Mucho
tuvo que ver el destino para que la siguiente historia llegara a ocurrir, pues sus
tres protagonistas allí vivían y allí se conocieron; pero aunque el azar los
reunió, fueron ellos los que, por el enredo de uno y
la ingenuidad y ambición de los otros, escribieron su propia suerte.
*
De
profesión pastelero, unos dicen que fue concebido en Lisboa, otros que en Toledo,
lo que sí se sabe es que fue en esta ciudad donde nació Gabriel de Espinosa,
seguramente hacia 1555, aunque fue luego en Madrigal donde vivió, y por tener
un obrador donde preparaba pasteles, fue conocido como el pastelero de
Madrigal.
Era
Gabriel bien parecido, de cabellos rubios, bien educado y su piel estaba
adornada con cicatrices, que decía eran trofeos de su valentía en los campos de
batalla. Su parecido con el desaparecido don Sebastián de Portugal era
notable. Y es que al morir el príncipe Juan de Portugal y regresar a España
doña Juana de Austria, tras nacer el infante don Sebastián, fueron llamados
para ocuparse del pequeño príncipe portugués los marqueses de Castañeda. Había
en el séquito de estos señores una dama llamada María de Espinosa de tan
cautivadora belleza que el rey Juan III, sucumbiendo a sus encantos y a sus
propias pasiones, que en estas cosas son siempre dos los que hacen y deshacen,
la dejó encinta. Al saber los marqueses de aquel embarazo decidieron alejar a
María de Lisboa, enviándola a Toledo, donde nació un niño, que por ser hijo de
don Juan III de Portugal era a su vez tío del nacido poco antes don Sebastián, el
futuro rey. Sea su gran parecido con don Sebastián por su parentesco o por un
azar de la naturaleza, pues lo primero navega entre lo posible y el mito, y lo
segundo es mera probabilidad, el caso es que Gabriel de Espinosa no dejará
pasar la ocasión cuando se le presente.
*
Ana
de Austria nació en Pastrana, pero vivió desde niña en Madrigal, si así se
puede llamar a su existir encerrada como novicia primero y monja después, sin tener
vocación por la vida contemplativa. Era
hija de doña María de Mendoza y don Juan de Austria. Un amor propiciado por la
princesa de Éboli, que se tornó pasajero, o al menos intermitente y discreto,
pues para evitar el escándalo, doña María fue alejada de la corte al conocer
doña Ana, la siempre intrigante princesa de Éboli, el embarazo de su sobrina. A
los seis años la niña nacida de aquellos amores ya había ingresado en el Real
Monasterio de Nuestra Señora de Gracia el Real de la villa de Madrigal. Allí
fue creciendo, estudiando, olvidada de todos y sin afectos. Allí fue donde
conoció la desaparición del rey de Portugal don Sebastián y supo de la muerte del
hermano del rey don Felipe, don Juan de Austria, el héroe admirado por todos
que, sin saberlo, era padre suyo. Y allí fue donde la sobrina del rey Prudente
conoció a Gabriel de Espinosa, del que ni rey ni roque, conseguirá otra cosa
que enamorarse de él.
*
También
en Madrigal vivía por entonces fray Miguel de los Santos, un agustino, confesor
en la corte lisboeta de don Sebastián de Portugal que, al morir el rey en
Alcazarquivir, fue desterrado por Felipe II, pues antes que a favor de su
partido por la corona portuguesa, se puso de parte de don Antonio, el prior de
Crato, aspirante al trono luso. Hecho el acto de contrición por sus veleidades
políticas, lo que le permite estar en una aceptable posición en Madrigal, no
parece asumir ningún propósito de la enmienda y sus caprichosas maniobras en
contra del rey Prudente vuelven a presentarse en él. Poco más cabe decir de
este fraile, como no sea que es el lazo que une a Gabriel de Espinosa y Ana de
Austria. Sin él la historia de esta impostura nunca hubiera sido.
*
Hacía
1582 llega a conocimiento de Felipe II la existencia de una sobrina suya a la que
no conoce. Le dicen que es novicia en Madrigal, y aunque en un primer momento
produce irritación en el rey que se le haya ocultado el asunto, pronto se
inician algunos trámites para el reconocimiento de la joven como miembro de la
casa real, aunque nada se haga para sacarla del estado conventual en el que se
encuentra. Así pasan los años hasta que el 12 de noviembre de 1589 Ana de Austria
toma los votos en Madrigal. Para entonces el confesor de Ana, Miguel de los
Santos, ya conoce a Gabriel de Espinosa. No es
extraño de así sea, y tampoco que habiendo sido confesor de don Sebastián en
Lisboa, aprecie el gran parecido del pastelero con el mítico monarca luso y
comience a urdir un plan para el sosias que la providencia ha puesto en sus
manos.
Comienza
el fraile por persuadir a doña Ana de los grandes destinos que en sueños, por
designio divino, ha visto para ella: el de ser esposa de don Sebastián y reina
de Portugal. La insistencia del fraile en las visiones que dice tener hace fácil
la disposición de la monja, que carente de vocación por las cosas de Dios, cree que los sueños de
Miguel de los Santos son anticipo de la realidad. No ha costado mucho tampoco
al astuto agustino convencer a Espinosa que su parecido con el rey portugués
desaparecido, pero no muerto a decir de todos, puede ser la oportunidad que la
vida le ofrece para alcanzar grandes empresas, y que con la ayuda de doña Ana,
la sobrina del rey, más deseosa de lucir brocados y sedas que el hábito que
aborrece, podrá hacerse realidad.
