FELIZ NAVIDAD

  Las siguientes imágenes son ejemplos de la obra de los retablistas valencianos de los siglos XV y XVI. Estos pintores estaban encuadrados hasta 1482 en el gremio de carpinteros. Ese año se produjo la separación entre unos y otros y se decidió que pintores de puertas, baúles, techos, escaleras y similares permanecieran dentro del gremio en el que siempre estuvieron, quedando fuera los maestros pintores de retablos. Ello sin perjuicio de la creciente importancia que los maestros carpinteros llegarían a alcanzar en la preparación de los futuros retablos, especialmente en las complejas estructuras del barroco, en las que la parte escultórica y de talla tendría sus propios maestros especialistas.

  Siendo los principales clientes de los maestros pintores los deanes de las catedrales, las instituciones religiosas, las cofradías y también la aristocracia, no es de extrañar que los motivos religiosos predominaran sobre otros asuntos. Y uno de ellos, por su especial significado, fue el del nacimiento del Niño Jesús.

   El museo de Bellas Artes y el museo de la Ciudad, ambos de Valencia, guardan estas obras que, como felicitación navideña, sirven para desear a todos los lectores y visitantes de este blog los mejores deseos de felicidad.

Natividad. Oleo sobre tabla de Martín Torner. S.XV.
Museo de Bellas Artes de Valencia


La Adoración de los Pastores. Anónimo del S. XVI. Oleo sobre tabla.
Museo de la Ciudad. Valencia.

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EL XIX. VÍSPERAS DE LA REVOLUCIÓN

   La muerte de Narváez en abril de 1868 convierte al ministro de la Gobernación, Luis González Bravo, en Presidente. Fue ese nombramiento, quizás, el antepenúltimo error de una reina a la que se le acaba el tiempo. González Bravo, nada más asumir el control del gobierno, nombra dos capitanes generales, negando los nombramientos a quienes por escalafón corresponden. Las consecuencias son inmediatas. Privados de dichos destinos, diecinueve generales agraviados con los nombramientos deciden apoyar a Prim, el general que desde Londres prepara el pronunciamiento definitivo.

   Pero el gobierno de González Bravo está decidido a mantener el orden con autoridad. Sabe lo que se trama y detiene a los generales sospechosos: Serrano, Dulce –aquél que veintiséis años antes, siendo comandante, defendió a la reina en la escalera de los leones del palacio real(1)–,  Ros de Olano, Fernández de Córdoba y otros. Algunos son llevados a Canarias. El fin, apartarlos de la acción que el gobierno, más que sospecha, sabe se está preparando. También el duque de Montpensier, esposo de María Luisa, la hermana de la reina, gran conspirador siempre, es obligado a dejar España.  Desde su palacio de San Telmo, en Sevilla, parte hacia el destierro camino de Lisboa. Es el almirante Juan Bautista Topete, a la orden del gobierno, el encargado de acompañar a los duques.

Palacio de San Telmo. Sevilla
 
   De regreso, el almirante, cumplido el mandato, se entrega con gran interés a la conspiración con la que, desde su entrevista con el general Serrano, se había comprometido bajo ciertas condiciones: que no fuera un golpe de partido, sino nacional y que ocurra cuando la reina se encuentre de vacaciones en San Sebastián, para que pueda abandonar España con rapidez, pero sin daño, lo que aceptado por los conspiradores había puesto a Topete y a la Marina del lado de los revolucionarios.

    Hay otro asunto en el que los conspiradores no dejan de pensar: derrocada la reina algunos se preguntan quién le sustituirá. Montpensier, ahora en Lisboa, está en el pensamiento de muchos. El propio duque se ofrece, pero Napoleón III hace llegar a Prim el disgusto que tal caso le ocasionaría. Topete, por su parte, ofrece a Luisa Fernanda la corona. Sin entusiasmo, la hermana de la reina, consciente de la impopularidad de Isabel, acepta a condición que sean las Cortes las que lo propongan y lo aprueben. Montpensier, a partir de entonces, viéndose rey, aunque consorte, se entrega sin reservas personal y financieramente, pero Prim y los progresistas se muestran ambiguos en este asunto, sin comprometerse a nada. Sin decir que no,  apelan a la voluntad de las Cortes en su momento, pero sin dejar de pensar en otros posibles candidatos. Desconoce Montpensier, como lo ignoran todos, que las cosas no sucederán en este asunto como espera.

