Si no había prisa, parecen disimularlo muy bien los
parlamentarios, pues nada más leerse en las Cortes los escritos de abdicación
de Amadeo de Saboya y contestación de
las Cortes aquel 11 de febrero de 1873, se oyen en alta voz palabras de
urgencia: “A votar, a votar”. Nunca, en España, en tan poco tiempo, iban a
pasar tantas cosas.
Y se vota. Con 258 votos a favor y 32 en contra
España cambia de régimen. Casi con la misma rapidez, se cesan ministros, se nombran
otros y comienzan los problemas, porque apenas unos días después la primera
conspiración está en marcha. Miembros del partido radical, antes valedores de
Amadeo, ahora tratan de encumbrar al general Serrano en la presidencia de la
República. Puede que entre otras, la pésima situación de las finanzas públicas,
la indisciplina en el ejército, la inseguridad con que los conservadores ricos ven
amenazados sus bienes ante el ambiente revolucionario que se palpa, sea causa
de tal maquinación. El momento es propicio. Acaba de nacer un nuevo Régimen,
acaba de ser nombrado un gobierno; todo es tan reciente, todo da tal sensación
de interinidad que parece el momento apropiado. Ha sido nombrado jefe del poder
ejecutivo don Estanislao Figueras, hombre de prestigio, pero es ministro de la
Gobernación don Francisco Pi y Margall. Dueño de la cartera ministerial desde hace
apenas doce días ya ha tenido don Francisco en tan corto espacio de tiempo que
disolver las juntas revolucionarias y reponer los ayuntamientos, tratando de
mantener un cierto orden, cuando enterado del caso Pi, todo un carácter, desde
su despacho en la Puerta del Sol, invadido por la Guardia Civil, se presenta en
la Cortes, irrumpe en el despacho de su presidente, Cristino Martos, y se
desahoga amenazante:
─Traidor, quieres poner a Serrano al mando, quieres
que tus radicales sigan defendiendo privilegios, y mandas a la guardia civil a
la Puerta del Sol.
Martos, amedrentado, trata de justificarse
balbuceante.
─Córdoba, el general Córdoba es el culpable. Él es
quien ha enviado los guardias a Sol, quien está detrás de todo. Yo no, yo no…
De poco sirven a Martos las excusas(1). Pi y Margall impone
nuevos cambios en el gobierno, al que se conocerá como el "gabinete
homogéneo", formado sólo por republicanos. Cristino Martos no tiene más remedio
que aceptar y, además, pasar la vergüenza de tener que disculparse ante el
general Córdoba, al enterarse éste de las acusaciones que le hizo.
La naciente República tiene prisa en actuar. Varios
proyectos fracasados durante la monarquía saboyana son aprobados: queda abolida
la esclavitud en Puerto Rico y, muy inoportunamente, con una guerra en Cuba y
otra contra los carlistas en España, suprimidas las quintas y formada una
reserva de batallones de “Voluntarios de la República”; pero los problemas del
nuevo régimen, sin embargo, no han hecho más que comenzar. Por lo pronto, en
marzo, se producen disturbios en Cataluña, primer episodio de la furia
cantonalista que se avecina. A Barcelona acude el presidente Figueras. Pi y
Margall, permanece en Madrid. Es federalista, pero también ministro de la
República, y, como esto último, su compromiso no esta por seguir los pasos
dados en Cataluña. Piensa que son las Cortes
las que han implantado la República y deben ser las Cortes las que decidan si
aquélla debe ser federal o no.
Firma de don Francisco Pi y Margall. Fotografía tomada del libro España histórica de Antonio Cárcer Montalbán. Ediciones Hymsa. 1934 |
Sin que los sucesos de marzo estén resueltos, a
primeros de abril, se multiplican los problemas. Se oyen rumores: que si
Serrano pretende ser presidente, que si el pretendiente don Carlos se apoya en
aquél, que si Alfonso, en el exilio como su madre Isabel desde hace cinco años,
puede volver, que si los federalistas
van a dividir España en cantones. En los días siguientes las cosas siguen igual
o peor. Se han creado los Batallones de Voluntarios de la Libertad. Su
intención es tomar Madrid. Los generales Serrano, Topete, los dos principales
generales, aún vivos, impulsores de la revolución de 1868, y Caballero de
Rodas, están dispuestos a asumir el poder si los batallones logran su objetivo.
Estos batallones van tomando algunas zonas de Madrid. Están formados por gentes
variopintas que, agrupadas por sus afinidades, ha servido para que se les
conozca por nombres referidos a su condición. El batallón que toma la Plaza
Mayor es conocido como el Escuadrón del Agua de Colonia, que tal es la finura
de sus miembros, patrocinados por el marqués de Bogaraya; en Antón Martín
sienta sus reales el escuadrón del Aguarrás y en las Vistillas el del
Aguardiente, del que es fácil suponer el porqué de su nombre. A éstos el
gobierno republicano opone otros batallones, los de Voluntarios de la República,
que junto al ejército se enfrentan a los insurrectos. En la plaza de toros y
sus alrededores se hacen fuertes los golpistas, pero finalmente resultan neutralizados
por las fuerzas del gobierno.
