TAPIA DE CASARIEGO

   Cuando el viajero llega a Tapia de Casariego encuentra un pueblo marinero, limpio, asomado al mar Cantábrico y lleno de turistas. El puerto a rebosar de gente durante la subasta de la pesca recién llegada anima aún más las calles. El comercio se realiza a las puertas de la casa que fue del marqués de Casariego, un benefactor del municipio en tiempos en los que algunas de las grandes fortunas favorecían los lugares que les habían visto nacer.

   Porque, aunque no tiene Tapia de Casariego una historia que trascienda sus contornos, y resulta difícil encontrar sucesos que en un manual de historia general ocupen alguna página, sí tiene paisanos que por sus méritos difundieron el nombre de la villa por los cuatro vientos.

   Y el marqués de Casariego fue uno, si no el que más, hijo por su villa natal. No fue el marqués un indiano de los muchos que a finales del siglo XIX y principios del XX regresaron a España, desde la América a la que habían acudido pocos años antes en busca de fortuna. A diferencia de estos, vueltos a España marcados con el marchamo de triunfadores, don Fernando Fernández Casariego y Rodríguez Trelles, marqués de Casariego y vizconde de Tapia emprendió sus negocios en suelo patrio, y rico por el éxito de sus empresas, quiso devolver parte de sus réditos a la misma sociedad que se los había entregado.

   Nació don Fernando en Tapia, el año 1792, en humilde familia de hijosdalgo venidos a menos. Ayudó en su primera juventud en tareas agrícolas, y cuando las tropas francesas de Napoleón pisaron tierra hispana, se incorporó a las guerrillas que hacían frente al ejército invasor. Desde tiempos de otro ilustre asturiano, el ministro Campomanes, se había producido un incipiente desarrollo de la industria textil, y el joven Fernández Casariego, en cuanto pudo, terminada la guerra, emprendió el negocio de la venta de telas. Casa por casa, primero por su Asturias natal y Galicia, luego en Madrid, fue prosperando merced a su habilidad, don de gentes y perspicacia para los negocios. A la muerte de Fernando VII su floreciente negocio ya contaba con varios empleados. Supo fomentar las relaciones con personajes relevantes de la política y la economía y, durante la Primera Guerra Carlista, un contrato de suministro del ejército Cristino supuso el espaldarazo definitivo a sus empresas.

   Su influencia y elevada posición social lo llevaron a ostentar cargos de importancia en empresas de seguros, banca e industriales de las que fue socio, siendo, además, senador vitalicio.

   Sobrado de dinero, pues era uno de los tres mayores contribuyentes del Madrid de su tiempo, no olvidó su tierra natal. Tapia era una pequeña población perteneciente al concejo de Castropol y por su influencia, junto con otras parroquias segregadas de Castropol y El Franco se constituyó como Concejo independiente. De su peculio particular dotó y embelleció a un tiempo la población con el edificio del Ayuntamiento, el instituto y las escuelas en torno a lo que el viajero conoce como Plaza de la Constitución, y los tapiegos de tiempos pasados Campo Grande. No solo eso, el puerto, tan importante para cualquier villa marinera del Norte, se vio impulsado con los diques que bajo su patrocinio resguardaría desde entonces las arenas del municipio de los furiosos embates del Cantábrico. Muerto el marqués, el pueblo, que no olvidó sus obras en el concejo y las ayudas constantes al hospicio y hospital provincial, se lo agradeció. En 1916, el concejo cambió su nombre por el Tapia de Casariego y el ayuntamiento en 1930 erigiría monumento en imperecedero bronce del marqués, obra del arquitecto y escultor asturiano Arturo Sordo.

   De poco parece haber servido el intento del Principado de Asturias por suprimir por Decreto, el apellido del marqués en la toponimia del Concejo, contra la voluntad del pleno municipal de mantener la doble denominación de Tapia y Tapia de Casariego, supone el viajero que en recuerdo del marqués o en el deseo de los tapiegos de llamar a su pueblo como ellos mismos decidan y no otros, y por la fuerza.

   También tiene en Tapia su monumento otro de sus insignes personajes, aunque en sentido estricto podría decirse que fue hijo de Castropol: don Fernando Villaamil Fernández-Cueto, que nació en 1845 en la parroquia de Serantes, en esa época parte del Concejo de Castropol. Aunque sin antecedentes familiares vinculados con el mar, desde muy niño se siente inclinado por una vocación marinera, pues con apenas doce años decide iniciarse en los estudios de matemáticas necesarios para ser piloto, y a los dieciséis ya ha aprobado las oposiciones para su ingreso en la Marina. Pero Villaamil, que surca todos los mares conocidos, que fue persona inquieta en lo intelectual e inventor del buque que las armadas de todo el mundo conocerán como “destructor” es recordado sobre todo por su condición de héroe en Santiago de Cuba. En 1898, a bordo del destructor “Furor”, fue alcanzado por la artillería de la flota norteamericana, pereciendo junto con el resto de la tripulación.

Monumento a Fernando Villaamil en Castropol

   Terminar este paseo por Tapia recordando a los ilustres tapiegos que que ha dado el concejo y olvidar a otros, anónimos, pero tan recordados como aquellos por los vecinos de Tapia, sería injusto. Lo demuestra el monumento, adornado por las flores permanentemente iluminado por los cirios, que el mismo pueblo que erigió la estatua del marqués levantó en honor y recuerdo de los seis marineros muertos en el naufragio del “Ramona López” el 9 de noviembre de 1960. 

   Si dicen que la muerte iguala los hombres, piensa el viajero que nombrarlos aquí, aunque sus nombres consten en la inscripción que hay junto al monumento que les recuerda, es justo y ayuda a ello. Fueron estos marineros: Baldomero Fernández Blanco, Enrique Pérez Marqués, José Antonio Pérez Fernández, Julio Vijande Rivas, Ramón Noceda Lanza y Santiago Rodríguez Amado.

   Se despide el viajero de este pequeño pueblo, cuyos principales hitos están representados en su escudo, en cuyos cuartos pueden verse la Cruz de los Ángeles y el escudo de Castropol, como muestra de sus orígenes territoriales, y los escudos de armas de los Villaamil y Casariego, las dos familias que han dado fama y gloria a la villa.

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