En
1827 José María el Tempranillo tiene 22 años y es ya leyenda viva. Sus
fechorías se producen con la misma rapidez con la que crece su fama de
bandolero generoso, mientras las autoridades tratan de apresarlo sin éxito.
Contaba
con una partida de escopeteros cuyo mando, cuando no estaba el Tempranillo, lo
ejercía su lugarteniente al que sus compañeros llamaban el Veneno. Era éste personaje peculiarísimo, se llamaba Luis de
Céspedes y procedía de una notable familia sevillana. Era apuesto y canalla,
valiente y pendenciero, aventurero, vividor y un desertor. Entusiasta
apasionado de las gestas de José María el Tempranillo, abandonó la unidad
militar a la que pertenecía y se unió a la partida del bandolero; de
perseguidor pasó a ser perseguido.
Las
acciones de José María el Tempranillo y su banda se suceden. Roba a los ricos y
entrega parte a los pobres. Una red de espías le mantiene bien informado de
todo lo que sucede. Avisado en cierta ocasión de la salida desde Sevilla, camino
de Madrid, de un convoy cargado de riquezas, aunque bien protegido por las
tropas, con destino a la Hacienda Real, Tempranillo se apresta al asalto.
Espera con los suyos al convoy en una venta. En una operación de engaño bien
dispuesta, logra alejar del convoy a la mayor parte de las tropas, que le
persiguen adentrándose en los bosques,
pero volviendo él con algunos de los suyos a la venta, reduce a los
pocos migueletes que habían quedado allí y se apodera del tesoro. Allí mismo
tranquiliza a los viajeros que, buscando la protección de las tropas,
acompañaban al convoy, diciéndoles que no son sus bienes lo que desea y que
deben estar tranquilos. Especial cortesía emplea en el trato con las damas,
pues antes de partir con el botín, a las señoras, extendiendo una manta en el
suelo, las lleva de la mano hasta la venta diciendo que allí estarán más
cómodas hasta que regresen los soldados que las protegían.
La
admiración entre el pueblo es tan grande que nadie le delata y las tropas del
rey fracasan una y otra vez en su propósito de capturarlo. Dueño de los caminos
de Andalucía, el Tempranillo idea un sistema para aumentar sus rentas
disminuyendo el riesgo: a cambio de un canon, expide un salvoconducto que asegura
a las diligencias que aceptan la extorsión un viaje tranquilo y sin
sobresaltos. El sistema es tan satisfactorio para el bandido y las compañías de
diligencias que acaba extendiéndose a todo tipo de viajeros y también entre los
hacendados que se desplazaban por los caminos andaluces, que se ven así, con la
protección de los hombres de el Tempranillo libres de la acción de otros
salteadores de caminos. Pero no todos acceden al peaje: el 22 de junio de 1829
un convoy sin seguro es asaltado por ocho hombres de el Tempranillo montados y
armados. Sustraen las joyas de los viajeros, algunos fardos con ropa y varias
cajas de tabaco habano destinado al rey Fernando. Se ofrece una recompensa de
dos mil reales de vellón por la recuperación de lo robado, pero ante la falta
de respuesta don Vicente Quesada, capitán general de Sevilla, promulga una
orden aumentando la recompensa, ahora no sólo por la recuperación de los bienes
robados, sino por la captura de los bandoleros. Su artículo primero aumentaba
la recompensa a los seis mil reales de vellón si se lograba arrestar a el
Tempranillo y tres mil por cualquiera de sus acompañantes; y el artículo 3
decía: “Mereciendo estos criminales un
rápido y ejemplar castigo por los delitos atroces que tienen cometidos, tan
pronto como se logre el arresto de ellos serán pasados por las armas sin darles
más tiempo que el preciso para prepararse a morir cristianamente, con cuyo
objeto se conducirán a la población más inmediata del lugar en el que sean
aprehendidos".
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Como si de humo se tratara en 1829 una partida de tabaco cubano fue robado por los bandidos del el Tempranillo. Nunca fue recuperado. |
Dos años después el teniente coronel don Salvador Manzanares, ministro de Gobernación durante el trienio liberal, protagonizó una intentona liberal ─como lo haría después el general Torrijos─, desembarcando procedente de Gibraltar, refugio de los liberales españoles. Fue entonces cuando se manifiesta con claridad en el Tempranillo su parcialidad política a favor de los liberales, ayudando a Manzanares que fue finalmente arrestado por las tropas realistas y ejecutado.
Y
nuevamente se eleva el precio de la recompensa por José María el Tempranillo.
Ahora por orden del rey se exhibe en todas las plazas el edicto que ofrece ocho
mil reales por él, vivo o muerto. La presión sobre la banda del bandolero
generoso y admirado aumenta, el cerco se
estrecha. En 1832 se encuentra en apuros. Las circunstancias le han obligado a
permanecer quieto, y al fin, acorralado en la sierra de Grazalema, se ve
obligado a huir. La dificultad para hacerlo es grande, porque José María no
está solo. Había conocido años atrás a María Jerónima Francés, la hermana de un
contrabandista con el que anduvo asociado un tiempo, pero ahora, sitiados por
las tropas, a María Jerónima, con la angustia de tan delicada situación, se le
adelanta el parto. Nace un niño, pero muere la madre; mas no hay tiempo para
lamentaciones. José María envuelve el cuerpo de la mujer con una manta, protege
a recién nacido contra su pecho y a la grupa de su caballo emprende, burlando a
las tropas y esquivando sus disparos, suicida huida hasta Torre Alhaquime,
donde entrega el cuerpo de su mujer y al hijo a la familia de la esposa. Poco
después, en el bautizo del hijo, José María estará presente, como uno más,
nadie le delata.
El tempranillo y sus
secuaces siguen haciendo de las suyas, sin que nadie lo pueda impedir. Viendo
imposible su detención, los hacendados andaluces solicitan al rey que conceda
el indulto al bandido, que permita su integración en la sociedad. Se niega
Fernando VII a la gracia al principio, pero la insistencia parece que doblega
la voluntad absolutista del rey felón y al poco otorga el indulto a José María
y varios de los suyos, concediéndoles una pensión vitalicia de dos reales
diarios y el encargo de dirigir un cuerpo uniformado con la misión de vigilar
los caminos y proteger a los viajeros que por ellos anduvieren. El tempranillo
acepta y al instante se oyen voces en contra. Unas censuran al rey por ceder
ante un criminal digno de castigo, otras se escuchan en contra del propio José
María, el ladrón generoso que se traiciona a sí mismo y que de perseguido
salteador de caminos se torna policía, vigilante de los caminos, protector de
los viajeros a los que antes asaltaba y perseguidor de quienes son como él era.
Y hay quien no le perdona esa traición. El 22 de septiembre de 1833, el
Barberillo, rufián de Estepa, asalta una diligencia, José María y los suyos
tratan de impedirlo, aquél huye, pero perseguido es alcanzado. Se oyen unos
disparos, José María el Tempranillo ha sido herido de gravedad, trasladado a
Alameda, aún resistirá dos días antes de morir. Tenía 28 años.
Nota: Sobre los primeros tiempos de José María Hinojosa Cobacho el Tempranillo, en este mismo espacio, se publicó la entrada "Un ladrón muy educado".