Ya
desde sus comienzos, cuando empezaba a ser popular y faltaba poco para
consolidar su fama como cantante, Benito Pérez Galdós dijo de ella que “era una moza espléndida, admirablemente
dotada por la naturaleza en todo lo que atañe al recreo de los ojos,
completando así lo que Dios le había dado para goce y encanto de los oídos”.
No fue por casualidad que
Alfonso de Borbón y Elena Sanz, una cantante nacida en Castellón el 6 de
diciembre de 1844, casi trece años antes que Alfonso, iniciaran una relación al
quedar viudo el rey de María de las Mercedes, su primer gran amor.
Años antes,
cuando el joven Alfonso estudiaba en el Colegio Theresianum de Viena, la reina Isabel, exiliada en París, muy aficionada al
canto, que practicaba, y, según parece, con gracia, no se sabe muy bien por qué, pidió a Elena Sanz, que
representaba en Viena, hiciera una visita a su hijo Alfonso, y no resulta
difícil imaginar el efecto que la presencia de la cantante, una mujer de
veintiocho años, causó entre el joven alumnado del Colegio y muy especialmente en
un imberbe Alfonso.
Se ha especulado mucho con
la posibilidad de que fuera intención de la reina, advertida del carácter
enamoradizo de su hijo, sembrar la semilla de un amor que le alejase de la
tentación que Antonio de Orleans, duque de Montpensier, gran conspirador y
eterno aspirante a la corona de España para sí o alguno de los suyos, y culpable
a los ojos de la reina de su desgracia y exilio en París, parecía querer poner
ante los ojos de Alfonso, al concertar un matrimonio con su hija María de las
Mercedes. Si fue esa la razón o no, poco importa, el caso es que Alfonso, después
de aquel encuentro con Elena Sanz en el Theresianum, ya no podrá olvidarla
jamás, aunque se casará con María de las Mercedes.
Poco dura el matrimonio. Viudo
el rey por la prematura muerte, el 26 de junio de 1878, de María de las
Mercedes, a sus recién cumplidos dieciocho años, quedó sumido don Alfonso en
una gran pena, tan intensa, como breve en el tiempo, ya que para tratar de
aliviar su tristeza, el siempre fiel duque de Sesto, el conde de Benalúa y
otros amigos suyos de la corte logran convencer al rey para que asista al
Teatro Real. En la función de aquel día se anuncia la representación de “La
favorita” de Donizetti y la presencia del roncalés Julián
Gayarre, tenor descubierto años antes por Hilarión Eslava en Pamplona y
consagrado ya como gran figura. Pero no son éstas las razones que animan al rey
para asistir, sino la de la presencia también de la contralto Elena Sanz. La
fuerte impresión causada por Elena años antes revive en la memoria del rey,
quien a partir de entonces acude al Real todas las noches en las que Elena
actúa, y la cita al terminar la función, y la corteja, y le hace regalos, que
Elena acepta, aunque sin ceder al principio a las pretensiones reales, hasta que
vencida su resistencia, como si el título de aquella primera función fuera un
premonición Elena se convierte en la favorita del rey.
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Teatro Real de Madrid |
El resultado de aquella
relación se verá nueve meses después, en París, cuando Elena, ya casado el rey con María Cristina de
Habsburgo, tiene su primer hijo de Alfonso, al que se bautiza con el nombre del
padre e Isabel, la abuela, exiliada en la ciudad del Sena, decide ocuparse del
bienestar de su nieto y dirá de Elena que “es
mi nuera ante Dios”.
Recién casados, acudían los
reyes a todas las funciones del Real. No sabía muy bien, al principio, la razón
de esa afición del rey al bel canto, pues era conocida y muy notoria la falta
de oído de Alfonso XII y su escasa predisposición para la música, pero pronto vio
claro cuál era la causa de aquella, sorprendente para ella, inclinación por los
asuntos de Orfeo. Ahora, allí en el Real, con la bella Elena Sanz en el
escenario, y sus trinos que, como cantos de sirena, atraían al rey, alejándola de su corazón, los celos atormentaban
implacablemente a doña Cristina, aunque disimulados como sólo la dignidad de
una reina sabe hacerlo, quedaban ocultos en lo más hondo de sí, pues como decía
el conde de Romanones, manifestarlos “suponía
reconocer cierta beligerancia a la amante y esto no lo podía otorgar la
soberana”.
