Tras
el asesinato del presidente Dato el 8 de marzo, sucedió en la presidencia del
Consejo quien le había precedido al frente del gobierno, el conservador Manuel
Allendesalazar. Durante su mandato y el del vizconde de Eza, ministro de Guerra
con Dato, confirmado en el cargo, quedaría escrita una de las páginas más
luctuosas de la historia de España.
Annual
es un lugar mal comunicado, con la aguada alejada del campamento y con unas
tropas insuficientemente pertrechadas y moralmente debilitadas.
Había
sido ocupada su planicie a principios de año por el general Silvestre,
Comandante General de Melilla, con la pretensión de alcanzar la costa de
Alhucemas, pensando así vencer las cabilas rifeñas y controlar el territorio
marroquí que desde 1909, cuando el desastre del Barranco del Lobo, había sido
un constante quebradero de cabeza para España. Pero nada sucedería como
Silvestre esperaba.
No
estaba España, ni material ni moralmente, preparara para afrontar el reto
colonial en el que se había empeñado. A la habitual corrupción de ciertos
mandos, como la del capitán Jordán y sus cómplices, destapada por la prensa,
que terminó con el truhán en el presidio de Ceuta, se añadían las corruptelas
generalizadas de todo orden. Hasta los propios soldados traficaban con los
cabileños vendiéndoles armas o parte de sus balas, que acabarían siendo
disparadas contra los vendedores. Las consecuencias de todo ello no se harían
esperar.
Entre
la multitud de hechos desgraciados ocurridos aquel verano de 1921, durante los
trágicos sucesos del Rif, algunos de los cuales fueron consecuencia de
comportamientos cobardes y viles, resplandecen otros de valor, heroísmo y
ternura, que por su contraste con aquellos, pero sobre todo por su propia
calidad, los hacen destacar y mantenerse vivos en el recuerdo.
En
Annual, el general Silvestre acaba de suicidarse. La retirada de Annual se
torna en desbandada. La tropa huye despavorida en dirección a Dar Drius, una de
las cuentas en el rosario de fortificaciones construidas en el camino rifeño de
Melilla. Y próximos a estos fuertes, pequeñas, y a veces no tan pequeñas,
posiciones de apoyo y vigilancia.
En
lo alto de la Peña Tahuarda hay una de estas posiciones, la llamada Intermedia
A. Acompañan al capitán Escribano, al mando del campamento, los tenientes
Fernández, Márquez y Medina de Castro. Desde su altura, aquel 22 de julio de
1921, los ochenta y seis hombres que componen la guarnición contemplan
horrorizados el reguero de soldados que, en desbocada huida, han dejado Annual
a sus espaldas y corren con sus bocas resecas camino de Drius. Con el pánico
instalado prácticamente en todos los puestos de mando del Rif, nadie recuerda a
los defensores de Intermedia A. Es ésta, al fin y al cabo, en el mapa rifeño de
las guarniciones españolas, una tachuela, y de las menos importantes, de las
144 clavadas en la demarcación mandada por el general Silvestre. Nadie da
órdenes al capitán Escribano, ni contestan a los heliogramas que desde
Intermedia A se envían a Drius, que lleva resistiendo los embates de la harka rifeña y lo seguirá haciendo aun
cuando el general Navarro, recién llegado a Dar Drius para hacerse cargo del
descompuesto ejército del desaparecido Silvestre, ordene la evacuación de este
enclave.
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Heliógrafo usado durante la guerra de Marruecos. |
En Intermedia A, pues, se defienden como pueden. Aguantan el día 22, resisten el
23, viendo como Navarro abandona Dar Drius; el 24 deciden evacuar, pero son
descubiertos. Vuelven a resguardarse en el fortín. El teniente Medina, jefe de
los artilleros cae, pero los suyos siguen cargando los dos cañones de los que
disponen y el resto de la tropa disparando sin cesar. La guarnición se defiende
como gato panza arriba, manteniendo la posición el día 25 y el 26, pero las
municiones se agotan, también el agua. Escribano decide iniciar conversaciones
con los asaltantes para una rendición honrosa. Sus negociaciones con los jefes
de la cabila son lentas, y espinosas, como son los rifeños, como lo es el
terreno que defienden, árido. De pronto un mal gesto, una sospecha y las
conversaciones se rompen. Varios rifeños intentan cortar las alambradas.
Escribano gira sobre sus talones y emprende el regreso. Ordena que se abra
fuego. Desde el parapeto tratan de cubrir al oficial. Suenan los disparos. Y en
el tiroteo Escribano cae antes de llegar. No se sabe si por balas propias o por
disparos traidores por su espalda. La descarga es tal que la harka retrocede. Será por poco tiempo, y
la guarnición de Intermedia A será muerta al poco. Tiempo después los mismos
verdugos ensalzarían el valor del capitán Escribano en la defensa de la
posición, lo que no hizo el ejército, que le negaría la concesión de la
Laureada, pese a solicitarla el fiscal togado que, para gloria del héroe, dejó
constancia en el Expediente Picasso del reconocimiento merecido: “En medio de aquella flaqueza general, a la
vista de tantas otras posiciones que se incendiaban, abandonándolas después sus
defensores, se destaca con trazo vigoroso, en tan triste cuadro, la actuación
del capitán Escribano, viendo alejarse los restos de aquellas tropas que, en deplorable
estado, se afanaban por ganar lugares más seguros sin que nadie intentase
reaccionar; y lejos de imitarlas, rechaza las condiciones que el enemigo impone
para la rendición y queda solo, defendiendo con su fuerza la posición,
convencido seguramente, por la forma en que se retiraban las tropas, de que
todo lo tenía que esperar de sus propios recursos, que no habían de tardar en
agotarse”.
Quedó
don José Escribano Aguado sin condecoración, pero no sin reconocimiento, como
lo tuvo también el teniente Antonio Medina de Castro, el jefe de artillería. Su
novia entonces se ocupó de mantener vivo su recuerdo y hacerlo llegar a todos.
Rosa
Margarita Barceló era la novia de Antonio. Se carteaban a menudo, y sabemos de su relación porque una de las
cartas de amor que el joven teniente vallisoletano le envió desde Annual, donde
estuvo destinado poco antes de la debacle, ha llegado a nosotros.
Tras la muerte de Antonio,
Rosa siguió soltera. En 1937 marchó a los Estados Unidos. Desde allí siguió en
contacto con los padres de Antonio, al que Rosa no olvida. En 1978, ya con
setenta y siete años, volvió a España: primero a Valladolid, luego a Melilla,
donde habían sido enterrados los restos rescatados e identificados años después
de la muerte del teniente; y por último a las rocas donde se asentaba la
posición Intermedia A, hoyo primero de su amado. Costó lo suyo a Rosa llegar al
lugar, escarpado y de difícil acceso, pero la ayuda del comandante Carmona, que
la acompañó, y la firme voluntad de depositar unas rosas rojas sobre las piedras
que su novio defendió, lo hizo posible. Volvió Rosa Margarita a Miami, donde
vivía y mantenía vivo el recuerdo de Antonio. Siempre desde entonces, todos los
años, y hasta 1991, para el día de difuntos llegaba un cheque con el que el
comandante Carmona compraba un ramo de flores para adornar el nicho del panteón
de héroes de Melilla, donde el teniente Medina vive eternamente.