Antes de llegar a Toledo el viajero ya ve destacar contra el cielo el perfil de la torre de su catedral. Sobresale sobre todo, y le hace recordar que Toledo fue muchas veces capital. Lo fue para los visigodos, lo fue para Castilla y para España; así que no le extraña comprobar, ya llegado a la ciudad, que para admirar cuanto de diverso arte ha hecho el hombre sea capital estar allí. El tiempo ha respetado muchos de los sillares y ladrillos puestos en los últimos diez siglos, y los edificios destruidos han sido rehechos. El Alcázar sucumbió, pero fue reconstruido; también la plaza de Zocodover renació y vive pujante irradiando sendas comerciales donde la luz, reflejada por los damasquinados de los escaparates, alumbra a los turistas que suben y bajan por sus calles.
El viajero vuelve a ver la torre de la catedral. Allí está la campana gorda, en un solitario campanario, con su caperuzón de tres pisos, como si fuera una tiara sobre la cabeza de una Iglesia que mandó, y mucho, sobre una España devota, sometida en casi todo a una jerarquía eclesiástica directora de conciencias.
El viajero rodea la Primada a pie antes de entrar por la puerta Llana. Al viajero le parece enorme. Tiene cinco naves. El coro, en el centro, es una filigrana tallada por el formón de Berruguete y otros. La capilla mayor tiene sitio para la figura de Abu Wallid, el único musulmán al que se le ha dado vecindad con ángeles y santos: fue este alfaquí quien rogó a Alfonso VI, que había reconquistado Toledo para la cristiandad, que perdonase al arzobispo y a la propia reina, que habían roto la promesa del rey de permitir que el templo siguiera siendo mezquita, convirtiéndola en templo cristiano.
El viajero no quiere dejar de ver el claustro al que se llega por la puerta de Mollete(1), que ve cerrada. Pregunta, y le contestan. La puerta la abren a las cinco de la tarde y sólo un rato.
Pero el viajero no quiere perder el tiempo. Toledo es pequeño en espacio, pero enorme el tiempo necesario para ver siquiera algo. El viajero va hacia la iglesia de Santo Tomé. Allí está El entierro del conde Orgaz(2), obra cumbre del Greco, si se puede decir esto, y no que su obra es una cordillera de grandiosos picos. Allí, en el lienzo ve al Conde, a San Esteban y San Agustín, que le sostienen; a los amigos del Conde y al propio Greco y a su hijo. El viajero queda ensimismado ante el cuadro. No encuentra el momento de salir. El cuadro parece retenerle, y se queda allí buen rato inmóvil, como si estuviera pegado al suelo por imán que le impidiera moverse.
Por fin sale, y vuelve a la catedral. La puerta de Mollete está abierta. El claustro tiene los muros con pinturas de Maella y Bayeu. Junto a la puerta en muy mal estado, y sin que parezca que haya intención de restaurarla, la pintura del martirio de un niño cristiano por judíos. En los pisos altos las viviendas de Claverías. Las mandó construir el Cardenal Cisneros como celdas para clérigos. Acabaron sirviendo como casas de los empleados de la Primada y de sus familias, cuando en los momentos de omnipresencia en la vida de la ciudad mantenía en nómina una legión de operarios de todo ramo.
"La Catedral" de Blasco Ibañez ilustra bien como era la vida en el templo hace cien años y como en distintos momentos de su historia acontecieron variados sucesos que determinaron que el viajero vea las cosas como están hoy: allí está la capillita de la Estrella. Ésta ya existía antes de que se construyera la Catedral. Era propiedad del gremio de los tejedores, cardadores y laneros, quienes rendían culto a la Virgen titular de la capilla. La cedieron para la construcción del templo a condición de seguir siendo dueños de la misma y del espacio inmediato hasta las primeras pilastras. Así fue. Los laneros en su fiesta usaban de su derecho perturbando los oficios religiosos. En el siglo XVIII, el Arzobispo Valero Losa les puso pleito, que perdió y le ocasionó la muerte por el disgusto. En un arrebato de soberbia humildad dispuso ser enterrado allí, frente a la capilla, para ser pisoteado por sus vencedores. El viajero quiere saber como era por fuera el personaje, que por dentro ya intuye tuvo nobleza en su carácter; así que entra en la Sala Capitular. Allí están retratados todos los arzobispos primados de España. Siguiendo el orden del tiempo llega al mil setecientos y pico. Lo encuentra: delgado, con la mirada fija de las personas determinadas a un fin. Piensa el viajero, aunque no es un entendido en estas disciplinas pictóricas, que quien se encargó de pintarlo supo entender bien al personaje.
Claustro de la catedral del Toledo en 2003 |
"La Catedral" de Blasco Ibañez ilustra bien como era la vida en el templo hace cien años y como en distintos momentos de su historia acontecieron variados sucesos que determinaron que el viajero vea las cosas como están hoy: allí está la capillita de la Estrella. Ésta ya existía antes de que se construyera la Catedral. Era propiedad del gremio de los tejedores, cardadores y laneros, quienes rendían culto a la Virgen titular de la capilla. La cedieron para la construcción del templo a condición de seguir siendo dueños de la misma y del espacio inmediato hasta las primeras pilastras. Así fue. Los laneros en su fiesta usaban de su derecho perturbando los oficios religiosos. En el siglo XVIII, el Arzobispo Valero Losa les puso pleito, que perdió y le ocasionó la muerte por el disgusto. En un arrebato de soberbia humildad dispuso ser enterrado allí, frente a la capilla, para ser pisoteado por sus vencedores. El viajero quiere saber como era por fuera el personaje, que por dentro ya intuye tuvo nobleza en su carácter; así que entra en la Sala Capitular. Allí están retratados todos los arzobispos primados de España. Siguiendo el orden del tiempo llega al mil setecientos y pico. Lo encuentra: delgado, con la mirada fija de las personas determinadas a un fin. Piensa el viajero, aunque no es un entendido en estas disciplinas pictóricas, que quien se encargó de pintarlo supo entender bien al personaje.
No se olvida el viajero de ver otras maravillas. Las que puede: aún dentro de la Catedral el transparente, y enfrente la capilla de San Ildefonso donde hay sepulcro con los restos del cardenal Gil Carrillo de Albornoz, que murió en Italia, y cuyo cortejo fúnebre se trasladó a pie hasta la sede de la que fue arzobispo. Un año duró el traslado, y hasta el propio rey Enrique II arrimó el hombro a fin de obtener las indulgencias plenarias que se concedían a los cristianos que participaran en el mismo. Debió pensar que las necesitaba, no en vano pasó a la Historia como “el fratricida”. Ya fuera, San Juan de los Reyes le retiene un buen rato. Fue fundado por los Reyes Católicos para conmemorar la victoria sobre el rey de Portugal, don Alfonso, defensor de “La Beltraneja”, en la lucha por la corona de Castilla. El viajero se despide con una mirada desde los “cigarrales”. Decide que volverá otra vez.
(1) Molletes eran las piezas de pan que en esa puerta se bendecían para repartirlos entre los pobres; ya no se mantiene esa tradición caritativa; pero sí su recuerdo en el nombre de la puerta.
(2) Unas excelentes fotografías y sendos detallados y didácticos estudios de este cuadro y sus personajes podrá el lector encontrarlos mediante estos enlaces en los blogs España Eterna y Arte Torreherberos.