Aunque es prácticamente desconocida en España, uno
de los países beligerantes, no sucede igual en las restantes naciones que,
aliadas, se enfrentaron a la antigua metrópoli en una guerra que los libros de
historia mencionan de distinta forma. Aunque quizás más que una guerra no
pasase de ser una escaramuza sin sentido en una región, ya de por sí un
auténtico polvorín, como se vería después.
Diez años antes de que España por un lado y Chile y
Perú por otro enfrenten sus armas, ya Chile ha mostrado sus apetencias por unas
tierras, el desierto de Atacama, que a su Norte, pese a parecer yermas y
estériles guardan una inmensa riqueza: el salitre.
Tampoco Bolivia, con salida al océano entonces,
está dispuesta a la renuncia de ese tesoro. Diversas negociaciones tratando de
delimitar la raya que separe esas naciones se suceden, hasta que unos sucesos
fortuitos, sin relación con las negociaciones, vienen a facilitar un entendimiento
temporal entre ambos países, al margen de sus disputas territoriales.
*
En agosto de 1863, unos hechos aparentemente
ajenos a las acciones de los gobiernos iban a traer consecuencias gravísimas.
Y lo que empezó concerniendo exclusivamente a Perú y España, se extendió a los
países limítrofes en el área del Pacífico, llevados por una solidaridad
americanista en contra del antiguo poder colonial. No sucedió lo mismo con el
resto de naciones suramericanas, incluidas las atlánticas, que se mostraron neutrales cuando
no abiertamente a favor de España.
Aquel verano, en la hacienda peruana de Talambo
trabajan unos jornaleros españoles. Habían partido de Guetaria tres años antes
y estaban en Perú contratados por Manuel Salcedo. Pero las condiciones
laborales no habían hecho más que empeorar con el paso del tiempo. El día 4,
uno de ellos, Marcial Miner, acompañado de otros colonos, decide plantear sus
quejas a Salcedo. Discuten. Poco después tras una reunión en la que Salcedo
parece ceder a las pretensiones de sus empleados, los peones vascos son atacados
por unos pistoleros que, siguiendo órdenes de Salcedo, son contratados por
Valdés, el capataz de la hacienda. Hay muertos. Miner resulta herido. Y no sólo
eso, atado a una cabalgadura es arrastrado y abandonado su cuerpo creyéndolo sin
vida.
Con lentitud premeditada se presenta el juez de paz
dos días después de los hechos; y con discutible aplicación de la justicia, en
primera instancia, se absuelve a casi todos los implicados en los asesinatos y al
inductor de la matanza. Recurrido el fallo, el tribunal del departamento de La Libertad anuló lo dictado
por el juez, contra el que instruyó procedimiento por prevaricación, pero
recurrido por Salcedo ante el Supremo, el alto tribunal peruano hizo volver
todo al estado inicial de las cosas. No era favorable a lo español el ambiente,
y no era Juan Ugarte, el diplomático encargado de los asuntos españoles en
Lima, ni persona celosa de su deber ni defensora honesta de los españoles a los
que se debía.
Ocurrió que por entonces una escuadra española
realizaba una singladura científica y diplomática por mares australes de
América, al mando de don Luis Hernández Pinzón. Ignoró en un principio el comandante
Hernández Pinzón los sucesos de Talambo, ajenos a la misión que le llevaba por
aguas australes, pero la llegada del diplomático Eusebio Salazar y Mazarredo que, como
comisario especial, lejos de hacer de su profesión un arte, lejos de “tratar la
hostilidad con cortesía”, desatendido en sus exigencias por el gobierno
peruano, indujo a Hernández a tomar las islas guaneras de Chincha, como medio
de presión. No había sido la coacción ni la imposición de un ultimátum al
gobierno peruano el mandato recibido por Salazar, pero el despecho, al verse
recusado como representante español, y la arrogancia de Salazar llevaron la
situación al punto que nadie hubiera deseado. Desautorizado poco después
Salazar y reemplazado Pinzón al mando de la escuadra por el almirante Pareja, las
cosas parecían reconducirse, al menos favorablemente para España, con la firma
del Tratado de Vivanco-Pareja. Pero todo iba a ser una ilusión. Desposeído de
su cargo el presidente peruano Pezet, fue sustituido por el coronel Prado, el
tratado formalizado por el general Vivanco y el almirante Pareja sin efecto y
las hostilidades iniciadas entre España y Chile, primero, y Perú después, con
el apoyo de Ecuador y Bolivia.
