Sometido
el rey Fernando a la voluntad imperial y entregado a la vida regalada que Talleyrand le
proporciona en su castillo de Valençay, el único anhelo del pueblo español es
la marcha de España de José Bonaparte, el rey intruso, y el retorno de
Fernando, el Deseado. No saben los españoles que pronto tendrán a su rey de
vuelta. Napoleón, al que no le han ido bien las cosas en los últimos tiempos,
ni en España ni en el Norte de Europa, donde la línea del Rhin se ve amenazada,
necesita las tropas asentadas en España para reforzar otros frentes. Por medio
del conde de La Forest, José Bonaparte conoce las intenciones de su hermano: “Su majestad juzga conveniente terminar los
asuntos de España. Está dispuesto a colocar en el trono al príncipe Fernando”.
No
es que Fernando se muestre entusiasmado por su pronto regreso, a tenor de lo
dicho poco antes: “Estoy bajo la
protección del Emperador y me resigno a cuanto la Providencia quiera hacer de
mí; y que contento con mi actual situación, pasaría el resto de mi vida en
Valençay, si preciso fuera”, pero es muy posible que una mezcla de egoísmo,
astucia, falta de escrúpulos y doblez en sus palabras siempre, le llevaran a
manifestarlo así sin sentirlo.
El
22 de marzo de 1814 Fernando VII entra en España. Habíase firmado el 11 de
diciembre anterior el tratado de Valençay, por el que las tropas de Napoleón
abandonaban España, se reconocía su independencia y a Fernando como su rey, al
que ahora, libre de su cautiverio, al cruzar la frontera, acompaña buena parte
de aquella corte aduladora y perezosa que le había distraído en Valençay a la
que poco a poco se unían otros muchos. Entre ellos el intrigante
Escoiquiz.
El 24 de marzo de 1814, Fernando VII cruza el río Fluviá por este puente de Besalú. Durante todo el recorrido el entusiasmo por el retorno del rey es constante. |
Poco tarda Fernando en comprobar lo que él mismo suponía y sus consejeros más próximos le aseguraban. Le llaman “el Deseado” y confirma dicho sentir la aclamación que le dispensa el pueblo. El paso por Gerona y Tarragona, camino de Valencia, es un clamor. En Reus, contra la opinión de la Regencia, el rey a ruegos del general Palafox, retrasa la llegada a Valencia y se dirige a Zaragoza. Tras comprobar allí también la entrega del pueblo que tan valientemente resistió el embate francés, se dirige por fin a Valencia. En el camino, próximo a su destino, se unen a la comitiva real importantes personajes: los duques del Infantado, Frías, Osuna y San Carlos; unos partidarios de la firma de la constitución, otros de lo contrario.
Y
tanto. En las proximidades de Valencia, reciben al monarca el general Elío, Capitán General, y el Presidente de la Regencia, el cardenal don Luis
María de Borbón Vallabriga, hermano de la desgraciada esposa de Godoy, la
condesa de Chinchón. El primero contrario a que el rey firme la Carta Magna de
Cádiz, el segundo, dado su carácter liberal, de que lo haga.
El 17 de abril de 1814, el general Francisco Javier Elío y Oloriz, Capitán General de Valencia, y sus oficiales juraron ante el rey mantener la plenitud de sus derechos. |
Durante el encuentro con el cardenal, Fernando VII ensoberbecido por la adulación del cortejo que le acompaña y el enardecido pueblo que le aclama, le tiende la mano. Don Luis, que preside la Regencia es también cardenal arzobispo de Toledo y Primado de España. Ante el gesto del rey, duda. Fernando impaciente se violenta. El cardenal parece quedar paralizado por la exigencia. La situación es de enorme tensión. Con imperioso ademán el rey insiste y grita exigente al Primado: “Besa”.
Don
Luis, humillado, pone su rodilla en tierra y besa la mano del rey. Es el
principio de un nuevo reinado absolutista. En Valencia, el 4 de mayo de 1814, en la víspera de su partida hacia Madrid, Fernando VII firma el decreto que establece la monarquía absoluta. Mal aconsejado y carente de las cualidades del buen gobernante, muy pronto dejará de ser el Deseado.
(1) El
nombre del manifiesto, como el propio documento indica en su artículo 1,
resulta de una antigua costumbre persa: “Era
costumbre en los antiguos Persas
pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que
la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser
más fieles a su sucesor".
Nota:
La disipada vida de Fernando VII y su pequeña corte en el castillo de Valençay
fue contada en “Vie de Château”.