No
estaba destinado a protagonismo tan colosal, pero la prematura muerte sin descendencia de su hermano Pedro lo
encumbró, apenas cumplidos los treinta años, a la jefatura de la casa de Osuna.
Heredó, pues, una inmensa fortuna, y títulos en una inacabable lista que
por razones de espacio y lo tedioso de
su lectura evitaré transcribir completa. Aunque para hacerse cabal idea de la
magnificencia del personaje sí sea conveniente indicar que, descontando
baronías, condados o marquesados, don Mariano
Francisco de Borja José Justo Téllez-Girón y Beaufort-Spontin fue duque de
Osuna, de Benavente, de Lerma, del Infantado, de Gandía, de Béjar, de Medina de
Rioseco, príncipe de Esquilache, de
Éboli y, naturalmente, Grande de España.
Tan
grande se creía que en sus tarjetas hizo escribir que era Grande entre los
Grandes de España. Se comprenderá, pues, sin dificultad, que todo en el duque
de Osuna fue excesivo, más que grande, su arrogancia fue enorme; su pasión era
figurar y su gusto epatar. "Ni que fuera Osuna" solía decir la gente cuando se criticaba a alguien que hacía un gasto desmesurado. No podía consentir que alguien le hiciera sombra o
llamase la atención más que él. Prestaba mucha atención a su aspecto. Varias
horas al día eran empleadas en su aseo personal, incluida su aristocrática cabeza,
que desprovista de pelo, era sometida a toda suerte de pomadas para hacerla brillar
tanto como al resto de su persona. Se sabía que su ropero estaba compuesto por
366 pantalones, aun más de los necesarios para ponerse uno distinto cada día
del año. Una envidia infantil lo dominaba a veces: en cierta ocasión cenaba con
unos amigos. Llamó la atención del duque la corbata de uno de los comensales, y
Osuna alabando su buen gusto preguntó dónde la había adquirido. Minutos después,
previa discreta indicación a un criado para que transmitiera su orden, partía a
galope tendido, rumbo a París, un empleado del duque con la orden de adquirir
otra igual, o más hermosa aún, en defecto de aquella, en el mismo
establecimiento.
El XII duque de Osuna, XV duque del Infantado hizo donación parcial de su palacio en Guadalajara al Ministerio de Guerra para ubicar en él un colegio de huérfanos. |
Pero si en España no había fiesta, gala o acto en el que el duque no destacara por la ostentación y el derroche, en Rusia, donde fue embajador, también dejó recuerdo de su talante fatuo, y las crónicas testimonio de sus excentricidades y jactancia.
En
Rusia tenía fama el conde Orlov de poseer una de las mejores cuadras de caballos,
no sólo de Rusia, sino del mundo entero. Encaprichado el duque por poseer el
mejor de aquellos caballos, se presentó a Orlov, que le mostró sus animales. Puesto
el ojo en el mejor, propuso Osuna comprarlo, pero Orlov se negó:
─ No está en venta. No tengo estos caballos para venderlos.
─ No está en venta. No tengo estos caballos para venderlos.
Insiste
Osuna, que desconoce el no como respuesta a sus deseos y ofrece primero una
cantidad elevadísima y, ante una nueva negativa del conde, un cheque en blanco
después.
─Marcad vos el precio del animal. Me ajustaré a lo que pidáis.
─Marcad vos el precio del animal. Me ajustaré a lo que pidáis.
─Mis caballos no se venden─, mantenía Orlov, firme en su decisión.
Pero
algún tiempo después, aprovechando un viaje del conde, se presentó Osuna a la
condesa, que persuadida por las artes de la elocuencia o por el mucho dinero
ofrecido, cedió y vendió el caballo al duque.
Al
regresar el conde, y enterado de lo sucedido, fue Orlov a tratar con Osuna la recuperación
del caballo y la devolución del dinero entregado a cambio, y aun más si fuese
necesario. La sorpresa y desesperación del conde no pudo ser mayor cuando Osuna
lo condujo a los jardines de su residencia y le mostró al pura sangre cortadas
sus crines y uncido a una noria dando vueltas como un percherón. Así era Osuna:
impertinente, presuntuoso e inoportuno.
Y
qué mejor evidencia de ello que lo sucedido, también en Rusia, cuando llegó a
sus oídos que la zarina había encargado a una expedición enviada ex profeso a
Siberia que trajese para ella unas pieles de zorro azul, animal al parecer muy
raro y de enorme valor por tanto sus pieles. Cumplida la misión, que duró
varios meses, se entregaron dichas pieles y la zarina pudo lucirlas durante una
gala. Enterado Osuna del caso, no quiso ser menos, y de su propio peculio,
organizó otra expedición con idéntico propósito. Cuando varios meses después,
de regreso la expedición, le entregaron las pieles, ordenó se confeccionaran
dos pellizas que, antes que para su uso, destinó al de su cochero y uno de sus
criados.
