Siendo
patrona de Novelda María Magdalena es cosa natural que hubiera en el municipio
templo a ella consagrado. Así ha sido desde tiempos muy antiguos, pues en el
cerro de La Mola había ermita, aunque humilde y ya muy dañada por el paso del
tiempo en los primeros años del siglo XX. Seguramente por ello se decidió en
1918 comenzar la construcción de un santuario que albergara a la patrona local.
El
cerro, en el que languidecía la desvencijada ermita, compartiendo espacio con
el castillo medieval de La Mola, así llamado por ser ese el topónimo del cerro
en el que se erige, es como su nombre indica de superficie llana, y muy amplio.
Desde
el otero, a cuyos pies discurre el río Vinalopó, se divisa una anchísima perspectiva
del valle, por lo que resulta fácil comprender que fuera lugar escogido para
defenderse.
Al
viajero se le antoja interminable la historia del castillo, pues en los siglos
que lleva en pie muchos hechos son los que habrán tenido que ver sus piedras,
desde que fue construido por los almohades allá por el mil doscientos y pico.
Porque estas tierras fueron de mucho batallar durante la reconquista, y necesitaron como otras del valle del
Vinalopó de castillo, que usó uno y otro bando según fueran sus dueños, hasta
que reconquistada por Alfonso X para Castilla, pasó más tarde a formar parte
del Reino de Valencia en tiempos de Jaime II.
En
el extremo opuesto del cerro en el que se halla el castillo fue donde
se comenzó a construir el santuario que renovara en piedra la devoción de los
noveldenses por la patrona local. Se ocupó de los planos y la obra el ingeniero
local don José Sala Sala, y de los dineros necesarios la feligresía mediante
sus aportaciones, y una comisión que, con lo obtenido con los actos que
organizaba, coadyuvaba al buen término del proyecto.
El
santuario tiene un notorio aspecto modernista, y leyó el viajero en varios
lugares que con cierto parecido al de La Sagrada Familia de Barcelona. No dirá
el viajero que no pueda tener el templo un aire a la obra gaudiniana. Tampoco que
haya quien así lo pueda ver. Y podría ser que la influencia que en don José Sala
tuviera el templo expiatorio barcelonés, a la hora de diseñar este santuario,
resultara de la contemplación del inconcluso templo durante su estancia en
tierras catalanas en sus tiempos de estudiante, pero al viajero no acaba de
parecerle esa comparación de gran fortuna; si dicen que aquéllas, en general,
son odiosas, en este caso al viajero le parece poco oportuna. Cada cosa es lo
que es, y cada una en su orden, lugar y tiempo tiene su mérito; y esta obra del
ingeniero Sala, proyecto personal que no se vio terminado hasta casi mediado el
siglo, tiene para Novelda la importancia grande que la de la Sagrada Familia tiene para la Ciudad Condal. Cada uno,
piensa el viajero, contento con lo suyo, como debe ser.
En
lo que sí que está de acuerdo el viajero, porque en otros ha leído que ha
causado impresión parecida, es en la pequeña decepción que en un primer momento
le causó el interior. Si fuera el esplendor ciega, dentro el templo es de humilde
sencillez. Pronto se rehace el viajero de su desencanto, cuando recuerda haber
leído que el propio Sala, descontento, se negó a asistir, en 1946, a la inauguración del
santuario, mas no por pobre, sino quién sabe si por lo contrario. El viajero no
está seguro de las razones, pero sí que don José llevaba idea de cubrir el piso
de tierra del interior del templo con guijarros extraídos del río. Quizá
deseaba que el acceso desde la pétrea estructura exterior sugiriera la entrada
a la gruta en la que María Magdalena, siguiendo una leyenda provenzal, se
recogió penitente en Sainte
Baume, en las proximidades de Marsella. Y
aunque el deseo del ingeniero no se vio cumplido, sí pudo contemplar como el artista
alicantino Gastón Castelló Bravo pintara en 1946, para el altar mayor una
representación de la titular de la iglesia, penitente(1) en su gruta.
Concluida
la obra, poco después, en 1952, la antigua ermita fue demolida, quedando en su
lugar una lápida en recuerdo su existencia.
(1)
El apelativo de “penitente” aplicado a María Magdalena resulta de la condición
de prostituta arrepentida, mantenido durante siglos desde tiempos de Gregorio
el Grande, pues como mujer pecadora la definió Lucas en su Evangelio. En 1969,
durante el Concilio Vaticano II, Pablo VI suprimió el sobrenombre de
“penitente”, incidiendo en la idea expresada por San Juan en su Evangelio, sin
referencias a su vida anterior, y sí a la de una de las primeras testigos de la
resurrección de Jesucristo.