Así decían las monedas en España hasta el reinado de Alfonso XIII, y aún después, durante la dictadura. Y no sólo en España. También otros países hacían constar tal designio en sus acuñaciones.
En unas sociedades en las que, salvo diferencias sobre asuntos muy concretos, la Iglesia y la monarquía han ido de la mano por el mismo camino, muchas veces lo han hecho en vehículos distintos. Y mientras la Iglesia ha procurado influir, por la gracia de Dios, en la voluntad de los reyes, éstos han tratado de hacer lo propio en la designación de los directores de las almas: regalismo o galicanismo fueron sus éxitos en la lucha con la jerarquía eclesiástica.
De lo equivocado de algunos designios reales por decisión de los hombres, por más que éstos traten de involucrar en ellos a Dios,la Historia nos pone ejemplos continuos. El mal gobierno de los entronizados o la pésima elección de algunos consortes elegidos lo demuestran.
De lo equivocado de algunos designios reales por decisión de los hombres, por más que éstos traten de involucrar en ellos a Dios,
Luis I de España no había cumplido diecisiete años cuando su padre, Felipe V, el primer Borbón español, abdicó en su hijo mayor. Desgraciadamente, el rey niño contrajo unas viruelas, que rápidamente dejaron en su rostro la firma de la muerte. Los médicos nada pudieron hacer salvo ver como se moría su paciente cinco días después de cumplir los diecisiete años. Luis había logrado reinar durante siete meses.
Antes, como príncipe de Asturias, había estado preparándose para hacer lo que se esperaba de él. En 1722 le buscaron novia: una francesa, Luisa Isabel de Orleáns, hija de Felipe de Orleáns, regente de Francia. Una esposa del país vecino, siendo franceses los padres de los novios, se pensó sería una buena solución. Los casaron enseguida. Pero la novia, jovencita, aún más que el futuro rey, convertida en princesa, estaba más para juegos que para protocolos y tareas de Estado. Maleducada, excéntrica, caprichosa, hace lo que le viene en gana. Dicen que hasta corretea desnuda por los pasillos de palacio y aún por los jardines. Su comportamiento es indigno. Los jóvenes cónyuges no se entienden. Se ordena que confinen a Luisa Isabel. Más tarde arrepentida, algo más madura, pedirá perdón; pero ya no hay tiempo para dejar herederos. Sólo para acompañar a su esposo en el lecho de muerte.
Felipe vuelve a ceñir la corona y la reina Isabel no quiere a la antigua consorte en España. Para eso está ella, así que Luisa Isabel es devuelta a Francia. Allí volverá a hacer de las suyas hasta su muerte a los treinta y dos años de su edad.
Tampoco María Josefa Amalia de Sajonia va ha dejar un príncipe para España. Esta princesa alemana de ojos azules y cara de porcelana es la tercera esposa del rijoso Fernando VII. Había sido criada en un convento de monjas. La falta de experiencia, dada su corta edad y la estricta educación cristiana recibida, provocan el rechazo a los embates del lujurioso monarca. El rey, como corresponde, insiste en la consumación del matrimonio: primero para su placer personal, después como obligación al servicio del Estado. María se resiste al acto, pero están casados por la Iglesia. El rey apela a la Biblia que María conoce tan bien:
─ Fue Dios quien dijo “Creced y multiplicaos”.
Felipe vuelve a ceñir la corona y la reina Isabel no quiere a la antigua consorte en España. Para eso está ella, así que Luisa Isabel es devuelta a Francia. Allí volverá a hacer de las suyas hasta su muerte a los treinta y dos años de su edad.
Tampoco María Josefa Amalia de Sajonia va ha dejar un príncipe para España. Esta princesa alemana de ojos azules y cara de porcelana es la tercera esposa del rijoso Fernando VII. Había sido criada en un convento de monjas. La falta de experiencia, dada su corta edad y la estricta educación cristiana recibida, provocan el rechazo a los embates del lujurioso monarca. El rey, como corresponde, insiste en la consumación del matrimonio: primero para su placer personal, después como obligación al servicio del Estado. María se resiste al acto, pero están casados por
La reina, tiene respuesta:
─ ¿Al pecado de la lujuria queréis agregar el de la mentira? ¿Acaso no sabéis que a los niños los trae la cigüeña?
El rey, que lo es “por la gracia de Dios” se encomienda al papa. Le habla del rechazo de la reina a cumplir con sus obligaciones maritales, y el Santo Padre toma cartas en el asunto. Resignada, la joven reina se aplica a cumplir con sus obligaciones, como esposa y reina: servir al rey como mujer y a la nación como madre; pero su naturaleza impide lo segundo(1) pese a los continuos tratamientos recibidos, incluidos los baños en aguas de Solán de Cabras, con gran fama entonces de ser apropiados para facilitar la preñez. Diez años después morirá sin haber engendrado heredero.
(1) La virilidad del rey nunca ha sido puesta en duda. Su gran apetito genésico era aplacado, entre otros lugares, en casa de Pepa “la malagueña”, que no hará falta aclarar qué tipo de establecimiento regentaba. Además, de sus anteriores matrimonios hubo descendencia, aunque murieron al poco de nacer, y de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, también tendría descendencia por partida doble. De este matrimonio nacería la futura Isabel II, la niña que logró ser reina.