El 7 de abril de 1906 se firmaba el acta final con las decisiones tomadas en Algeciras para acordar el futuro de Marruecos. Resultaba de aquellos pactos el compromiso de ejercer, por Francia en el sur y España en el norte, la administración de sendos protectorados.
Los
años que siguieron a la Conferencia de Algeciras fueron tiempos convulsos en
Marruecos. Era sultán el joven Abdelaziz, que había
recibido el título al morir su padre, el Muley Hassan, en 1894, cuando el
muchacho apenas contaba catorce años, pese a no ser el primogénito. Éste, Muley Mohammed, si no por su
hermanastro Albelaziz, sí por su visir, había sido encarcelado para anular
cualquier intento de tomar el poder que pudiera corresponderle como
primogénito. Con él, tras los barrotes, acabó también un tío del joven sultán y
su secretario, un tal Yilali ben Driss Zerhouni el Youssufi. Puede que El
Youssufi fuera puesto en libertad, o puede que huyera, el caso es que apareció
en Argelia y con artimañas y trucos, incluso haciéndose pasar por tuerto, como
lo era el Muley Mohammed, volvió a Marruecos, y usurpando la personalidad del
hijo mayor de Hassan, convenció a muchos de ser él quien mayor derecho tenía al
trono de Fez. Se declaró “Roghi”, es
decir pretendiente, en 1902, llegando a dominar una buena parte del norte
marroquí, repeliendo cualquier intento del sultán por desalojarlo del
territorio ocupado. Aunque nunca consiguió la total sumisión de las cabilas
rifeñas, como tampoco lo había conseguido el sultán, logró en un principio, si
no el apoyo decidido, sí la condescendencia de españoles y franceses, a los que
cedió los derechos mineros del Rif, con gran disgusto de los jefes de algunas
tribus, en especial de los Beniurriagueles.
A comienzos de 1908, otro hermano del joven sultán, el Muley Abd el-Hafid, se
levantó contra él. Abdelaziz había intentado modernizar el sultanato
con modos occidentales, y aunque lo hecho tenía un carácter muy superficial,
sin beneficio para la gente, fue bastante para motivar la repulsa de los más
tradicionales. La unificación en un solo impuesto, el tarbib, de los muchos aplicados, fue la gota que colmó el vaso
de las protestas, y en poco tiempo, tras breve guerra civil, Abd el Hafid se
convirtió en nuevo sultán. Heredó éste el conflicto con el Roghi, que desde su
palacio rifeño de Zeluán trataba de someter a las siempre ingobernables cabilas
rifeñas, que inesperadamente acataron la soberanía del nuevo sultán. Para
lograrlo envió sus huestes. Las mandaba uno de sus lugartenientes, El Yilali,
el general negro, antiguo esclavo ahora fiel al Roghi. El 7 de septiembre de
1908, en las cercanías del río Nekkor, en los territorios de la influyente
cabila de Beni-Urriaguel las huestes de El Yilali son derrotadas, y en
desbandada perseguidas por los Beniurriagueles. Huyó, pues el Roghi,
abandonando su corte en Zeluán, camino de Taza y finalmente fue capturado ya
por las tropas del sultán Abd el Hafid y llevado a Fez.
Según un cronista occidental, de los
pocos testigos europeos que presenciaron el acontecimiento, el 24 de agosto de
1909, el Roghi entró en la ciudad con las mayores incomodidades. Sacudido por
el constante balanceo del camello que transportaba la jaula en la que iba
encerrado el preso, la expectación fue fabulosa. El mismo sultán que
presenciaba la llegada del cautivo era ignorado por sus súbditos absortos ante
el magno espectáculo y el personaje que, por su fama y por su arrogancia, aun
en tales circunstancias, mantenía ante sus carceleros. Tres días, se dice que
fue mantenido en otra jaula, de tamaño algo mayor, ubicada sobre un pedestal,
para su exhibición pública, hasta que llegado el día de la ejecución fue muerto
por un disparo de revolver y no, como una leyenda aseguraba, presa en las
fauces de los leones que habitaban en los jardines de palacio.
No había sido defendido el Roghi ni por españoles ni por franceses, pero sí tolerado, y su presencia y autoridad, a veces con manifiesta crueldad sobre sus enemigos, garantizó cierta estabilidad en la región. Muy pronto la seguridad de los colonos europeos y en las minas del Rif se iba a ver comprometida.
No había sido defendido el Roghi ni por españoles ni por franceses, pero sí tolerado, y su presencia y autoridad, a veces con manifiesta crueldad sobre sus enemigos, garantizó cierta estabilidad en la región. Muy pronto la seguridad de los colonos europeos y en las minas del Rif se iba a ver comprometida.