Sin hacer caso a las peticiones de aplazamiento de
las elecciones, el Gobierno, pese a los difíciles momentos vividos, decide
mantener los comicios de mayo, afirmando que serán escrupulosos en mantener la
limpieza de los mismos.
En una circular remitida el 5 de mayo a todos los
gobernadores civiles de España con motivo de los próximos comicios para la
elección de Cortes Constituyentes decía Pi:
"No tiene el ministro por el mejor de los gobernadores el que procure el triunfo
a más candidatos adictos a su causa, sino al que sepa conservarse más neutral
en medio de la contienda de todos los partidos. El que más respete la ley, el
que mejor garantice el derecho de todos
los candidatos y la libertad de todos los electores, ese será el se muestre más
merecedor de gobernar una provincia. No ha venido la República para perpetuar
abusos, sino para corregirlos y extirparlos".
Prueba de la sinceridad con la que se expresó Pi en
las instrucciones impartidas queda patente cuando el gobernador de Huelva,
Antonio Sánchez Pérez, le sugirió eludir sus recomendaciones para que Oreyro,
ministro de Marina, obtuviese el acta de diputado. Pi, tajante, curso a Sánchez
telegrama. Decía éste: “Aténgase a lo mandado”.
Personaje controvertido, fiel, contra toda marea, a
sus ideas federalistas, en lo personal también da muestras de su carácter. La
proverbial austeridad por la que es también conocido se comprueba cuando, durante
su mandato como ministro, desaprobando costumbres arraigadas, pero a su juicio
indebidas, cierto día de mucho trabajo debió don Francisco permanecer en el
ministerio despachando diversos asuntos. Llegada la hora del almuerzo, llamó a un ujier y le
pidió encargara que le trajeran un menú del café Levante. Parece que el subalterno, extrañado y confundido
por la orden, ante tan insólita y modesta petición, se atrevió a decir al
ministro que era costumbre que el ministro se sirviera de Lhardy(2), el famoso y caro
restaurante madrileño; pero don Francisco, insistiendo, espetó al ujier:
─De Lhardy se servirá a quien pueda costeárselo. Yo
soy pobre, así que haga el favor de encargar el menú del Levante que le he
pedido.
─Así lo haré, excelencia, pero debo advertirle que
para estos casos están los “fondos de material”.
─ ¡Ah, sí! Los “fondos de material…” Vaya, por
favor, y encargue lo que le he pedido del café Levante, y luego busque al
habilitado y haga el favor de decirle que venga.
Así lo
hizo el bedel y al poco comparecía ante don Francisco el habilitado. Yendo al
grano el ministro le preguntó si los empleados que hacían horas extraordinarias
por necesidades del servicio veían compensado su trabajo con cantidades
extraordinarias proporcionales al tiempo dedicado.
─Sí, sí, claro, señor ministro. Se les pagan las
horas extraordinarias como es costumbre ─contestó el habilitado.
─Y, dígame, ¿es costumbre también abonar las
comidas que esos mismos empleados se hacen traer al ministerio desde los
restaurantes próximos?
─Así es, señor ministro. Esa es la costumbre.
─Pues esa costumbre termina hoy. A partir de ahora
la costumbre de comer a costa del Estado se ha terminado.
Lhardy. Inaugurado en 1839, su fachada en madera de caoba traída de Cuba se conserva en su estado original |
A principios de junio se forman las Cortes
Constituyentes. Una ridícula participación en las elecciones del 15 de mayo de
apenas un cuarenta por ciento, ha dado con una abrumadora mayoría de republicanos
federalistas, muy pocos radicales, poquísimos alfonsinos, conservadores y otros
diputados sin clara afiliación; y un solo republicano unitario.
No es de extrañar que con esos resultados, una vez
constituidas las Cortes, en cuanto se propuso la forma que debía adoptar la
República, ésta resultara votada favorablemente como de tipo federal, con sólo
dos votos a favor de la República unitaria. El de Ríos Rosas fue uno de
aquellos votos y cuando se le habló sobre el escaso apoyo que tenía la
República unitaria con aquellos dos votos, contestó presto: “Bastan, con dos
ruedas anda un carro”.
Muchas más ruedas tenían los federalistas para hacer rodar su proyecto, pero su distinto tamaño la haría descarrilar muy pronto.
Muchas más ruedas tenían los federalistas para hacer rodar su proyecto, pero su distinto tamaño la haría descarrilar muy pronto.
(1)
Martos y Pi y Margall, tras aquel incidente, nunca más volverán a saludarse.
Casi quince años después, en un acto protocolario durante la formación de las
Cortes de 1886, Martos tendió la mano a Pi, que le negó el saludo.
(2)
Lardhy era el mejor restaurante de Madrid. Había sido inaugurado, a todo lujo,
por Emilio Lardhy, en 1839, un suizo que en muy poco tiempo consiguió que su
establecimiento fuera frecuentado por la corte y la alta sociedad madrileña.