El 26 de noviembre de 1865, un error táctico
durante las operaciones de bloqueo de la costa de Chile permitió a las fuerzas
navales chilenas apoderarse de la goleta española Covadonga, un pequeño navío
de tres cañones. El hecho, de consecuencias militares poco relevantes, tuvo
otras personales imprevistas. A bordo del buque insignia, la fragata “Villa de
Madrid”, se escuchó un disparo en la
cabina del comandante. Acudieron alarmados varios oficiales que encontraron al
almirante limpiando sus pistolas y disparando al mar, y vestido con su uniforme
de gala, que dijo se había puesto para airearlo y protegerlo de las polillas.
Varios disparos más se oyeron después, sin que despertaran mayor alarma. Sobre
las 9 de la noche, al ver que el comandante no subía a cubierta, bajó a verlo
el capitán Lobos. Pareja yacía en la cama. Un disparo en la boca había
atravesado su cráneo y salido la bala por el temporal izquierdo. Todavía tenía
la pistola en su mano.
La muerte de Pareja supuso que el mando de la
escuadra española fuera asumido por el brigadier Casto Méndez Nuñez, llegado a
aguas del Pacífico en la fragata Numancia. Tras distintos combates sin claro
vencedor, Méndez Núñez recibe nuevas órdenes que le autorizan a bombardear los
puertos chilenos y peruanos; Méndez Núñez, pues, envía un ultimátum al gobierno
chileno. Debe éste, entre otras exigencias, devolver “La Covadonga” en un plazo
de cuatro días, al término de los cuales sin respuesta satisfactoria avisa el
comandante de la escuadra española, Valparaíso será bombardeada.
Coincide todo ello con la presencia en el puerto
chileno de Valparaíso de varios buques de guerra extranjeros: una flota
norteamericana mandada por el comodoro Rodgers, varios barcos ingleses y alguno
francés, ruso y sueco. Quiere impedir el comodoro Rodgers, que interviene como
mediador, el bombardeo y propone un combate naval entre barcos españoles y
chilenos en alta mar, haciendo él mismo de árbitro. No ve al principio Méndez
Núñez la propuesta con malos ojos, pero sus órdenes no lo autorizan y renuncia
a participar. Valparaíso será bombardeada. Ni las amenazas de lord Denman, al
mando de los buques británicos, ni del comodoro Rodgers, para que el jefe
español desista de la acción surte efecto, antes al contrario, exclamará, en
frase mítica demostrativa del carácter español en los momentos graves que “La Reina, el Gobierno, el país y yo
preferimos más tener honra sin barcos, que barcos sin honra”.
Retirados de puerto todos los buques extranjeros, con órdenes de sus
gobiernos de no intervenir, a las nueve de la mañana del día 31 de marzo de
1866 comienza el bombardeo de una indefensa Valparaíso. Hubo dos muertos
durante el bombardeo, pues la mayor parte de los 80.000 habitantes avisados se
refugió en las colinas. Sí fueron importantes los daños materiales y en
especial el desastre para la flota mercante chilena que quedo diezmada y tardó
años en recuperarse.
Tras el ataque a Valparaíso, Méndez Núñez puso rumbo a Perú, el país en
el que casi tres años antes habían ocurrido los hechos de Talambo, detonante de
lo que ocurriría después. Callao era puerto bien fortificado y defendido. El
intercambio de disparos fue intenso. Muchas las defensas destruidas por los
cañonazos españoles y muchas las averías en los buques de Méndez Núñez, que
incluso resultó herido por un trozo de metralla que rebotó en la barandilla de
la “Numancia” alcanzando el brazo y el costado del almirante y lo obligó a
abandonar el puente.
Terminado el combate, el presidente Prado regresó a Lima como un héroe.
Y de igual modo fue recibido Méndez Núñez, a su llegada a España, tras escala
en las islas Filipinas y doblar el cabo de Buena Esperanza. Todos creyeron
haber ganado, sin comprender, quizás que todos perdieron.