“Díjome el demonio anoche que el rey se halla hechizado maléficamente para gobernar y para tener hijos. Se le hechizó cuando tenía catorce años con un chocolate en el que se disolvieron los sesos de un hombre muerto para quitarle la salud, envenenarle los riñones y corromperle. Los efectos del bebedizo se renuevan cada luna y son mayores cuando las lunas son nuevas”.
Estas fueron las palabras que en 1697, cuando a su majestad ya le quedaba poca cuerda, dijo fray Antonio Álvarez de Argüelles al ser preguntado si era cierto que el rey estaba hechizado. Y es que fray Antonio, muy listo, dijo lo que quien le preguntaba quería oír. Tenía fama este fraile de poseer la facultad de entrar en comunicación con el demonio, el dueño del mal; y muchos males eran los que aquejaban al rey Carlos desde que nació. Así que a él acudió el inquisidor general, creyente en estas supercherías, como todos por aquel entonces, para conocer de primera mano la causa de lo que tantísimo preocupaba en la corte: la falta de heredero.
Una preocupación que su padre, Felipe IV, no tuvo, aunque no confiara demasiado en la aptitud de su hijo ni en una larga supervivencia, porque al nacer se le presentó de la peor manera con la que se puede describir a un bebé. Feo era a los ojos de su padre, el rey Planeta, que se supone que a pesar de mirarlo con los ojos del cariño paterno poco bueno dijo de él. No estaría muy orgulloso cuando durante el bautizo permitió que apenas se le viera algo más que un ojo y una ceja por lo tapado que lo llevaban; y feísimo y enfermizo era a los ojos de los embajadores extranjeros en la corte española, poco amantes de lo nuestro y por lo tanto en extremo duros con el recién nacido, y agoreros al hablar de su futuro.
Todos tenían algo de razón. Todos pensaron que no viviría mucho. Se equivocaron. A trancas y barrancas logró sobrevivir hasta los treinta y nueve años.
Las descripciones que se hicieron de él al morir, durante la autopsia llevada a cabo por los médicos, no pudieron ser más aterradoras. Según ellas cuesta creer que el rey hubiera sido capaz de vivir tantos años. El cadáver seco, sin gota de sangre, con un corazón del tamaño de un grano de pimienta, las vísceras putrefactas, y en lo que atañe a lo necesario al ejercicio de sus funciones reales: arriba, la cabeza llena de agua y abajo, un solo testículo, negro como el carbón.
Lo cierto es que pese a ser tachado de débil mental y estéril, en lo primero, algún atisbo de lucidez e ingenio tuvo, como lo demuestra la conversación que cierto día tuvo con su hermanastro don Juan José. Tenía la costumbre el rey, queda la duda de saber si por voluntad propia del desaliñado o por seguir la moda francesa de los cabellos largos(1), de llevar una melena lacia que caía hasta sus hombros. En cierta ocasión estando con su hermanastro éste le llamó la atención sobre la falta de pulcritud de tales greñas. No es la respuesta de un idiota la que Carlos II le dio: “Hasta los piojos no están seguros de don Juan”.
Sobre su falta de capacidad para engendrar hijos, los hechos demostraron que así fue, pero la espantosa descripción de los órganos necesarios para ello, dada por los médicos, no deben hacernos pensar que Carlos estaba carente de apetitos. De su primera esposa, María Luisa de Orleans, francesa y sobrina de Luis XIV, estuvo francamente enamorado, la frecuentaba bastante y al fin logró consumar el matrimonio. Tal fue su alegría cuando lo consiguió que proclamó por todas las dependencias de palacio su proeza, y fuera de él, por Madrid, a los cuatro vientos. Nadie pensó entonces en la incapacidad del rey para asegurar la corona, y las culpas cayeron en María Luisa que fue obsequiada por el pueblo con estos ripios:
Parid, bella flor de lis
que en aflicción tan extraña
si parís, parís a España
si no parís, a París.
Ahora, cuando se vislumbra el final, después de tantos años de intrigas, de gobierno y desgobierno, la preocupación por la ausencia de un príncipe se hace cada vez mayor.
