Siempre ha habido personas con ansias de trascender más allá de su muerte. Para ello han usado de las más diversas tácticas. Han dedicado su vida a procurar el bien ajeno para ser recordados, inventado objetos, enunciado leyes que explican el comportamiento de la naturaleza o realizado hechos extravagantes con los que ser recordados. El caso de Jeremy Bentham es de estos últimos. Bentham quiso perpetuar su cuerpo momificándolo. Así lo dispuso en su testamento, y así se cumplió su voluntad. Jeremy nació en Londres en 1748. Fue un niño estudioso y aplicado. Gracias a la buena situación económica de su familia estudió Derecho. No fue, sin embargo, el ejercicio de la abogacía lo que ocupó su existencia. Sus preferencias se inclinaron hacía el desarrollo de leyes que regularan la convivencia entre las personas. Los códigos fueron tomando fuerza en aquellos tiempos hasta la redacción por Napoleón del Código Civil francés, que acaba de cumplir doscientos años. A ello se dedicó Bentham, que trató de introducir algunos de sus textos en Rusia y también, a principios del siglo XIX, en las nacientes naciones sudamericanas. Tuvo tiempo, además, para el pensamiento económico. Se podría decir que esbozó lo que más tarde los economistas han venido en llamar Ley de la utilidad marginal decreciente. Sin conocer las curvas de oferta y demanda, ya percibió que un consumidor con una renta limitada consumía parte de ella en determinados productos, hasta que la satisfacción que le proporcionaban disminuía y eran sustituidos por otros. Su obra literaria fue tan extensa como desconocida durante mucho tiempo.
Al morir a los 84 años se procedió, según su voluntad, a momificar su cadáver. Se le colocaron en la cara unos ojos de cristal que el propio Bentham había elegido como adecuados, y que se dice había llevado en el bolsillo de sus pantalones durante muchos años; pero la cabeza quedó dañada durante el proceso y hubo de ser sustituida por una reproducción de cera. El cuerpo fue vestido con sus propias ropas y colocado en un armario de madera, con las puertas abiertas, para su exhibición en el University College de Londres, donde todavía hoy puede ser contemplado por los visitantes. La verdadera cabeza de Bentham también se conserva. Fue colocada dentro del armario a los pies de su dueño, seguramente con los ojos de cristal con los que Benthan quería seguir viendo el mundo después de muerto.
Ah, veo que ha solucionado usted el problema con el feed! Si es que es usted invencible.
ResponderEliminarLe decía que el caballero en cuestión era excesivamente peculiar para mi gusto, porque vamos, lo de andar por ahí con los ojos de cristal en el bolsillo, ya me dirá. Un poco morboso y otro poco obsesivo. No creo que pudiera tener a ese señor en mi círculo de amistades. Me causaría pesadillas.
Feliz tarde
Bisous
Casi podrían hacer una película de su vida, sería entre interesante y terrorífica. Muchas gracias.
ResponderEliminarLo de la momificación del caballero me recordó las que realizó el Dr Knoche en Venezuela con sus familiares y con él mismo.
ResponderEliminarMe has dado una idea.
Saludos Amigo. Que todo vaya bien
No he conocido ningún personaje que teniendo idea de dejar todo atado y bien atado cuando faltase, le haya salido como pensaba. Pero lo del señor Bentham clama al cielo.
ResponderEliminarPorque seguro que debió procurarse unos bellos ojos de cristal que alegrasen su cara, y en lugar de eso, ni cara, ni ojos, y en el colmo del surrealismo, su cabeza acabó entre sus pies. Por Dios…
La verdad que choca un poco esa vanidad de ser contemplado eternamente y encima con trampa.
ResponderEliminarPero es que a veces la realidad supera a la ficción .Un buen argumento para una película.
Un abrazo.
Hay que respectar las voluntades, pero yo paso de ellas, no me gusta la idea de la momificación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Por mucho que se ate, para que quede bien atado, resulta que la cabeza, no queda a su altura..
ResponderEliminar¡¡ JO !!
manolo.
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Trascender para perdurar. Las lagartijas no tienen esos problemas, tan estrictamente humanos. Lamento lo de la cabeza, aunque, una vez dejas de respirar estimo que una reproducción en cera de la testa es tan adecuada como piedras en los ojos.
ResponderEliminarNo sé casi nada de leyes, pero leí una vez que el cuerpo jurídico que dejó Napoleón fue un trabajo de primera.
Buen fin de agosto, que va sollozando hacia septiembre.
Un abrazo.
Una historia de lo más rocambolesca. Parece la de un Walt Disney del siglo XIX. Quién sabe, quizá con las técnicas modernas un día sean capaces de resucitarle aunque no sé si le gustarán estos tiempos locos o los del futuro...
ResponderEliminarUn saludo
Vaya historia rocambolesca; mira que ir con los ojos de cristal en el bolsillo, eso, ya nos dice mucho de este señor, y ese final tan macabro de la cabeza, me ha hecho dudar si veía la fotografía, o no, al final le he echado valor, la he visto y no está tan mal, aunque esta forma de recordar la historia, no es de mi gusto.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me resulta increíble, aunque suele haber personas que destacan en determinadas áreas de conocimiento que tienen algún tipo de extravagancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es una excentricidad muy a la inglesa. Respecto a los ojos de cristal, podemos recordar el caso de la momia de Prim que también contaba con unos.
ResponderEliminarSaludos.