Thor Heyerdahl nació en Larvik, en 1914. Arqueólogo de reconocido prestigio, alcanzó fama gracias a las expediciones emprendidas para demostrar sus audaces teorías migratorias en el Océano Pacífico. A ello dedicó buena parte de su vida. Pero sus comienzos no fueron precisamente los dedicados al estudio de los hombres, sino al de los animales. Influido por su madre, se dedicó al estudio de las ciencias naturales y la zoología, pero durante su estancia en las islas Marquesas fue sustituyendo su interés en el comportamiento de los animales por el de los hombres. Se afianzó en él la idea de que los habitantes de aquellas islas paradisíacas no proviniesen del oeste, del sudeste asiático, como estaba aceptado por la comunidad científica, pese a que para llegar hubieran debido enfrentarse a vientos contrarios, sino del oriente, desde el continente americano. Al volver a Noruega, sus padres comprobaron como su hijo Thor cambiaba el rumbo de sus investigaciones. Para sorpresa de su madre y disgusto de su padre, Thor regaló al museo zoológico de la Universidad todos los frascos con especímenes zoológicos, principalmente insectos y peces, recogidos en las islas polinésicas, durante su estancia en los años treinta.
En 1947, tras el final de la segunda guerra mundial, trató de demostrar, con un grupo de colaboradores, que su teoría podía no estar equivocada: los habitantes de las islas del Pacífico Sur podían proceder de antepasados llegados desde el continente americano. Aprovechando las corrientes marinas de Humboldt, Ecuatorial del Sur y los vientos alisios favorables, pueblos de la amerindia se decidieron, bien por propia voluntad, bien huyendo de algún enemigo, a surcar las desconocidas aguas del Pacífico.
Si el viaje oceánico iba a resultar una aventura, no lo iba a ser menos la construcción de la balsa necesaria para realizarlo. Épico resultó el transporte de los gruesos troncos de madera de balsa que, con gran dificultad, fueron transportados desde la jungla hasta el puerto de Callao. Allí se construyó la embarcación, con el beneplácito de las autoridades peruanas, cuyo presidente, José Luis Bustamante y Rivero ordenó se dieran todas las facilidades. Usando los únicos materiales de los que los indios americanos dispusieron al producirse las migraciones se construyó una embarcación que debía ser capaz de recorrer casi siete mil kilómetros. La llamaron Kon Tiki, en recuerdo del rey Sol de los pueblos preincaicos. Cuerdas de cáñamo para asir fuertemente los troncos entre sí, una estera de bambú, un mástil de mangle y una lona de unos veinte metros cuadrados, usada como vela, fueron los principales materiales empleados. Un pequeño infiernillo para asar la comida y una pequeña radio para poder comunicarse y solicitar ayuda en caso de apuro eran las únicas concesiones a los tiempos modernos. Al fin y al cabo se trataba de una expedición no de un suicidio. Una singladura de incierto final, como debió serlo la de los indios de Sudamérica que pusieron rumbo, según Heyerdahl, hacia el horizonte por donde se pone el sol.
El 27 de abril de 1947 la balsa fue botada. Pertrechada, inició la singladura. Soportando temporales, aprovechando lo que el mar les ofrecía, peces voladores sobre la cubierta de la balsa, que acabaron encontrando sabrosos, y pescando cuanto podían, avanzaron en dirección Este, hasta que poco más de tres meses después de partir encallaron en Raroia, un atolón de la islas Tuamotu de cuarenta kilómetros de diámetro, un paradisíaco collar de coral y palmeras, parecido a los que pudieron descubrir los emigrantes americanos. Fue un viaje que, si bien no demuestra la teoría migratoria de Heyerdahl sí lo hace sobre la posibilidad de aquellos antiguos hombres realizaran una aventura naval que les llevara hasta tierras distantes, en medio del océano que tenían ante sus ojos, por donde se oculta el Sol. Muchos misterios quedan por desvelar: ¿quienes eran los primitivos pobladores de las tierras sudamericanas, una raza de hombres blancos, de cabellos rubios y largas barbas, constructores de megalíticos monumentos? ¿Fueron estos hombres los que huyendo de los incas provenientes del norte, se aventuraron mar adentro hasta llegar a las islas del Pacífico? ¿Reprodujeron ellos, en su nuevo hogar, las estatuas y monumentos, como habían hecho en el continente? ¿Provenían, también del continente americano, los que sustituyeron, en una posterior migración, a aquellos hombres blancos?(1) Heyerdahl no dio respuesta a estas preguntas, más bien, al contrario, al demostrar la posibilidad del viaje, al dudar de la procedencia asiática de los pueblos polinesios, lo que hizo fue hacerlas con voz más alta.
(1) Cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo escucharon noticias de la existencia de hombres de piel blanca, que tenían un dios llamado Tiki, el rey Sol Virakocha de los incas. También, en 1722, cuando puso pie por primera vez en la isla de Pascual su descubridor, el holandés Jakob Roggeveen fue recibido por sus habitantes, entre los que se encontraban algunos grupos de hombres blancos, que dijeron que sus antepasados provenían de un país lejano y “montañoso en el oriente”.