Atrás quedaba la pésima política del padre Nithard, incapaz de comprender España, llevándola de derrota en derrota, hasta que el hermanastro del rey, don Juan José, se presentó a las puertas de Madrid amenazando: “Si el lunes no sale el confesor por la puerta, el martes entraré yo y lo sacaré por la ventana”. No hizo falta, la reina cesó al jesuita y Juan José, conformado, se retiró a Aragón hasta que harto volvió a Madrid para echar a Valenzuela, conocido como “el duende de palacio”, un advenedizo que había conseguido la privanza. Tales eran sus tejemanejes, que por sí solo daría para escribir muchas páginas: forzó su propio nombramiento como Grande de España, llenó sus bolsillos cuanto pudo y al fin colmó la paciencia de la nobleza y del propio don Juan José, que, tras echar a Valenzuela, confinó a la reina en Toledo.
La monumental escalinata de la catedral de Gerona se construyó durante el reinado de Carlos II, casi al mismo tiempo en el que la ciudad era ocupada por las tropas de francesas de Luis XIV
Pero don Juan José duró poco, apenas dos años se mantuvo su gobierno. Prematuramente muerto, no se supo ni se sabrá de qué; aunque hay quien, entonces y aún ahora, sospecha que no se murió solo.
Y atrás quedaban también los engaños de Mariana de Neoburgo, la segunda esposa del rey, fingiendo tantos embarazos como decepciones entre nobleza y pueblo al saber que no había heredero.
Confirmado el hechizo, no queda mucho tiempo. Al rey se le va la vida. Carlos tiene treinta y siete años y no hay tiempo que perder. Se llama a un exorcista. Se llama Mauro de Tenda, es italiano y tan listo y falto de escrúpulos como fray Antonio. Tras las grotescas ceremonias celebradas, el rey sigue igual de mal y, al fin, el italiano cae en desgracia. La cárcel será su casa durante algún tiempo.
Tan disminuido, con la libertad mermada por ausencia de una voluntad firme, no resulta extraño que fuera un ser fácilmente influenciable que permitiera hacer sobre sí cuantas ocurrencias salían de sus cuidadores, los del cuerpo y los del alma, porque… ¿Qué puede esperarse del inquisidor que persigue al demonio, personificación del mal, y al mismo tiempo lo cree por boca de fray Antonio?
Pero la influencia sin interés es estéril, y el interés está en la cuestión sucesoria. En su último testamento Carlos II legó la Corona a Felipe de Anjou, y Luis XIV, que ya había hincado el diente en los territorios españoles en los años anteriores, no estaba dispuesto a ceder a las pretensiones del archiduque austríaco, convencido también de sus derechos dinásticos. La lucha estaba servida entre dos grandes potencias en forma de guerra civil, y en la dinastía austríaca de España puesto el punto final.
(1) Carlos II, ya no usó la tan frecuente golilla que vemos en sus antecesores.
Nota: Encontrarán una enorme fuente de información sobre este rey, el último de los Austrias españoles, y el devenir historico de España durante su reinado en el blog http://reinadodecarlosii.blogspot.com/
Muchísimas gracias por la colaboración. Una entrada excelente y me encanta que hayas tratado tan en profundidad a la persona de don Juan, probablemente mi personaje histórico favorito. Muy buena la anécdota de las greñas que ya te digo no era por influencia francesa, allí llevaban peluca, y que era una moda muy española.
ResponderEliminarUn saludo.
jiji, me temo que sí, monsieur, que las greñas eran cosa muy española. En Francia se llevaba el cabello un poco mas corto, hasta que se empezó a generalizar el uso de la peluca en la segunda mitad del reinado del rey sol.
ResponderEliminarMonsieur, su texto es soberbio, como siempre. Nos ha dado un recorrido maravilloso a traves del personaje de Carlos II, resaltando los aspectos mas interesantes con gran brillo literario.
Que placer sería leer un libro suyo!
Feliz fin de semana
Bisous
Llama la atención lo aficionados que eran en esa época a los encantamientos y demás asuntos sobrenaturales. Y cómo se aprovechaban algunos de la situación.
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada.
