“…y permitid que yo renueve los más sinceros e invariables sentimientos con los cuales tengo el honor de ser, Sire, de V.M.I. y R. su más humilde y muy obediente servidor, Fernando.”
Así terminaba la carta que, el 22 de junio de 1808, desde Valençay, escribió a Napoleón el que había sido rey de España durante apenas mes y medio, durante la primavera de aquel año, y volvería a serlo durante casi veinte años, a partir de 1814.
Quizás, de haberla conocido el pueblo español que, garrote en mano, andaba defendiendo el solar patrio de la pisada que el dueño de la voluntad de Fernando ─y de otras muchas cosas─ tenía puesta en España no hubiera deseado tanto el retorno de quien con tan escasa dignidad disfruta de una cómoda y apacible vida en el castillo de Valençay, donde Talleyrand, príncipe de Benevento, su propietario, procura hacer lo más entretenida posible la vida del Borbón, como mejor manera para impedirle recordar que había sido rey de España. Allí, en el castillo, Fernando parece encontrarse en su salsa. Sin más obligaciones que perder el tiempo, adulado por una “pequeña” corte de españoles que orbitan a su alrededor, Talleyrand organiza juegos, cacerías y por las noches entretenidas veladas en las que no faltan los bailes y las galanterías. Tanto empeño pone el príncipe de Benevento en ello, que encarga a su esposa que provea tales veladas de un nutrido y hermoso ramillete de distinguidas damas para distraer a los ociosos moradores del castillo y, llegado el caso, conseguir que alguna de ellas logre seducir a Fernando. Piensa que así, acaso pueda controlarlo aún más o quizás, simplemente, que sucumba a la flechas de cupido, entierre cualquier atisbo de dignidad y se abandone aún más en la entrega al nuevo dueño del mundo. Pero Benevento no cuenta con que las cosas, a veces, suceden como uno no querría que pasasen. No es Fernando el enamorado durante aquellos días, sino su mayordomo, el duque de San Carlos que se rinde a la propia madame Talleyrand, que le corresponde. Hasta Napoleón conocerá del asunto y lo utilizará en el futuro para humillar a su ministro cuando las diferencias entre ambos estén a la vista de todos.
Fernando VII de Capitán General,
por Miguel Parra Abril. Museo de la Ciudad, Valencia. |
Mientras, parece
que Fernando, envilecido y holgazán, se encuentra a gusto en su cárcel de
Valençay, tanto que cuando, con ayuda inglesa, se prepara su fuga, no muestra
gran interés.
Si
Fernando actuó así por astucia o porque, acomodado en su jaula dorada, prefería
la vida regalada que Napoleón le proporcionaba es cosa incierta, aunque
probable lo primero, puesto que su indignidad siempre, nunca estuvo reñida con
su doblez. No sería hasta 1814 cuando, para desgracia de los españoles,
Napoleón, que necesita fijar su atención en el frente oriental, lo devolverá a
España.
El
gobierno de Inglaterra, nación aliada de España en la lucha contra la Francia
de Napoleón, decide intentar la liberación de Fernando. Los ingleses entran en
contacto con el barón de Kolly, con fama de atrevido aventurero, pero que nada
más llegar a París resulta detenido. Al parecer un tal Richart, que conocía el
plan, le había delatado. Puesto Kolly en el trance de colaborar o tener un
destino incierto, pero nada halagüeño, el barón, con gran dignidad, se niega a
lo primero; mas los franceses empeñados en poner a prueba a Fernando convencen
al delator Richart para que, haciéndose pasar por Kolly, se presente en
Valencay, explicando el plan de fuga a Fernando, quien en lugar de rechazarlo lo escucha para luego denunciarlo al gobernador del castillo, monsieur
Berthemy.
Con éste y otros episodios de la historia de España, no cabe decir más que aquella famosa frase que se dijo en referencia al Cid: "qué buen vasallo si hubiese gran señor."
ResponderEliminarY es que el pueblo español siempre estuvo a la altura, una pena que sus dirigentes nunca.
Un abrazo DLT.
Como interpretar la historia de los hechos, siempre hay algo que el pueblo ignora de la verdad y que nunca se sabe lo cierto.
ResponderEliminarUna buena lección de memoria del pasado.
Un abrazo
Hola Dlt, desde Pamplona se te saluda con cariño. Estoy a punto de regresar de mi periplo de una semana.
ResponderEliminarCoincido con Elena en su comentario y agradezco tus sencillas enseñanzas.
Un abrazo
Este si que vivió como un rey.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola DLT, interesante historia, y aunque alguno no haya estado a la altura España es, fue y sera Grande.
ResponderEliminarUn abrazo.
