En
abril de 1814 Napoleón Bonaparte está en Fontainebleau. Ha llegado allí desde
París. La capital había caído y el futuro de Napoleón por primera vez en mucho
tiempo no dependía de él; o mejor dicho no dependía de él si vivía. Según las
memorias de Caulaincourt, la noche del 12
al 13 de abril, Napoleón intentó suicidarse con veneno. Esa noche su mayordomo
al escuchar gritos en la alcoba de Napoleón, entró alarmado y viéndolo entre estertores de agonía, llamó al doctor Yvan, que le provocó el vómito y salvó la vida de
Bonaparte. Al día siguiente, resignado, firmó su abdicación. Sus enemigos habían
decidido, no sin cierta generosidad propia de quien ostenta el poder y dadas
las circunstancias, concederle el control de un pequeño principado creado para
él en la isla de Elba, y unas rentas anuales de dos millones de francos, que
nunca le fueron pagados.
*
En
Elba, Napoleón parece feliz. Un carácter emprendedor, una mente activa y una
inteligencia clara serán un gran beneficio para la isla. Reforma los cuarteles
y las murallas de la isla, hace que se adoquinen varias calles y arbolen muchas avenidas, se
construye una fuente de agua potable, un hospital, un teatro, inaugura un
servicio de recogida de basuras; en el campo se plantan viñas y muchos cultivos
se benefician del sistema de regadío construido; a sus habitantes, poco más de
once mil, de su propio peculio, hace donaciones de dinero y a la biblioteca de
Portoferraio, de gran cantidad de libros; y ello en menos de diez meses.
Pero
por esas mismas condiciones personales, Napoleón no puede permanecer confinado
permanentemente. Es cierto que sólo dispone de una guardia de seiscientos
hombres, que la mayor parte de los políticos y generales que estuvieron a su
lado, sirven ahora a Luis XVIII, último miembro de la dinastía odiada por
Napoleón. Pero su voluntad es
inquebrantable y la necesidad acuciante. La ilusión de que Francia desea su
regreso y la sospecha de que en el Congreso de Viena se decida su exilio a
Santa Elena, acelera los acontecimientos.
Embarcado
en L’Inconstant, sorprendente nombre para el barco en el que Napoleón va a
iniciar su última campaña apoyado en traidores e inconstantes personajes,
fieles a él por segunda vez, después de haberlo sido entremedias al Borbon Luis
XVIII, desembarca en Golfe-Jean el 1 de marzo de 1815. Al poco llega el primer
tropiezo: tropas realistas, en número muy superior a los pocos que acompañan a
Bonaparte, le cortan el paso. Napoleón da un paso al frente y descubriéndose,
reta a los soldados que le hacen frente:
─Aquí está vuestro emperador. ¡Soldados!, ¿os
atreveréis a dispararle?
Ninguno
se atreve a hacerlo, y todos se unen a él, iniciando la marcha hacia París.
Ni siquiera el general Ney, uno de los más inconstantes en sus lealtades, antiguo
general napoleónico, ahora fiel a Luis XVIII,
que al conocer el desembarco de Napoleón en suelo francés había
prometido a su nuevo amo que capturaría a Napoleón y se lo presentaría “en una jaula de hierro”, pudo cumplir su palabra. Ver a Napoleón y
ponerse a su servicio es una misma cosa.
Conforme
avanza Napoleón hacia París, como él mismo dijo: volando de campanario en campanario hasta las torres de Notre Dame,
Francia se indigna al principio, se preocupa después y ya, las vísperas de su
entrada en París, con el Borbón huido, se alegra o teme, quién sabe, por la
presencia de Bonaparte. Lo demuestran los periódicos de aquellos días, que al
conocer la llegada de Napoleón escriben sobre el desembarco del “monstruo”,
para poco después referirse a él como general Bonaparte y al fin, dar la
noticia de la entrada de su Majestad el emperador en París.
Los
aliados del Congreso de Viena se aprestan a la lucha, igual hace Napoleón; pero
mientras aquellos reúnen ochocientos mil hombres, Bonaparte forma un ejército
de unos trescientos mil, y parte de él debe permanecer en Francia sofocando los
disturbios que Wellington promueve en la Vendée. Aun así, el ejército francés
es temible y pronto medirá sus fuerzas en Bélgica, en una desconocida
llanura cuyo nombre pasará a la historia, Waterloo.
*
Mucho
se ha hablado de los movimientos, posiblemente equivocados de algunos de los
generales de Napoleón, de Ney y sobre todo de Grouchy, que en persecución del
ejército del mariscal Blücher, dejó a Napoleón abandonado a su suerte, volviendo
el prusiano en ayuda de Wellington.
Si
fue decisivo o no el error de Grouchy, es materia sobre la que mucho se ha
especulado. Igual se puede hacer sobre lo que hubiera podido suceder de ser el
conde Augusto de Ornano, otro general, quien hubiera estado al mando de ese
cuerpo de ejército. Y es que el conde había sido designado por el ministro de
la guerra Louis Nicolas Davout por su brillante hoja de servicios; pero siendo
más antiguo en la carrera el general Bonet, se creyó éste con más derechos, y
reclamó para sí el destino. Queriendo apuntalar su pretensión con el favor de
Napoleón, trató de manchar el nombre del conde con maledicencias. (1) El
resultado no podía ser otro. Se notificó a Ornano el cese, al tiempo que
llegaban a sus oídos noticias de las injurias contra él proferidas por Bonet.
El conde pidió explicaciones. Bonet no se las dio, y poco después estaban
ambos, excelentes tiradores, empuñando sus pistolas uno frente al otro. De nada
sirvieron los ruegos de María Walewska para que el conde desistiera, incapaz de
comprender que desistir lo convertía a los ojos de los demás y a los suyos propios
en un cobarde.
Apuntándose los dos
hombres, abrieron fuego y resultaron heridos. Si un duelo pudo cambiar la
historia, nadie lo sabrá. Ni Bonet, ni Ornano, que se recuperaban de sus
heridas en un hospital estarían en Waterloo al lado de Napoleón. Sería Grouchy
a quien correspondiera ese “honor”.
(1) El conde Augusto de
Ornano había conocido a María Walewska, la amante polaca de Napoleón, cuando
éste le encargó atenderla en sus necesidades al llegar a París. Discreto y
prudente en su devoción por María siempre, muerto el conde Walewski y casado
Napoleón con María Luisa de Austria y confinado en la isla de Elba, Ornano le
ofreció matrimonio, que María aceptó, si bien, con el retorno de Napoleón a
Francia, los preparativos del enlace quedaron en una especie de confusa pausa.