Nunca he entendido el porqué no buscaron un suplente como inseminador real... ;)
ResponderEliminarSin ánimo de polemizar, no discutiré la exhibición de hermosas melenas en España, pero indudablemente fueron los franceses los pioneros en el uso de las pelucas, que fabricadas con cabellos ajenos, eran de una longitud más que mediana. La mayor parte de los retratos de los Austrias mayores y menores, hasta llegar a los últimos de Felipe IV y después Carlos II, y muchos de los personajes de la aristocracia española aparecen adornados con los clásicos cuellos rígidos, muchos de ellos incompatibles con tan kilométricas cabelleras. No obstante acepto la observación, que no sé si podre hacer llegar al autor del que tome esa idea, porque de la bibliografía leída, sí se me permite decirlo, este detalle no recuerdo de donde la tomé, aunque ya lo encontraré. Por lo demás amigos Carolus y Diana, no puedo más que daros las gracias por vuestros comentarios tan amables y desearos un feliz fin de semana.
ResponderEliminarEstupenda entrada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigo, lo de la cabellera larga se impuso a finales del reinado de Felipe IV y continuó durante el de Carlos II, siendo el Rey su másxime exponente, pero la cabellera larga es distinta al pelucón empolvado postizo que estaba de moda desde finales del reinado de Luis XIII y que a España llegó con Felipe V. Sin embargo, el primer monarca en llevar peluca en España fue Carlos II (no Felipe V) pues se quedó calvo en la década de los 90 del XVII y de hecho en los últimos retratos de S.M.C. así lo podemos ver, pero la distinción es que él se negó a llevar la peluca empolvada por ser moda francesa y lo dejó muy claro en algunos escritos. Tengo programado una entrada para este tema de las pelucas desde hace tiempo pero puede que la adelante ya que sacas el tema ;).
ResponderEliminarUn saludo.
PD: aquí te dejo un enlace con una miniatura del Museo Lázaro Galdiano de Madrid en el que se ve a Carlos II con peluca: http://www.flg.es/ficha.asp?ID=3740
Impresionante aportación que nos hace vivir importantes momentos de aquellos días.
ResponderEliminarSaludos
Buena aportación al trabajo colectivo en honor de Carlos II.
ResponderEliminarSigo con mi ronda de visitas.
Un saludo.
Muy, muy buena esta entrad. Nos aporta datos de gran interés para conocer los entresijos de aquel oscuro reinado. Y con un estilo impecable. Mis felicitaciones. Un cordial saludo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho su prosa. Ha sido muy amena la lectura.
ResponderEliminarGracias por pasar por el Chateau.
Saludos.
Calvo Poyato, en sus innumerablñes novelas sobre su reinado, intenta darnos una imagen muy diferente de la que tenemos habitualemente del monarca, al que describe como apocado por las intrigas que le rodeaban, pero no tonto. Dice Ortega que "yo soy yo y mi circunstancia" y en este caso se puede decir que a Carlos II le pudo mucho, demasiado, su circunstancia, el panorama europeo, la política, los cortesanos y los intereses que se barajaban a su muerte.
ResponderEliminarSaludos
Muy bueno tu post como siempre. Lo cierto es que siempre me resulta esclarecedor cuando leo sobre todas las intrigas y sus intrigantes empezando por Fray Antonio promoviendo que el rey estaba hechizado sin pensar en la consanguinidad que seguramente sería el origen de todas las enfermedades que sufrió. Por cierto muy interesantes los comentarios sobre las greñas y las pelucas ;P
ResponderEliminarUn beso y feliz semana!!!
Muy bueno, me ha entretenido y gustado mucho, saludos de otro participante.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, ha quedado un homenaje genial
ResponderEliminarMagnífico homenaje, Fondant.
ResponderEliminarY como siempre nosotros los varones culpando a las mujeres de nuestra "impotencia" jajaja
Un abrazo!
Una vida muy dramática para él mismo y para la España sobre la cual gobernaba. Biografías como ésta pone de relieve, una vez más, lo irracional de los gobiernos hereditarios. Saludos cordiales.
ResponderEliminarImpresionante entrada.Pobre Hombre. Que vida Y que suerte más cruel.
ResponderEliminarMe ha encantado conocer a Monsieur Fondant y también descubrir que nos conocíamos ya ;)
Un saludo
Resulta muy interesante conocer, la vida de los Monarcas de la vieja Europa. La superstición, el entorno (igual que hoy) sus aciertos y sus fallos, signaban su propia historia.
ResponderEliminarHermosa tu prosa. Una forma de transmitir conocimiento. DLT, un saludo cordial y viajes de por medio,te espero en Viajando. . .