De ahí la tan manida cancioncita de cuando" Fernando VII usaba paletón".La verdad que España ha pagado un alto precio por sus ideales...La historia se tunea a favor de cada cual.
ResponderEliminarMuchísimas gracias; por este maravilloso tramo de la historia.
Un saludo.
Que impresentable y lo que le tocaría sufrir a España por su culpa.
ResponderEliminarSaludos.
Es verdad que no podemos hacer nada con el pasado, pero ¿no se podría erradicar este infausto nombre del callejero español? Pues a pesar de tan nefasto monarca, no hay ciudad o pueblo que no tenga su nombre rotulado en alguna calle.
ResponderEliminarSaludos
Esta vida de Chateu me ha recordado a Gil de Biedma, cuando hablaba de la casa familiar en Segovia.
ResponderEliminarAy, de Fernando. El cuadro ya lo muestra casi todo. Sin duda, uno de los peores monarcas de la galaxia. Y aún recuerdo aquello de "y yo el primero por el camino de la constitución". La pobre Pepa que abolió.
Saludos.
muy buen blog y espero entrar de nuevo para recordarte mas
ResponderEliminarsaludos
milton
Pues Napoleón bien se lo pudo haber quedado en Francia, que para lo que sirvió aquí ese Borbón...
ResponderEliminarSaludos.
Páginas cruciales y apasionantes de la historia de España en la que no falta de nada, ni siquiera impostores haciéndose pasar por quienes no son. Menudo nido de intrigas.
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous
No en balde se le llamó felón. Un pájaro de mucho cuidado. Y el pueblo español, tonto de remate.
ResponderEliminarUn saludo.
El retrato de Fernando VII no sé si ajustaba a la realidad, o era una caricatura, menuda cara de tonto y simplon tiene.
ResponderEliminarUn placer leer tus escritos, un beso
Sin duda es el rey mas infame que hemos padecido, felón , traidor, no supo corresponder al pueblo que luchó por defender sus derechos dinásticos. Una mas de las muchas razones que me llevan a rechazar esa institución anacrónica de la monarquía.
ResponderEliminarComo siempre encuentro en tu artículo datos que desconocía. Un placer leer tan excelentes páginas de la historia.
Un episodio que es infame, pero que no deja ser parte de la historia...Un momento apasionante, y que quizás hayan cosas que aún se mantienen en silencio.
ResponderEliminarMuy bueno como siempre amigo
Saludos
Paso sólo h dejarte un beso de ternura. Me tocan pasar dos inviernos seguidos.Procuraré no pasar frío, aunque aquí es duro
ResponderEliminarSor.Cecilia
Me da en la nariz que Fernandito, el Indeseable, quería juerga y trono al mismo tiempo, así que tenía que volver a España. Le encantaba la vida que le regalaban en su jaula de oro, sí, pero también estaba ansioso por coger las riendas del poder. Y en su reino podía hacer ambas cosas: disponer de tiempo para la caza de animales y de hembras, para jugar al billar (decína que le encantaba) y a la vez hacernos la puñeta. Ojalá se hubiese quedado en su encierro y aquí se hubiese implantado una república o una monarquía sobre las sienes de otra dinastía, viendo lo que nos esperaba: dos reinados largos y caóticos, bajo el cetro de Fernandito y de su hija la Isabelona.
ResponderEliminarSaludos
Lleno de datos y de historias como siempre, voy a tener que hacer un master con alguno de los blogueros, yo no encuentro tantos datos, quizá no sé donde buscarlos. Sigo aprendiendo historia, ahora me da que Fernando se podía haber perdido por ahí y tampoco hubiera pasado nada, menudo personaje¡¡¡.
ResponderEliminarSaludos
No era lerdo Fernando VII. Malvado sí, pero no estúpido. Ojalá se hubiese quedado allí en Francia.
ResponderEliminarPasar por su casa para mi siempre es aprender.
ResponderEliminarUn placer.
Saludos.
Grandes destrozos provocó Fernando VII, apoyado por dos instrumentos que le fueron fieles, la Inquisición y la censura, que velaban por mantener su intolerancia política y religiosa. Numerosos intelectuales liberales fueron encarcelados o se exiliaron: a él le debemos nuestro Romanticismo literario tardío, ya que hasta que falleció no regresaron a España, eso sí, empapados de un Romanticismo europeo que trasladaron a nuestro país.
ResponderEliminarNo hay mal que por bien no venga...
Un placer leer la historia en tu mirada, Dlt.
Un abrazo.
¡Vaya historia la de semejante mamarracho! Un placer leerte de nuesvo.
ResponderEliminarUn saludo desde mi mejana