   De todo, durante su ausencia de España, Prim es informado del modo más ingenioso, y de la misma manera el general hace llegar sus instrucciones a España. Pero don Juan es hombre descuidado, y el gobierno de González Bravo que quiere conocer los planes de los revolucionarios tiene espías. Uno, muy próximo al general. El método usado para la comunicación consiste en el envió de textos escritos en clave, en hojas que son cortadas en tiras numeradas. Se envían las tiras en sobres separados, las pares por un lado y la impares por otro. Luego, todas juntas y en poder de Prim, éste las une y descifra el mensaje. Siempre hace el general igual y siempre acaban los mensajes hechos una bola en la papelera de su despacho. Descubierto más de una vez en sus propósitos llegan los golpistas al convencimiento de que hay un infiltrado cerca del general. Éste como si nada pasase actúa con igual descuido, aunque ahora intencionado. Por fin Prim descubre al espía. Ha recibido a un colaborador poco después de haber arrojado a la papelera una bola de papel hecha con los últimos mensajes. A propósito, se excusa el general, que sale de su despacho. Cuando vuelve la papelera está vacía. 
   ─ Joven, no le obligaré a vaciar sus bolsillos, porque no necesito comprobar que es usted un traidor, que trabaja para el gobierno y que su acercamiento a mí no es para servir a la revolución que saque España del marasmo en el que se halla, sino para ayudar a una dinastía que tiene a la Patria sumida en el pozo de la indecencia─ le espeta don Juan.
   El espía, un joven italiano, sorprendido, apenas balbucea algún gutural sonido solicitando la gracia del general; y Prim, pragmático, advierte la ventaja que puede sacar del caso.
    ─ Si es el dinero del gobierno el que le ha movido a traicionar la amistad que decía profesarme, no lo perderá, pues seguirá recibiéndolo, porqué continuará enviando las bolas de papel que el gobierno de la reina espera seguir recibiendo; sólo que a partir de ahora yo mismo se las daré─ advirtió Prim.
     ─ Comprendo, mi general.
    ─Mejor será que así sea, pues no encontrará mejor arreglo que aceptar este trato, que le mantendrá fuera de toda sospecha mientras sólo usted y yo lo conozcamos.

   A partir de ese momento el embajador español en Londres, enlace entre el espía y el gobierno de Madrid, y el propio gobierno, estuvieron engañados según el capricho de Prim, quien al regresar a España escribió varios mensajes para hacer creer a todos que aún permanecía en Albión.

Como Sagasta, Ruiz Zorrilla participó en la cuartelada de San Gil. Condenado a muerte, huyó de España, colaborando con el general
Prim en la triunfante Revolución "septembrina".
Retrato de don Manuel Ruiz Zorrilla, por Francisco Domingo Marqués.
Museo de Bellas Artes de Valencia






   
   A mediados de septiembre Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla zarpan desde Southampton rumbo a Gibraltar. Lo hacen tan discretamente como pueden. Sagasta y Ruiz Zorrilla con identidades falsas, haciéndose pasar por chilenos, en primera clase; y el general Prim,   en segunda, vestido de librea, como criado de unos amigos aristócratas franceses que viajaban en el Delta. Cuando el vapor llega a Gibraltar clarean las primeras luces del 17 de septiembre. Ese mismo día, Prim se traslada a Cádiz a bordo del Adelia, embarcación de un inglés partidario de la revolución, que la pone al servicio de la causa y el general Prim acepta, por ser el modo más seguro y discreto de llegar a Cádiz, en cuya bahía está fondeada la fragata Zaragoza, y en ella el almirante Topete con quien el general Prim se reúne. Allí esperarán ambos los “gloriosos” acontecimientos del día siguiente.

(1) De aquellos sucesos y del tiroteo que se produjo, en defensa de la reina, en la escalinata del Palacio Real se dio cuenta en “Algo de Política”. 
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EL XIX. ANTEVÍSPERAS DE UNA REVOLUCIÓN

   La vuelta de Narváez al poder, una vez más, se produce cuando el agotamiento de la Unión Liberal de O’Donnell es un hecho; pero no se produce de manera tan inmediata como él desea, porque al duque de Valencia la reina Isabel va a tardar todavía un año y medio en pedirle la formación de un nuevo gobierno. Cuando esto sucede, en 1864, la situación es ya muy difícil y Narváez incapaz de resolver los problemas que el régimen tiene. Muy rápidamente, todo está tomando un cariz muy negativo para la reina.

