En 1578 Juan Escobedo es secretario de don
Juan de Austria, el hermanastro del rey, el héroe de Lepanto. Está en España enviado a la corte por
don Juan, que permanece en Flandes y se siente desatendido por el rey Felipe.
Al llegar, frecuenta los mentideros, escucha, empieza a conocer lo que sucede
en Madrid. Descubre que Antonio Pérez, secretario del rey, hombre inteligente y
capaz, pero persona de doblez y escasa lealtad ─años después, bajo el
pseudónimo de Rafael Peregrino será uno de los difusores de la Leyenda Negra ─, mantiene
relaciones con la princesa de Éboli, Ana de Mendoza, viuda de Ruy Gómez de
Silva, antiguo paje, luego consejero y siempre amigo del rey Prudente.
Escobedo y Pérez fueron amigos desde niños. Ambos
habían estado al servicio de Ruy Gómez; pero las cosas, ahora, son de otro modo;
y sea por envidia, sea por mantener el buen
nombre de su antiguo señor o por eliminar al viejo amigo, del que piensa tiene
mucho que ver en el abandono en el que el rey Felipe tiene a su hermanastro,
amenaza con contar las complicidades que hay entre el secretario Pérez y doña
Ana, quien a sus casi cuarenta años y pese al parche que oculta la ausencia de
uno de sus ojos, aún posee encantos suficientes para desatar pasiones y motivos
bastantes para ganar para sí voluntades con las que lograr sus intereses.
Las consecuencias de esa amenaza no se hacen
esperar. En uno de los episodios más turbios del reinado del rey Prudente, el
31 de marzo de 1578, lunes de Pascua, Juan Escobedo es asesinado.
Si fue por mandato real aconsejado por el
propio Pérez, que sin escrúpulo alguno, animaba la desconfianza entre el rey y
su hermanastro, ahora en Flandes, o por iniciativa del propio secretario ha
sido cosa discutida a lo largo del tiempo, gracias a las acusaciones que el
Secretario haría en contra de su antiguo señor, incluso afirmando que fue el
propio rey quien había mantenido relaciones con la hermosa doña Ana, de lo que
no consta prueba alguna.
Pero lo cierto es que la familia de Escobedo,
al poco de su muerte, acusa al secretario del rey de ser el mandante del
crimen. Pérez es detenido, pero durante largo tiempo nada se actúa de modo
concluyente en su contra. La relajación en el proceso hace que éste se dilate
en el tiempo, hasta que doce años después, el juez Rodrigo Vázquez de Arce da
una nueva vuelta de tuerca al caso. Pérez, que había pasado los años anteriores
en diversas cárceles o en libertad vigilada, es sometido a tortura. Nada claro
se obtiene de sus declaraciones salvo la especie de involucrar al propio Felipe
II en el asunto. En tan comprometida situación Pérez decide la fuga. El 19 de
abril de 1590, disfrazado de mujer, se fuga de la cárcel. Llega a Aragón,
vecindad suya, donde la jurisdicción del juez Vázquez no alcanza. En Zaragoza
cuenta con el apoyo de los aragoneses y muy especialmente del Justicia de
Aragón don Juan de Lanuza, que le hace ingresar bajo la protección de los
fueros aragoneses como persona “manifestada”, que así se conoce a quienes
quedan bajo la protección foral, a salvo
de las arbitrariedades de otros tribunales.
Juan de Lanuza. Ayuntamiento de Huesca |
Pero en Madrid el juez Vázquez no quiere
soltar a su presa. Urde un plan. En connivencia con el Santo Oficio, se acusa a
Pérez de hereje ─quizás de lo único de lo que se le acusa sin causa─ y se le condena a muerte. Sin embargo, cuando
iba a ser trasladado a la prisión de la Aljafería , dependiente de la Inquisición , una
algarada organizada por amigos de Pérez lo impide, y éste aprovecha para huir
de nuevo, ahora a Francia.
Ante el cariz que toman los acontecimientos,
Felipe II envía un cuerpo militar a cuyo mando está Alonso de Vargas. Es
preciso sofocar la rebelión, afirmar el poder real en Aragón. Lanuza el joven,
que ha sustituido a su padre, fallecido poco antes, opone resistencia, aunque
escasa y débil. Con un pequeño ejército se enfrenta a las tropas de Vargas. Es
derrotado. Aún se ofrece a Lanuza la posibilidad de retractarse. Se niega. Pronto su cabeza rodará separada del cuerpo y
con la suya la de otros nobles aragoneses partidarios suyos, defensores de los
fueros aragoneses.