El viajero avanza deprisa por la
autopista que le lleva directamente a Burdeos. A un lado y otro de la
carretera, durante decenas de kilómetros, ve un bosque interminable: son Las
Landas. El viajero ha leído que se trata de la mayor masa forestal de Europa.
Es posible que así sea porque sabe que hay casi doscientos kilómetros de
autopista flanqueada por pinares con, apenas, alguna que otra calva, y que hacia
el Este son casi cincuenta los kilómetros que le separan del océano Atlántico cuajados
de vegetación. Aunque no siempre fue así, porque esta región fue antaño pantano casi deshabitado por los
hombres y, hasta que Napoleón III ordenara la plantación masiva de pinos, casi
exclusivamente habitado por mosquitos.
Cerca de Burdeos el viajero ve dos carteles: uno anuncia la duna de Pyle. Es ésta una
duna de arena de ciento diez metros de altura. A uno de sus lados el mar, al
otro Las Landas. De la duna dicen que es, igual que el bosque que la roza por
su interior, la mayor de Europa. No será lo único de lo que el viajero vea que
ostente un record
de tamaño. El viajero no tiene tiempo de ir, pero se promete verla algún día,
igual que el lugar anunciado por el otro cartel: Arcachon, lugar turístico y
famosísimo por el cultivo de ostras. En el siglo XIX, Arcachon era un lugar
tranquilo y discreto, y por ello fue elegido como lugar del primer encuentro,
ya pensando en un próximo matrimonio, entre Alfonso XII, viudo de María de las
Mercedes, y la princesa María Cristina de Habsburgo.
Cuando el viajero
llega a Burdeos, entra por la margen izquierda del Garona, amplio y caudaloso
río. El viajero ve un enorme barco de pasajeros atracado en el muelle. El
río es navegable por grandes buques que penetran por el estuario de La Gironda , formado por el
Garona y el Dordogne, y se adentran río arriba casi hasta el centro de la
ciudad, donde topan con el famoso puente de Piedra, que construido en 1822
tiene diecisiete ojos, uno por cada una de las letras con las que se escribe el
nombre del general y emperador de Francia que había muerto el año anterior,
prisionero, en la isla de Santa Elena. Francia comenzaba a recordar, mitificando,
la valía del general corso.
Caminando por la margen
izquierda, por los muelles, el viajero llega a la place de la
Bourse. Detrás de los edificios que tiene ante la vista en la
plaza está el Burdeos viejo, luego dará un paseo por él. Ahora continúa y llega
a la place de Quinconces. Pasa por ser la mayor plaza urbana de
Europa. Algo destartalada, en opinión del viajero, tiene a sus lados estatuas
de Montesquieu y Montaigne(1),
ubicuos personajes en casi todas las plazas de Francia, pero que en este caso
se justifican aún más por ser ambos casi bordeleses, por haber nacido en
castillos próximos a la ciudad; y al fondo el Monumento a los Girondinos.
Erigido en los últimos años del siglo XIX, es un homenaje a la libertad, cuya
alegoría remata una altísima columna. Cerca, volviendo hacia el centro, el Gran
Teatro, en la place de la Comedie y el inicio de
la calle de Sainte Catherine: una
larga calle peatonal de cuyas bocacalles nace el viejo Burdeos lleno de bares y
restaurantes. Es suerte para el viajero encontrarse allí. Es la hora de comer y
no le resulta difícil encontrar lugar que le guste. No hay restaurante en cuya
carta no haya varios guisos a base de pato. El viajero prueba corazones asados,
y se ayuda con un vino de Burdeos, como toca. Otro día en Blaye, ciudadela
construida en la margen derecha del estuario probará las famosas ostras de la
región. Ya dijo el viajero que Arcachon es famosa por los criaderos de ese
molusco.
Despues de comer, da un paseo por el centro hasta llegar a la
catedral de Saint André, patrimonio de la humanidad, que tiene templo y torre,
separados uno de la otra, y ésta rematada con una áurea imagen de la Virgen de Aquitania. Dicen
que la torre se construyó así, a distancia, para impedir que las vibraciones de
las campanadas perjudicaran el templo.
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El monumento a los girondinos desde la place de la Comedie |
El viajero no está muy convencido de que ello sea la razón, pero lo que sí sabe es que no es la única iglesia construida siguiendo ese mismo patrón: la de Saint Michel, con su torre aguja de
No olvida el viajero dar un paseo por Cours de L’intendance. Allí está la sede del Instituto Cervantes, en el inmueble en el que vivió sus últimos años y murió Francisco de Goya, retirado en Francia tras la vuelta del absolutismo a España después del trienio liberal. Hoy, junto a la fachada de la cercana iglesia de Notre Dame, donde se celebraron los funerales a su muerte, hay una estatua del pintor, replica de la existente en Madrid, obra de Mariano Benlliure.
Pero si relativamente tranquilo fue el final
de su vida en Burdeos, no puede decirse lo mismo de sus restos. Cuando en 1888
se exhumó su cadáver para trasladarlo a España, se comprobó que faltaba su
cabeza. Si fue robado, como piensan algunos, para realizar estudios
frenológicos, muy en boga durante el siglo XIX, o cedida para ese mismo fin por
el propio pintor, es cosa que no se sabe con certeza.
Lo que sí se sabe es que en el museo
provincial de Zaragoza existe un lienzo. Está pintado en 1849 por Dionisio Fierros
y en cuyo reverso se advierte que la calavera pintada es la de don Francisco de
Goya, igual que se sabe que en 1919 cuando por fin fueron trasladados a Madrid los restos del pintor,
con los mismos, en la urna en la que se depositaron, fue introducida un acta en
la que se hizo constar la ausencia de la cabeza, pues era fama que al morir el
pintor fue entregada para su estudio.
El viajero se acerca una vez más al río.
En el paseo, frente a la place de la Bourse , ve un trozo de
cielo en la tierra: es "el espejo del agua", una finísima lámina de
agua, que lo refleja todo. Es obra reciente, del siglo XXI, pero ya, casi
con la fama de lo que le rodea hecho más de doscientos años antes. La gente
acude, se quita los zapatos, y camina sobre el espejo hasta que desaparece de
la vista de los que se quedan en la orilla, cuando los surtidores de
vapor comienzan a difundir una blanquecina nube que lo envuelve todo. El
viajero, una vez visto todo lo que quería ver, también desaparece. Otros
lugares le esperan.
(1)
Michel de Montaigne fue alcalde de Burdeos entre 1581 y 1585.
(2) Algunos personajes que hicieron de
Burdeos un foco contrarrevolucionario fueron Teresa
Cabarrús (ver una francesa de Carabanchel) y su
amante Tallien.