JUSTICIA A LA CARTA

    En el siglo XIV reinaba en Castilla Pedro I. Su reinado fue una sucesión constante de luchas, y su actitud le hizo merecer el apelativo de “el Cruel”, pero también se le conoce como “el Justiciero”.

    Se cuenta que en cierta ocasión se presentó ante el rey un muchacho reclamando justicia por la muerte de su padre a manos de un sacerdote que, durante una discusión, le había clavado una daga en el pecho, quitándole la vida. El rey preguntó al joven si habían castigado al clérigo por aquel crimen.
    ─Sí, se le condenó. No podrá decir misa durante un año─ contestó el muchacho.
    El rey asintió y preguntó al joven:
    ─Y tú, muchacho: ¿Serías capaz de matar al sacerdote, asesino de tu padre? El joven, resuelto, contestó afirmativamente.
    Tiempo después el rey presenciaba una procesión. De pronto se produjo un gran tumulto. El rey se interesó por lo que ocurría. Llevaron a su presencia al causante del altercado. Era un joven. Le habían detenido por dar muerte a uno de los sacerdotes que desfilaba en la procesión.
    ─Dime, muchacho: ¿Por qué lo has hecho? ─ preguntó el rey.
    ─Era un criminal. Mató a mi padre.
    El rey preguntó a los presentes si era aquello cierto, y la gente confirmo que lo que el joven decía era verdad, y que el sacerdote fue condenado a no decir misa durante un año.
    Entonces el rey preguntó al muchacho qué oficio tenía.
    ─Soy zapatero─ contestó.
    ─Pues, condenado quedas por el crimen que has cometido. Desde hoy hasta que pase un año te estará prohibido fabricar zapatos.

    Si el caso del rey castellano parece que forma parte más de la leyenda que de la historia, no ocurre lo mismo con lo hecho por Paul Magnaud, conocido como “el buen juez”, que sí está bien documentado, aunque sea poco conocido. Magnaud había nacido en Bergerac. Estudió Derecho y acabó convertido en juez. Su vida profesional transcurría con la normalidad del funcionario ocupado en dictar sentencias conforme a los Códigos vigentes. Un día, dicen algunos autores, estando en París, adquirió un ejemplar del Quijote, que al parecer leyó de un tirón. Nada sería igual desde ese momento. Como Alonso Quijano sobre Rocinante es Don Quijote, Magnaud en su tribunal se transformó en “el buen juez”.




    El asunto más conocido, que dio notoriedad a Magnaud, fue el de una mujer, que en 1898, había sido detenida acusada de robo. La mujer, Elisa Ménard, de condición muy humilde, acuciada por el hambre propia y de los suyos, hurtó una pieza de pan. El comerciante la denunció, pero ella se defendió alegando su estado de necesidad para el que no vio otra salida que el robo de aquel pan; y el juez Magnaud, entonces presidente del tribunal de Château-Thierry, también lo vio así. La sentencia fue benévola, pero sonada. Y no fue la única, siguieron otras que humanizaban la aplicación de la Ley. Conforme sus resoluciones seguían el dictado de su conciencia arreciaban en su contra las críticas de sus compañeros, que le criticaban y anulaban sus sentencias cuando eran apeladas en instancias superiores. Pero él, obstinado, luchó contra cuantos molinos aparecieron en su marcha y al fin cansados unos y compresivos otros, dejaron que el “buen juez” siguiera siéndolo.

    Y es que la necesidad no legitima el robo, pero nadie debe quedar sin pan con el que mantenerse vivo. Así lo entendió Magnaud, que como un nuevo Don Quijote, ha pasado a la pequeña historia de los hombres como “el buen juez”.
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9 comentarios :

  1. Reconfortantes ejemplos de sentencias en unos tiempos en los que solian ser tan duras e inhumanas, vistas a nuestros ojos de hoy.
    Me ha encantado la decision del rey. Creo que fue muy sabia, y, desde luego, seguro que hizo reflexionar a mas de uno :)
    Cada vez me gusta mas pasar por su casa, monsieur. Siempre tiene alguna grata sorpresa que ofrecernos.

    Buenas noches

    Bisous

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  2. Una bonita historia, la verdad es que el crimen está mal pero a veces viene justificado como en estos dos casos que nos narras.

    Saludos.

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  3. Siempre se ha dicho que el rey Pedro todo lo que tenía de cruel lo tenía también de justo. Al menos esa es la fama que le ha quedado.

    Saludos.

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  4. me descubro ante Magnaud.... lo del rey... como apuntas suena más a leyenda pero si ocurrió así, tampoco me parece mal ejemplo.

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  5. Hola!!
    Unos ejemplos muy de justicia que en esos tiempos parecen práctimante inciertos pero si así están documentados, ocurrirían tal cual. Nadie debería pasar hambre en el mundo. ;PP
    Un beso y Feliz fin de semana

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  6. Ambas historias son muy curiosas, la primera por ser muestra de la magnanimidad de un gobernante, la segunda por ser un "buen juez" el que aplica justicia. Y es que justicia, no olvidemos, viene de la palabra "justo". Parece una obviedad pero a algunos se les olvida. Las leyes no son justas, pero pueden ser aplicadas por personas que sí lo son.

    Para mí el paradigma de juez justo es Sancho Panza, ahora que hablamos del Quijote, cuando fue gobernador de la península Barataria. Un personaje del pueblo, de buen corazón, que aplica las leyes orales con magnanimidad, sin las imposiciones sociales ni políticas.

    Saludos

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  7. Coincido con Carmen Béjar. Sancho es el epitome del juez justo...también pensé en él cuando leí ese artículo de la CE tan sobado que ya no significa casi nada. "La justicia enmana del pueblo y se administra en nombre del rey"...

    Llego desde la sala capitular. Un saludo :)

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  8. Carmen, Almalaire, tenéis razón, puede que Magnaud, cuando leyó El Quijote, quedara impresionado por las sentencias de Sancho, que estaban basadas en los consejos que poco antes le había dado su señor, y en su propia simpleza; luego llegaron los inconvenientes, ya en la realidad, por la oposición de los colegas de Magnaud, cuando este ya era “el buen juez”.
    Un abrazo para las dos.

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  9. A Magnaud le pasó con don Quijote como a éste con las novelas de caballerías: transformó su conducta.
    ¡Cielos! Esa moneda la conozco: es la de diez céntimos.
    uN SALUDO.

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