Después, con gran disgusto
conoció la reina la reciente maternidad de Elena, pero sabiendo que era fruto
germinado antes de haber entrado ella en el corazón de Alfonso, lamentarse
hubiera sido evidenciar sus celos, igual que hacerlo al conocer el regreso de
Elena a Madrid, que instalada en la Cuesta de Santo Domingo, recibía al rey
para quedar de nuevo encinta y parir en febrero de 1881 un nuevo varón,
Fernando, esta vez, a diferencia de lo sucedido en el parto anterior, a escasos
metros del palacio Real.
La situación es insoportable
para doña Cristina, que harta de una situación que lejos de haberse llevado con
discreción la humilla a la vista de todos, avisa a Alfonso:
─Esa mujer tiene salir de
España. O lo hace ella o lo hago yo.
Al tanto Cánovas de lo
acontecido, dispone la salida de España de Elena Sanz y su prole. En París,
recibirá de don Alfonso una pensión de cinco mil pesetas mensuales, y los niños
el apoyo de su abuela Isabel.
No iba a tardar mucho la
reina en comprobar que el insaciable apetito genésico del rey, pese a su
enfermedad, o debido a ella, lo iba a llevar a nuevos lechos. En realidad, los
años de tormento vividos por la reina habían sido una sucesión de
infidelidades, de las que la consumada con Elena Sanz no era más que la punta
visible de un iceberg, que no iban a cesar hasta el fallecimiento de don
Alfonso.
Una nueva cantante entra en
la vida amorosa de don Alfonso. Se llama Adela Borghi, aunque es conocida como
la Biondina. Sus cabellos rubios y sus formas rotundas enloquecen al rey. Pero
Adela no es Elena, no tiene su discreción, y procura airear el romance; más bien
parece una aprovechada, y como tal va a ser tratada.
─Esto se tiene que acabar, ─dice
un preocupado Cánovas─, y de modo inmediato.
Antes de que la reina cometa
una locura ─se habla de que está dispuesta a abandonar España, sin atender a consideración
alguna─, el gobernador civil de Madrid, José Elduayen, acompaña a la diva a la
estación, la acomoda en un tren y la despacha para Francia.
En el otoño de 1885 la salud
de Alfonso XII empeora notablemente. Se traslada al palacio del El Pardo. Se
espera que el aire limpio de las afueras de Madrid sirva para mejorar su salud; pero
será inútil. El 25 de noviembre expira el rey Alfonso XII.
Si mucho lo siente doña
Cristina, que pese a todos los agravios recibidos le quiso, mucho lo siente
también Elena Sanz, en París, por el amor que sintió por él y por la situación
de desamparo en el que se podrían verse ella y sus hijos, aún contando con el apoyo que desde el palacio de Castilla le presta Isabel II, que no olvidará en su testamento a los hijos tenidos por Alfonso XII y Elena Sanz.
Por amor y por sus hijos, ha
renunciado a su carrera como cantante, a las rentas que le proporcionaba su
trabajo, muy superiores a las que le otorgó el rey y ahora la reina suprime. La
necesidad obliga a Elena Sanz a vender muebles y otros bienes; pero la
cantante, cuyas razones, a sus cuarenta y un años, para no volver a la escena
se desconocen, tiene una última baza, y juega sus cartas, las que el rey le
envió durante su romance. Cartas de amor y cartas en las que se habla de sus
hijos, de los hijos de Alfonso, el rey de España, y de su paternidad. Y tienen precio, un precio, que tras el trato
logrado entre ella, por medio de don Nicolás Salmeron y la Corona, en acta
fechada el 24 de marzo de 1886, recibirá en metálico, más una pensión para sus
hijos menores y la promesa de cierta cantidad a percibir por ellos a su mayoría
de edad.
El día
de Nochebuena de 1898 fallece Elena Sanz. En los días que siguen funcionarios
de la embajada española en París perpetran el allanamiento del domicilio de
la cantante. Durante el registro se incautan de documentos, dinero y diversos enseres. Seis años después, en 1904, quien fallece es la reina Isabel,
protectora siempre de sus “nietos a los
ojos de Dios”, quienes alcanzada la mayoría de edad comenzarán una larga
serie de pleitos con la Corona, a cuenta de sus pretendidos derechos como hijos
de don Alfonso y por la mayor parte de las cantidades acordadas por su madre y
nunca percibidas.