Así
la llaman, y son muchos los que por creer en su influencia sobre el porvenir han querido poseerla a lo largo de la historia. Y aunque se sabe muy poco de ella, o precisamente por ello, la leyenda tejida en torno
suyo no ha hecho más que crecer a lo largo de los siglos.
El evangelio de Juan es el único que menciona que un soldado, sin expresar su
nombre, abrió el costado de Jesús, para asegurarse de que estaba muerto, y al
instante salió sangre y agua. Poco más se dice. Tiempo después se puso nombre
al soldado, y la Leyenda Aurea y testimonios, como el de Ana Catalina Emmerick añadieron
que Cayo Casio Longinos, nacido en Cesarea, el centurión según el resto de los evangelistas, padecía alguna afección en los ojos
que le impedía ver bien. Añade la tradición que al recibir en su rostro algunas de las gotas
emanadas desde del costado de Jesús, éstas obraron el milagro de sanarlo
devolviéndole la vista, lo que agradeció Longinos de Cesarea, con las palabras
que los evangelistas todos recogieron en sus textos cuando, ante los hechos sobrenaturales que se producían, dijo aquél:
“Verdaderamente éste era Hijo de Dios”,
convirtiéndose y a la postre siendo muerto mediante el martirio, por lo
que la Iglesia le reconocería la santidad.
Pero aquella lanza, enterrada, según algunos, durante un tiempo, trasladada a Italia por el propio Longinos, fue objeto de fama y cada vez mayor objeto de deseo. Su aura de talismán crecía. Los papas contribuyeron a ello. La poseyó Carlomagno, Otón El Grande, y fue llevada como protección durante la cuarta cruzada por Federico Barbarroja, lo que de poco le sirvió, pues pereció ahogado antes de llegar a Tierra Santa. Eso sí, se afirma que había extraviado la lanza y por tanto el amparo que le procuraba.
Detalle del retablo mayor de la Iglesia de La Compañía, de Valencia |
Pero aquella lanza, enterrada, según algunos, durante un tiempo, trasladada a Italia por el propio Longinos, fue objeto de fama y cada vez mayor objeto de deseo. Su aura de talismán crecía. Los papas contribuyeron a ello. La poseyó Carlomagno, Otón El Grande, y fue llevada como protección durante la cuarta cruzada por Federico Barbarroja, lo que de poco le sirvió, pues pereció ahogado antes de llegar a Tierra Santa. Eso sí, se afirma que había extraviado la lanza y por tanto el amparo que le procuraba.
Se
sabe que Napoleón, tras la batalla de Austerlitz quiso poseerla, y que en 1909,
Adolfo Hitler la descubrió en el Museo de la Hofburg, el palacio vienés de los
Habsburgo. Un joven Hitler de visita en el palacio escuchó como un guía
explicaba a los visitantes que “Existe
una leyenda, según la cual quienquiera que la reivindique y descubra sus
secretos tiene el destino del mundo en sus manos, para bien o para mal”
El
mismo Hitler dejaría escrito más tarde la impresión que aquellas palabras y la
contemplación de la lanza causaron en él: “Me
volví progresivamente consciente de que existía una presencia alrededor de la
lanza, la misma y aterradora presencia que ya había sentido en el fondo de mí
mismo en los raros momentos de mi vida en los que se me había aparecido el gran
futuro que me esperaba”.
El 14 de marzo de 1938, tras el Anschluss, la anexión de Austria por el Tercer Reich,
Adolfo Hitler llega a Viena. Esa misma tarde, acompañado por Himmler, se
dirigió al Hofburg, contempló la lanza del tesoro de los Habsburgo y ordenó su
traslado a Nuremberg.
Siete
años después el sueño de su ilegítimo último dueño se había convertido en humo, y el 6 de enero de 1946 la lanza de Longinos de
Cesarea volvía a descansar en el palacio Hofburg de Viena. Ojalá nadie desee poseerla de nuevo para sus fines.
(1) Esta de Hofburg no es la
única de las que se disputan el honor, si acaso alguna lo es, de ser la que por
el brazo de Longinos de Cesárea atravesó el costado de Jesús. Otras dicen
hallarse en el Vaticano y en el monasterio armenio de Geghard.