tiempo inmemorial le prestaron nombre y le dieron riqueza, y constituye uno de esos parajes cuyo aspecto se debe a la mano
del hombre. Documentadas desde el siglo IX, se sabe que ya los romanos las
explotaron, usando un sistema de terrazas similar al actual. Están formadas por
una sucesión casi interminable de pequeñas balsas, llamadas eras, construidas
sobre terrazas artificiales, formando pisos que se sustentan sobre columnas de
madera, siguiendo la pendiente que imponen los cerros hasta cubrirlos totalmente
con dichas construcciones.
En el momento de mayor esplendor su número alcanzó las cinco mil, que eran rellenadas con el caudal de varios manantiales de agua salada muy próxima a la saturación. Los excesivos costes y la competencia de las salinas costeras supuso su abandono hacía la mitad del siglo XX. Hoy, y desde hace unos pocos años, tras varios lustros de abandono, recuperan su esplendor y son objeto de explotación comercial y curiosidad turística.