De
todos los vaivenes a los que la máquina del tiempo nos ha sometido en estos
viajes por la historia es posible que sea éste uno de los que a mayor distancia
nos haya llevado nunca, tanto que al detenernos en él la fantasía se
entremezcla con la realidad en proporciones tan inciertas que es difícil saber
si nos movemos en la etérea morada de los dioses, sobre la tierra firme, hogar
de los hombres o, en ambas a la vez.
Io
era hija de uno de los dioses del Olimpo, Ínaco; fue seducida por Zeus, que la
convirtió en su amante, hasta que Hera, siempre atenta a los desvaríos de su
esposo, los descubrió. Para proteger a Io de la ira de la enojada Hera, Zeus convirtió
a su amada en ternera, pero la celosa Hera, descubierta la añagaza de Zeus, se
apoderó de ella y encargó a Argos que se ocupara de su vigilancia. Al saberlo
Zeus, envió a Hermes, que asesinó a Argos, pero Hera, al enterarse, furibunda,
colocó sobre la cola de un pavo real los cien ojos del difunto Argos, para que
continuase la vigilancia y, para mayor suplicio de Io, envió sobre ella un
enorme tábano que picoteaba constantemente y sin piedad los cuartos de la transmutada
Io, quien enloquecida por las picaduras huyó errante por todo el mundo, hasta
que al fin Zeus la devolvió a su forma
humana.
Pero
Io, también era la hija aquel rey Ínaco que, según los persas, dice Heródoto en
“Los nueve libros de la Historia”, fue raptada por los fenicios en las playas de
Argos y llevada a Egipto.
En
desagravio, tiempo después, los griegos, según cuentan los persas, navegaron por las costas de Fenicia, llegaron
a Tiro y raptaron a Europa, hija del rey y más tarde aún, a las costas de la
Cólquida donde raptaron a Medea. El padre de ésta quiso negociar con los
griegos la devolución de su hija, pero los raptores contestaron que aún no
había sido devuelta Io ni satisfechas sus reclamaciones por lo que ellos tampoco
lo harían.
Las
generaciones siguientes aún no habían olvidados aquellos agravios; y el hijo de
Príamo y Hécuba, Paris(1),
se obstinó en tener mujer griega a la fuerza. Su pretensión traería fatales
consecuencias para el reino de su padre: Troya.
Paris
había nacido bajo funestos augurios, y su padre, para evitarlos, decidió
matarlo; pero su madre logró evitarlo sin que Príamo llegara a saberlo, abandonándolo en el monte Ada, cercano a Troya, donde
fue recogido por unos pastores que le cuidaron, dedicándose al oficio de sus
padres adoptivos. Joven y fuerte, acudió en cierta ocasión a unos juegos que se
celebraban en Troya, en los que el joven pastor resultó vencedor. Fue entonces
cuando Casandra, su hermana de sangre, lo reconoció. La alegría de todos fue
grande y los muchos años pasados hicieron olvidar al viejo Príamo la causa de
su decisión años atrás. Paris volvió al palacio de sus padres y fue colmado de
honores. Cuando tiempo después hubo ocasión de ir a Esparta con motivo de una
embajada, Paris consiguió ser enviado, pese a las advertencias de Casandra, que
tenía fama de profetisa, sobre las consecuencias que aquel viaje de su hermano
iban a suponer.
Y
es que Paris, siendo aún pastor, había sido elegido por Zeus árbirtro para
dilucidar cuál era la más hermosa de las diosas, merecedora de la manzana de
oro destinada a la más bella. La manzana que Eride, personificación de la
discordia, había arrojado en la boda de Peleo y Tetis.
Las
aspirantes Hera, Atenea y Afrodita se exhibieron desnudas ante el joven pastor
y le ofrecieron presentes a fin de ganarse su voluntad. Hera, la reina de las
diosas, le ofreció toda Asia y ser el hombre más rico; Atenea prometió que sería vencedor en cuantas
batallas participase y Afrodita, sensual y descarada se aproximó a Paris, y
prometió que si la elegía a ella, Helena, la reina de Esparta, tan hermosa como
ella misma, la mujer de carne y hueso más bella, sería suya. Sin pensarlo mucho
Paris dio el triunfo a la astuta Afrodita, que consiguió la manzana de oro. Así
el hijo de Príamo se aseguró conseguir para sí a la hermosa Helena, y el odio
de las otras diosas y la desgracia para su pueblo.
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Medallones de Helena y Menelao, Lonja de Valencia. |
Cuando
Paris llegó a Esparta su rey Menelao estaba ausente, sí estaba su esposa
Helena, a la que Paris sedujo y raptó, llevándola consigo a Troya. Cuando a su
vuelta Menelao fue informado del rapto, reclamó la devolución de
Helena. La negativa de Paris y de los troyanos obligó a Menelao a pedir ayuda a
su hermano Agamenón, quien invocó el juramento hecho por los griegos, formando
un gran ejército todos los aliados griegos. Pronto habría guerra en Troya.
(1) También conocido como Alejandro.
