Es sabido que la esfera es el cuerpo capaz de albergar el mayor volumen con la menor superficie, y por ello la naturaleza la ha tenido en cuenta a la hora de guardar y proteger nuestro cerebro: el órgano desde el que damos las órdenes para hacerlo casi todo.
Dejando a un lado la malsana afición de los hombres y sus instituciones a descabezar cuerpos en vida, de los que la historia cuenta con cientos de famosos casos y miles de casos anónimos, también después de muertos la cabeza y los sesos que contiene han gozado de todo tipo de atenciones por parte de artistas, literatos, investigadores y magos.
Basta recordar a Hamlet sosteniendo en su mano una calavera, haciéndose preguntas trascendentes de respuesta incierta. Pero dejando la ficción literaria, la realidad también nos ofrece episodios curiosos en los que la cabeza o el cerebro son los sujetos de los hechos.
La cabeza de Benedicto XIII ha sido una de las cabezas ilustres más vapuleadas de la historia. San Vicente Ferrer, durante un tiempo su confesor y adscrito a la obediencia aviñonesa, dicen que predijo que acabaría separada de su cuerpo y sirviendo como objeto de juego a unos niños. Los presagios del santo valenciano se cumplieron, al menos en parte. El longevo Papa Luna, murió en su refugio mediterráneo de Peñíscola. Su cadáver fue trasladado a su ciudad natal, Illueca, en cuyo palacio durmió hasta los primeros años del siglo XVIII cuando, durante la Guerra de Sucesión, el edificio fue saqueado y los restos del antipapa arrojados por un barranco. Fueron precisamente unos niños los que encontraron la calavera de don Pedro de Luna. Los muchachos no teniendo otra cosa con la que entretenerse la usaron como pelota para sus juegos. Si bien estos juegos infantiles con la testa de Benedicto XIII no han sido verificados por la Historia, lo cierto es que su calavera separada del cuerpo rodó por el barranco. Por fin, el cráneo de don Pedro de Luna fue llevado al cercano pueblo de Sabiñán, donde aún permanece.
Otra cabeza desaparecida fue la de René Descartes. El autor del Discurso del Método había fallecido en Suecia, en 1650. Allí había sido llevado por la reina Cristina para que su corte recibiera las enseñanzas de tan insigne sabio, y allí murió del mal de ijada, una pulmonía, que contrajo durante el gélido invierno sueco del que las frías y húmedas habitaciones de palacio no lograron proteger al gran filósofo y matemático. El cadáver fue trasladado a Francia, pero en el camino alguien sustrajo su cráneo, que anduvo pasando de mano en mano por media Europa hasta su llegada a París, donde acabó instalado en un museo que aún lo conserva.
También el cerebro ha gozado del interés de los hombres. Su estudio para tratar de descubrir los secretos de la inteligencia ha sido una de las razones de tanto interés. El de Lenin fue conservado en formol y más tarde seccionado en innumerables cortes laminares para su estudio. Los científicos soviéticos determinaron que poseía una inteligencia superior, y lo comparaban con los cerebros de las eminencias, de cualquier rama del saber, que iban falleciendo en la Unión Soviética, con resultado siempre favorable para el héroe de la revolución. Así fueron conservados y estudiados como el de Lenín, los cerebros de Paulov y del propio Stalin.
También el cerebro ha gozado del interés de los hombres. Su estudio para tratar de descubrir los secretos de la inteligencia ha sido una de las razones de tanto interés. El de Lenin fue conservado en formol y más tarde seccionado en innumerables cortes laminares para su estudio. Los científicos soviéticos determinaron que poseía una inteligencia superior, y lo comparaban con los cerebros de las eminencias, de cualquier rama del saber, que iban falleciendo en la Unión Soviética, con resultado siempre favorable para el héroe de la revolución. Así fueron conservados y estudiados como el de Lenín, los cerebros de Paulov y del propio Stalin.
Los americanos tampoco se quedaron atrás en el estudio de las masas encefálicas. Tras la muerte de Benito Mussolini, en la orillas del lago Como, su cuerpo fue colgado por los pies, junto al de su compañera Claretta Petacci en el techo de una gasolinera de la plaza del Loreto de Milán. Los americanos solicitaron a las autoridades italianas poder estudiar su cerebro con intención de averiguar los mecanismos mentales de un dictador. Los italianos consintieron, y autorizaron la entrega de treinta gramos del cerebro de Mussolini. De su estudio, los americanos obtuvieron como conclusión que la salud física del Duce era buena. Nada más. Devolvieron el fragmento cerebral del dictador, que fue conservado en formol, con el resto del cerebro, hasta su inhumación junto al cuerpo de su dueño.