   Con O’Donnell recién apartado del gobierno y Prim conspirando sin pausa, es la reina la que contribuye aún más a deteriorar su propia y complicada situación. A ello se aplica y lo hacen, ella y su camarilla, con tan gran eficacia que pronto será tarde para cualquier solución.

   Está gobernando ya Narváez cuando a los pocos meses, viendo la reina que la situación de la Hacienda Pública es de gran precariedad, decide enajenar determinados bienes del patrimonio real. De lo obtenido con la venta Isabel aparta para sí una parte, y del resto hace donación al erario público. Narváez, como no, valora dicho gesto como de gran desprendimiento, pero no todos entienden aquello como un rasgo de liberalidad y generosa entrega a la patria. Castellar desde su diario “La Democracia” arremete contra la reina. La acusa de lucrarse con parte de la venta de lo que ella dice ser suyo y en realidad es patrimonio de España. El gobierno gestiona la crisis reprimiendo las críticas. Castelar es desposeído de su cátedra, idéntico castigo al que sufren otros compañeros suyos que le apoyan. El clamor en contra del gobierno es imposible de enmudecer y Narváez acaba dimitiendo.

   Pero la situación no hace más que empeorar. La bonanza económica habida durante el gobierno largo de O`Donnell ha llegado a su fin. Las importaciones de algodón, necesarias para la industria textil, son inexistentes a causa de la guerra de Secesión norteamericana, que tiene paralizadas las cosechas en el sur de los Estados Unidos; tampoco el tiempo ayuda mucho. Una pertinaz sequía y unas malas cosechas producen el encarecimiento de las materias primas y el desabastecimiento. La consecuencia de todo ello es un clima de descontento propiciado por la necesidad, en otras palabras por el hambre que comenzaba a apretar.

Mausoleo de Leopoldo O'Donnell. Iglesia de las Salesas Reales. Madrid
















   Isabel, recurre otra vez a O’Donnell, qué remedio, única baza disponible para una reina cuyo reinado está sumido en el más absoluto descrédito. El duque de Tetuán, título que ostenta también O’Donnell, por habérselo concedido la reina tras la campaña de África de 1859, al que ya era conde de Lucena, trata de dar una capa de maquillaje a un régimen desprestigiado. Modifica la ley electoral, permitiendo así multiplicar casi por tres la base del electorado respecto a la convocatoria hecha apenas un año antes por Narváez. Ahora, para una población de casi dieciséis millones de habitantes, son unos 418.000 los individuos que pueden ejercer el derecho de voto(1). Prim, que ya era conde de Reus, también hecho marqués de Castillejos, por méritos en la misma guerra que O’Donnell, vive en una frenética sucesión de pronunciamientos. Uno de gran trascendencia por sí mismo y por sus consecuencias es el conocido como Pronunciamiento de San Gil, la célebre rebelión de los sargentos, justo al comenzar el verano de 1866. El golpe, aunque cuesta al gobierno y a las fuerzas leales sofocarlo, y en el que Narváez resulta herido en un brazo, al fin es controlado. En la toma del cuartel de San Gil, foco de la rebelión, por parte del general Serrano, varios cientos de muertos y buen número de sargentos fusilados por orden del gobierno de O’Donnell son el resultado de una intentona preludio de la que iba a ser definitiva, nuevamente liderada por el general Prim, esta vez con la ayuda de Serrano, personaje contradictorio y tornadizo en sus lealtades, salvo en la que siempre tuvo con el conde de Lucena.

   La dimisión de O’Donnell supone en la lógica de la reina, como no puede ser de otro modo, el retorno de Narváez, lo que, igual que había sucedido dos años antes, no sirve para mucho. Los acontecimientos, a partir de ese momento, se precipitan de manera vertiginosa, porque tras morir O`Donnell, en Biarriz, al parecer por una intoxicación tras comer un plato de ostras; y poco después, de una pulmonía, Narváez, el hombre que al confesarse, en el postrer momento de su vida, dijo no tener enemigos por haberlos fusilado a todos, los hechos se suceden de modo fatalmente inexorable para la reina.

 (1) La siguiente convocatoria, ya triunfante la revolución e Isabel en el exilio francés, con una nueva modificación de la ley electoral, permitirá votar a cerca de cuatro millones de personas.
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