Para
dar crédito a ello el falso don Sebastián escribe palabras de amor y promesas
de grandeza a la ingenua monja. Doña Ana, enamorada de don Gabriel antes que de
Dios, entrega al impostor unas joyas para financiar la empresa, pues lleva
Espinosa tiempo exhibiéndose y su fama va creciendo. De ello se ocupa el
antiguo confesor real. En Portugal crece la idea de que pronto volverá don
Sebastián a ocupar el trono luso que ahora ocupa Felipe II, cuyo fin, dada su
edad, creen próximo, como también lo creen los nuevos pretendientes.
Fotografía tomada del libro España histórica de Antonio Cárcer Montalbán. Ediciones Hymsa. 1934 |
Pero
tanto alboroto, como es natural, no hace sino llamar la atención de las
autoridades y, una vez más, es el azar el que marca el guión de la historia:
está Espinosa en Valladolid, cuando una mujer con la que ha hecho cierta amistad,
descubre que Gabriel guarda joyas de valor impropias de su condición. Temerosa por
verse involucrada con quien pudiera ser incapaz de justificar la posesión de
piezas tan valiosas, da cuenta a la Justicia. Tras las primeras indagaciones,
se le descubren a Espinosa una miniatura con el retrato de doña Ana, una
sortija, con otro retrato, éste del rey don Felipe, relojes y otras piezas
variadas. Rodrigo de Santillán, Alcalde de Corte de la Chancillería de
Valladolid, le interroga. Dice Espinosa, que es pastelero en la villa de
Madrigal y que le fueron entregadas por doña Ana, monja de Santa María, para su
reparación o venta. Sospecha don Rodrigo de la versión del pastelero, ordena
que se le detenga, y prosigue sus pesquisas, que ahora se dirigen hacia la
dueña de las joyas.
Y
hasta el convento llega el alguacil Cerecedo con el aviso para doña Ana de lo
sucedido, del rescate de sus joyas y el prendimiento de Espinosa. Doña Ana defiende a éste, y responde que son suyas las joyas y que ha sido ella la que de grado
ha entregado a don Gabriel las mismas para su venta.
Pero
Santillán desconfía. Obstinado en conocer la verdad, llega a sus manos una
carta de doña Ana y otra de su confesor Miguel de los Santos, dirigida a
Espinosa. Las cartas resultan comprometedoras. En ellas, antes que las palabras
de amor, alarma al Alcalde comprobar que Espinosa recibe el trato de Majestad
por la sobrina del rey. Y aún hay más. Un nuevo personaje, el confesor De los
Santos, antiguo conocido del rey don Felipe, entra a formar parte de la enmarañada trama.
Santillán se propone penetrar en ella.
Informa,
pues, al rey. Don Felipe ordena que siga preso Espinosa, se confine a doña
Ana en el convento y vaya el Alcalde a Madrigal, para conocer en persona
detalles de lo que parece traición y delito de lesa majestad. Cuando llega,
poco queda en el obrador de Espinosa. Nada que le comprometa, pero pregunta a
la gente y escucha que era llegado hacía poco de Nava de Medina, no muy lejos
de Madrigal, que sus pasteles no eran buenos y que ni siquiera los hacía él,
salvo a veces para disimular, pues otros se encargaban de hacerlos, mientras él
lo que sí hacía a diario era oír la misa que de buena mañana daba fray Miguel
en el Convento, y pasar el día hablando con doña Ana y con el propio fray
Miguel en el locutorio.
El
temor al escándalo alerta al prior de los agustinos, que prohíbe entregar más
documentos a don Rodrigo, pero pese a las amenazas de excomunión, don Rodrigo
se incauta de toda la correspondencia de doña Ana y ordena quede confinada en
su celda. También fuera del convento Santillán, obstinado, busca nuevos
documentos comprometedores, los que doña Ana ya había enviado a Espinosa antes.
Detenido
Espinosa, confinada doña Ana, llega el turno de fray Miguel. Reincidente como era
en su oposición a Felipe II, nada bueno puede esperar, y no se equivoca.
Acusados de alta traición, el juicio transcurre como conviene a los acusadores.
Coincidentes al fin por las malas, fray Miguel y Espinosa, tras negarse por las
buenas a reconocer la comisión de los delitos, éste, confirmada la sentencia
por el rey don Felipe, morirá ejecutado en el mismo Madrigal, tal como
anunciaba el pregón el día de su ejecución:
“Esta es la justicia que manda hacer el Rey nuestro señor, y el Alcalde
Don Rodrigo de Santillana en su nombre, à este hombre, por traydor al Rey
nuestro señor, y embustero, y porque siendo hombre vil, y baixo,se havia querido
hazer persona Real, le mandan arrastrar, y que sea ahorcado en la plaça publica
desta Villa, y desquartizado en ella y su cabeça puesta en un palo: Quien tal
haze, que asi lo pague”.
Fray
Miguel no resulta mejor parado, secularizado, queda desprotegido por tanto por
el fuero eclesiástico. La horca quebrará su cuello en Madrid. Mejor tratada fue
doña Ana, traidora al rey también. El 24 de julio de 1595, el doctor don Juan
de Llano Valdés hace pública la sentencia. Será confinada, tratada como una
monja particular, sin que pueda hablar con nadie, saliendo únicamente para oír
misa los días de fiesta, y comerá sólo pan y agua todos los viernes de los ocho
años que durará su encierro. Muerto el segundo de los Felipes, el tercero la
liberará y de vuelta a Madrigal, será priora; y luego, en el Monasterio de las
Huelgas abadesa. Sin duda fue la mejor parada en este enigmático caso, rodeado
de un aura de leyenda y causa y efecto a la vez del sebastianismo.
Nota: El muerte
de don Sebastián en la batalla de Alcazarquivir y el reconocimiento de su cadáver
por algunos de los nobles que le acompañaron en la campaña africana fue contada
en “El secreto de don Sebastián de Portugal”.