Si
las regaló a sus subordinados en un alarde de soberbia, pero también de falta
de tacto, imprescindible en un diplomático, sólo él lo supo, pero el caso es
que el duque tenía muchas más pieles con las que “abrigarse” y una de ellas, de
armiño blanco, carísima también, según se cuenta, llevaba sobre los hombros al llegar
a una fiesta ofrecida por los zares. Resultó que habiendo llegado tarde, no
encontró libre asiento alguno, por lo que tomó su carísima capa de armiño, la
enrolló con cuidado y la usó como asiento. Al terminar la gala, dispuesto a
abandonar el palacio, uno de los sirvientes se percató de que el duque había
dejado olvidada su capa de armiño, y presto se acercó a Osuna para
entregársela. Osuna, muy digno habló así:
─Un
embajador de España no se lleva los asientos.
Como se comprenderá, su
inmensa fortuna acabó resintiéndose, mas el duque no estaba por moderar sus
gastos. ¿Qué habría sido de su personaje? Esto hubiera supuesto, en
protagonista de tan alto rango, ensoberbecido de ello y vanidoso hasta el
extremo, una derrota. Urquijo, el banquero, acudió en su ayuda, si es que acaso un banquero se mueve por
dicho sentimiento de caridad y no por el aliciente del rédito, y aceptó
hipotecas sobre muchos de los palacios y castillos patrimonio del duque, que
sólo sirvieron para certificar la ruina contable de quien empezó siendo grande
entre los grandes y acabó arruinado y sus bienes enajenados en pública subasta.
Este pobre hombre en vez de grande entre los grandes era memo entre los memos, pero mire que tuvo gracia lo de que los embajadores españoles no se llevaban los asientos. Hoy todos los cargos se aferran de tal modo al sillón que sería imposible sostener tal cosa.
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
Seguir la historia contigo es muy ameno, se aprende con interés, si no te importa te cuento un poco sobre la duquesa, En Madrid, en La Alameda de osuna hay un parque "El Capricho" mandado construir por la duquesa de Osuna, un palacete de ensueño y unos jardines nunca vistos antes, tanto que dicen que la duquesa mando cortar la lengua a su creador para que no contara los secretos a sus amistades. La finca fue pasando de mano en mano hasta que uno de los herederos, muy parecido al duque en cuanto a gustos y gastos, se vio obligado a arrendarla, pasó por diferentes propietarios y el siglo pasado el Ayuntamiento de la capital la adquirió para uso de los madrileños. Puedes borrarlo si quieres. Un abrazo
ResponderEliminarCómo voy a borrar su comentario. Al contrario, es estupendo, complementa bien la entrada y habla de los excelentes seguidores que tiene el blog. No puedo más que darle las gracias.
EliminarUn abrazo.
Creó escuela. Aquí hemos tenido y seguimos teniendo una lista interminable de patanes de la política, horteras en sus lujos a más no poder, ostentosos y soberbios, que hacen gala de su "grandeza", zafiedad y mal gusto. Y tal y tal.
ResponderEliminarUn saludo,
Vaya historia...Un fatuo, que hereda ese dinero, que lo dilapida en tonterías como un pura sangre para enganchar en una noria...Y el episodio del asiento demuestra su inutilidad...En fin, nunca falta alguien así.
ResponderEliminarSaludos amigo, que todo vaya bien.
Con tanta ambición y derroche no me extraña que terminase arruinado.
ResponderEliminarLo del caballo es para matarlo, pobre Orlov.
Un abrazo.
Nuestro duque de Béjar y de Osuna. En este personaje tan de novela se concentraban ambos títulos por ser descendiente de Mª Josefa Téllez-Girón, sobrina del último duque de Béjar don Joaquín. Es, por tanto, un personaje conocido por estos lares aunque nunca los llegó a pisar.
ResponderEliminarDa para una novela y una película por lo menos.
Un saludo
Su crónica del despropósito me ha provocado el pensar en las virtudes del buen gobierno, ya sea de un reino o de simple economía doméstica.
ResponderEliminarY en la teoría de una querida amiga, colega vocacional del personaje que usted nos ofrece: "-Administrar es muy fácil, sólo hay que ingresar más de lo que se gasta".
Saludos.
Tremendo el personaje, ahora con la foto del Infantado como lo llamamos por aquí me has conquistado.
ResponderEliminarUn abrazo
Este hombre sólo tenía de Grande la soberbia. Un saludo.
ResponderEliminarOsuna fue un dandy.
ResponderEliminarSaludos.
Haces una perfecta narración de un personaje histórico y bastante peculiar.
ResponderEliminarHe disfrutado con su lectura.
Saludos
No le faltaba de nada al duque, ¡así acabó! es insultante que haya personas así y para colmo era embajador.
ResponderEliminarUn abrazo de Espíritu sin Nombre.
Menudo elemento... más que grande y rico se retrató por su soberbia infinita como pequeño y pobre.
ResponderEliminarTe leo hoy y casualidad, me enteré ayer del incendio del Palacio de Osuna de Aranjuez...
Como siempre un gusto leerte.
Gracias, Dlt.
Un abrazo.
Cuanta es la estupidez humana, parece no tener límites.
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