Casi todo en Scotto es un misterio. De nombre Jerónimo, muchos le llamaban Alessandro. De apellido Scotto, otros le decían Scota. Aunque no es seguro que naciera en Parma, parece claro que era italiano. Tampoco se sabe con precisión la fecha de su llegada a Praga, pero está comprobado que hacia 1590 ya se encontraba en la ciudad. Atraído por la ciudad que Rodolfo II, emperador, había convertido en capital del Sacro Imperio Romano Germánico, y en capital de las artes, la astrología, la magia y la alquimia, llegó haciéndose notar.
A Scotto le precede su fama, que cree será suficiente para abrirle de
par en par las puertas del Castillo de Praga, que Rodolfo ha convertido en
galería de arte, pero también en laboratorio de magos y alquimistas.
Rodolfo está trastornado. Desea vivir siempre. Desea tener oro para poder pagar
el tributo a los otomanos que acechan. También para seguir acumulando obras de
arte(1).
No se casa, no tiene hijos legítimos. Los astrólogos han predicho que sus hijos
le arrebatarían el poder. Rodolfo lo cree a pies juntillas.
Scotto había aprendido las artes
diabólicas en Alemania y aplicaba todos esos conocimientos en su propio
beneficio. Mago, espía, mujeriego, aventurero en definitiva, se decía que
poseía un espejo mágico. Su ambición le llevó, en su afán de llegar a lo más
alto de la escala social, a codearse con políticos y diplomáticos. Uno de éstos fue un embajador de España. Le enseñó el espejo, y le hizo ver en él al
rey Felipe escribiendo una carta. Scotto tentó al embajador: “Si lo deseas
puedes leer el texto”. El diplomático, prudente, rehusó la oferta. Scotto
no se detiene. Visita al arzobispo de Colonia. Se llama Gebhard. Le tienta. Le
enseña a la mujer más hermosa de la ciudad. El arzobispo sucumbe. Es la condesa
Inés de Mansfeld. El arzobispo olvida su condición, queda enamorado de la
condesa, afamada seductora. Gebhard es católico. Inés, salida del espejo,
protestante. El arzobispo la oculta, la esconde. Inés, ofendida, protesta. Gebhard,
al fin, la presenta en público. La conmoción es grande. El escándalo está
servido. A Gebhard se le exige una boda. Ello supondría la conversión
del arzobispo de Colonia, príncipe elector. El imperio podría dejar de
ser católico en la próxima elección. Los católicos no aceptarían. Tomarían
quizás las armas. El Papa condescendiente hasta entonces interviene. Insta al
arzobispo a la vuelta al redil. El emperador, por su parte, le ofrece dinero
por lo mismo. Gebhard responde casándose con la condesa. El Papa lo excomulga.
Gebhard huye de Colonia. Otro obispo, Ernesto, hermano del duque de Baviera,
católico, ocupa la vacante.
Scotto también huye. Ha
sido el causante de todo. Se dirige a Praga. Allí, el emperador busca la eterna
juventud, la transmutación de los metales. La competencia es feroz. Scotto
encuentra oposición. Los mejores puestos ya están ocupados y sus dueños los
defienden con uñas y dientes. Edward Kelley es el alquimista oficial del
emperador. No consentirá intrusos. Otros muchos tampoco. Tres años después
Scotto ocupa una humilde casa en la parte vieja de Praga. No logrará levantar
cabeza. Su espejo, roto, no le salvará. Sobrevivirá elaborando ungüentos y
otros potingues en una ciudad dominada por la magia. Varios siglos después,
escritores románticos del siglo XIX hablarán de él en varias novelas y contarán
sus trucos, como si fueran vistos en un espejo que nunca existió. ¿O sí?
(1) A lo largo de su mandato, Rodolfo II acumulará grandísimas colecciones de arte. Se verá ayudado por Arcimboldo, pintor oficial del emperador, que ya lo había sido de su padre Maximiliano y de su abuelo Fernando. Esa ingente cantidad de obras de arte de las más variadas disciplinas: tres mil cuadros, dos mil quinientas esculturas, varios millares de objetos diversos, acumuladas en los sótanos del castillo de Praga, sin inventariar hasta algunos años después de la muerte de Rodolfo, se dispersó durante los siglos siguientes debido a continuos saqueos del castillo, subastas y expolios. Hoy, la mayor parte de dichas obras se encuentran en diversos museos de Europa, especialmente en Viena, y en colecciones particulares.