Los sueños han venido a perturbar la vida de los
hombres desde tiempo inmemorial. La tradición yahvista nos cuenta alguno de
estos episodios y la literatura ha usado más de una vez de las tradiciones
islámicas, recreando hermosos cuentos sobre los sueños y los aconteceres
venideros.
Unos de los primeros sueños conocidos son los interpretados por José, el undécimo hijo de Jacob, su favorito,
cuya historia(1), contada en el Génesis, nos relata también como se valió de la
acertada interpretación de los sueños para eludir la esclavitud a la que sus
envidiosos hermanos le habían condenado.
Habían éstos decidido matar a su hermano José, pues
estaban celosos de que fuera el preferido de su padre. Además, José contó a sus
hermanos un sueño que había tenido: les dijo que había soñado que estaban en el
campo atando gavillas, cuando de pronto su gavilla se levantó, manteniéndose en
pie, mientras las de sus hermanos permanecían postradas en el suelo. Ellos
interpretaron que José les decía así que sería su rey y que deberían
someterse a él; y le odiaron aún más. Cuando José fue enviado por su padre al campo
para averiguar cómo estaban sus hermanos y el ganado que estaban cuidando, lo
prendieron y lo arrojaron a un pozo mientras discutían sobre el destino que
iban a dar a su hermano. Acertó a pasar por donde ellos estaban una caravana
que iba camino de Egipto y aprovecharon su paso para vender a su hermano como
esclavo; luego dijeron a Jacob que José había sido devorado por las fieras del
bosque y entregaron a su padre la túnica manchada con la sangre de un cordero
que habían matado para engañarle.
Al llegar
José a Egipto entró como esclavo en casa de Putifar, un rico oficial de la
guardia al servicio del faraón. José por sus habilidades y conocimientos fue
encargado por Putifar para llevar la administración de su casa. La esposa de
Putifar se fijó en él y trató de seducirlo.
─José,
ven, acuéstate conmigo.
Pero José
la rehusaba y le decía:
─Mi señor, Putifar, tu esposo, ha puesto toda su hacienda en mis manos. No manda ni hace
ni deshace en ella, pues confía en mí. Sólo tú, su esposa, queda fuera de mi
autoridad.
Ella
dominada por el celo insistía una y otra vez. Cierto día en el que se
encontraban solos en la casa, la mujer se acercó a José y volvió a incitarlo:
─Yace conmigo, José ─le dijo, mientras lo
sujetaba─, pero él rechazándola, se apartó, perdiendo parte de
sus vestidos que quedaron en las manos de la mujer.
En cuanto
José hubo salido, la mujer comenzó a gritar, llamó a los criados de la casa y
les contó que José había tratado de forzarla, pero que al gritar había huido
dejando sus ropas.
Cuando
llego Putifar le contó lo mismo:
─
Trajiste un esclavo hebreo, que se ha apoderado de tu casa y hoy ha tratado de
violarme, de apoderarse de tu mujer. Mira, éstas son las ropas que dejó cuando
comencé a gritar y tuvo que huir.
Al escuchar Putifar lo que su mujer le contaba,
montó en cólera, y mandó prender a José, que fue encarcelado.
Sin embargo, en la cárcel, al poco tiempo, el jefe de la
prisión le encargó del cuidado de los presos. Coincidió estando él allí con el
copero y el panadero del faraón, que habían sido encarcelados por ofender al faraón.
José servía a estos dos presos y cierto día, cuando José los vio tristes y les
preguntó qué les ocurría, le contaron los sueños que habían tenido la noche
anterior.
El copero dijo a José que había soñado con una viña
que tenía tres ramas. De las ramas brotaban hojas y flores y al madurar
crecieron racimos de uvas. El copero tomó las uvas, las exprimió y puso el
mosto en la copa del faraón que la tomó con sus manos. José le dijo: las tres
ramas son tres días. Dentro de tres días te llamará el faraón y te repondrá en
el cargo que tenías. Luego pidió al copero que cuando fuera libre y estuviera
cerca del faraón intercediera por él, pues era injusto que él estuviera allí, ya que no había hecho nada para merecer ese castigo.
El panadero al ver que el copero salía tan bien
parado en la interpretación de su sueño contó a José el que él había tenido. Le
dijo que iba caminando y sobre la cabeza llevaba tres cestos de mimbre con
pastas, pero los pájaros se acercaban y se las comían. José le dijo: los tres
cestos son tres días. De aquí que pasen tres días el faraón te llamará a su
presencia y mandará que seas colgado y las aves comerán tu carne.
A los tres días llamó el faraón a los dos prisioneros,
y se cumplió lo que José había dicho. Sin embargo el copero no le habló al
faraón de José.
Pasados dos años, el faraón soñó un día que estaba
en el Nilo. Vio que salían del río siete vacas gordas y hermosas y tras ellas
siete flacas y feas, y éstas se comieron a aquéllas sin que mejoraran su
aspecto, que seguían raquíticas y feas. Otro día, soñó de nuevo el faraón: vio que nacían de la
tierra siete espigas grandes y granadas y después otras siete pequeñas y sin
fruto, pero que se tragaron a las primeras. El faraón, preocupado por el
significado de aquellos sueños, mandó llamar a todos los magos conocidos, pero
ninguno supo interpretar sus sueños. Entonces el copero recordó a José y
advirtió al faraón que cuando estuvo en la cárcel había un hebreo que sabía
interpretar los sueños, pues a él mismo se los había interpretado con acierto.
Mandó el faraón traer a José y le contó los sueños
que había tenido. José escuchó atento y dijo:
─Los dos sueños son una misma cosa. Dios ─porque es
él quien me dice lo que sucederá─ anuncia a Egipto que habrá siete años de
abundancia y tras ellos siete años de penuria y hambre. Guarda durante los años
de abundancia grano y provisiones, pues pronto llegarán los años malos y el
hambre asolará toda la tierra.
El faraón
conforme con lo dicho por José dijo:
─Puesto que es Dios quien te ha dado la sabiduría
serás tú quien ponga remedio a la desgracia que se avecina. Serás virrey de
Egipto y todos harán lo que tú ordenes.
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El Patriarca José. Estuco en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia.
Obra de Giovan Giacomo Bertesi (Soresina, 1643-Crémona, 1710).
Forma parte del grupo de estatuas de las doce tribus de Israel que
decoran la iglesia. Muy deterioradas durante la Guerra Civil
Española, fueron restauradas a partir de antiguas fotografías. |
Y así fue como durante los años de abundancia, se
llenaron los silos de grano y los almacenes de provisiones, y cómo cuando
terminaron y llegaron los siete años de escasez Egipto no pasó hambre, y
llegaban gentes de otros países en busca de comida.
*
También nos habla de sueños un cuento, basado en tradiciones árabes,
publicado por Gustav Weil hacia 1862 y recopilado después por Jorge Luis
Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en su “Antología de la literatura
fantástica”.
Cuenta como un hombre, de nombre Yacub, que había sido un rico
hacendado, pero al que la mala fortuna lo había llevado a la miseria, quedó
dormido bajo la higuera del patio de su casa. Allí tuvo un sueño que le
advertía que volvería a ser un hombre rico. Debía vender lo poco que tenía y
viajar a Isfahan, en Persia, donde encontraría su fortuna.
Al despertar el hombre hizo lo que en
sueños se le había indicado y poco tiempo después estaba en Persia, en busca de
riquezas. Pero la mala suerte hizo que en las proximidades de la mezquita en la
que pasaba la noche unos ladrones asaltaran una casa. Viéndose mezclado en la
algarada formada, acabó siendo detenido y llevado ante el juez.
Éste le preguntó por las razones de su
presencia en el lugar, y el magrebí, hombre honrado, dijo al juez:
─No soy culpable de nada. Estoy en
Isfahan por un sueño en el que se me decía que aquí abandonaría la pobreza y
volvería a ser el hombre rico que fui.
─Iluso ─le dijo el juez sonriendo y
compadeciendo la ingenuidad del hombre─
tres veces he soñado yo la forma en la que me haría rico, encontrando un
tesoro en una casa de El Cairo, en la que hay un jardín, en el jardín un reloj
de sol y más allá, en el centro, una higuera, bajo la que soñé se halla un gran
tesoro. Vaya, buen hombre, a su tierra y resígnese con su destino. No son los
sueños los que le sacarán de su pobreza.
El juez compadecido le entregó unas
monedas y le instó a volver a su casa. El hombre volvió a su ciudad y al llegar
a El Cairo entró en su casa, llegó al jardín, miró el reloj de sol, tomó una
azada, comenzó a cavar bajo la higuera que hay en el centro; y dejó de ser
pobre.
(1) Aun con la dificultad que entraña
situar en el tiempo los hechos, la mayoría de los estudiosos suponen que la
historia de José sucedió en tiempos de la dominación de los Hiksos, intervalo de tiempo especialmente obscuro, pues de él apenas hay escritos ni monumentos que avalen cuanto se ha dicho, con certeza absoluta. La historia de los egipcios, bien documentada hasta
aproximadamente el año 1730 antes de Cristo, sufrió un silencio casi absoluto
hasta el año 1580. Ciento cincuenta años de los que poco se sabe, y en los que
debió vivir José la historia contada en el Génesis. Si bien es cierto que no
hay testimonio escrito, salvo la
Biblia, de la vida de José
en Egipto y el poder que allí alcanzó, sí que se conserva aún el nombre
de Bahr Yusuf, "Canal de José", para designar
un canal que surte de agua el oasis, hoy ciudad de Medinet-el-Raivum, situada
unos 130 kilómetros
al sur de El Cairo y que, según las antiguas leyendas, fue ordenado construir
por el bíblico José, ministro del faraón.