Apenas
habían pasado cinco años desde que María Cristina de Borbón Dos Sicilias, la
reina gobernadora, dejara la regencia española en manos del general Espartero y
tomara el camino de París hacia un exilio muy particular, cuando el general
Juan José Flores, a nueve mil kilómetros de distancia, en un recientemente
constituido Estado de Ecuador, resultado de la disolución de la Gran Colombia,
se veía obligado a lo mismo. Aquélla, aunque por voluntad propia, forzada por
los acontecimientos; éste también por la fuerza de los hechos, pero contra su
voluntad.
Mas
otras cosas tenían en común la reina y el general. Nacieron en distintos
lugares de los que el destino puso bajo su mandato. Ella nació en Palermo, y
fue reina de España; él en Venezuela, y fue presidente del Ecuador. Se
conocieron porque el interés hizo que los presentaran y porque parte de su ser
estaba hecha de la misma pasta: la ambición.
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Ecuador,
en 1830, tras disolverse la Gran Colombia, precisa un presidente, y Juan José
Flores Aramburu, un joven de treinta años, político y militar de meteórica
carrera, compañero del general Sucre, muerto poco antes, está dispuesto para ocupar el cargo. Durante
los primeros años del joven Estado, con alguna alternancia, ocupa su
presidencia; pero en 1845, debido a una nueva Constitución con la que trata de
perpetuar su poder dictatorial, estalla la revolución que da con el general en
el exilio.
El general Juan José Flores |
Pero contrario a lo que el destino le depara, no tarda Flores en planear cómo recuperar el poder, más no desde dentro, sino desde donde él está. Su plan: invadir Ecuador y, para garantizar el éxito de su propósito, ofrecer el país, convertido en monarquía, a Juan Bautista Muñoz y Borbón, sexto hijo, tercero de los varones, que la reina madre, María Cristina, tiene con Agustín Fernando Muñoz, con el que se casó en cuanto murió el rey Fernando VII de España. El ofrecimiento tiene su aquel, pues Juan Bautista cuenta apenas con cinco años de edad y, naturalmente, hasta su mayoría de edad el general se ocupará de la regencia del nuevo reino.
También
trata de convencer de lo conveniente de su proyecto a los gobiernos de Europa. Lo
intenta primero en Inglaterra. Propone Flores la invasión, y argumenta en su
favor la garantía del libre comercio, asunto siempre esencial para Inglaterra,
contra el que dice estar en contra el gobierno ecuatoriano. En Francia Luis Felipe le
agasaja con enormidad, tanto que Flores deja Francia como Gran Oficial de la Legión de Honor. Luego en Roma visita
al Papa, conoce al embajador de España en Nápoles, el duque de Rivas, claro
ejemplo por sus obras literarias de romanticismo decimonónico; y sea por ese
espíritu o por las dotes persuasivas del general, el caso es que don Ángel de
Saavedra, le abre las puertas de España. Con las cartas credenciales del duque
de Rivas, Flores se presenta en Madrid. El primer encuentro con el ministro de
Guerra, el general Laureano Sanz, según voces de la época, no fue todo lo bien
que Flores esperaba, el compromiso de la empresa asusta al ministro; pero con
Istúriz, jefe del Gobierno, y rendido admirador de la reina madre, el asunto
recibe el empujón que Flores desea. Se le presenta a Muñoz, el duque de
Riánsares, y comienzan las reuniones para perfilar la operación y dotarla de
los recursos necesarios. Los costes de
la expedición son considerables, y aunque los recursos de María Cristina
grandes y aporta una gran cantidad, son insuficientes para tan magna empresa.
Se recurre, pues, a la banca y las grandes fortunas del país. María Cristina y
su marido Muñoz, ponen en el proyecto grandes esperanzas. A la entronización de
uno de sus muñones, se suma la posibilidad de realizar grandes negocios en el
futuro. Se habla con el banquero Nazario Carriquiri, con el marqués de
Salamanca, con José Buschental… Éstos le imponen condiciones tan exigentes que aunque
inicialmente son aceptadas de mala gana por el general, son al final causa de
que el plan fracase. Así se desprende de una carta dirigida al conde de
Retamoso, José Antonio Muñoz, cuñado de María Cristina, en la que se queja de
las duras condiciones exigidas y solicita su mediación para suavizarlas. Nada
obtiene el general Flores de esta súplica, y así, los reveses económicos, su
libertino comportamiento personal y la falta de disciplina de las tropas contratadas,
dan al traste con el proyecto, que hasta entonces, sin ser secreto, era discreto, y que pasa a ser de dominio
general. Istúriz, cuyo gobierno, por deseo de María Cristina que, como si de
una segunda reina de España se tratara, o primera, según se mire, pues la joven
Isabel, coronada en 1843, está bajo la constante atención de su madre, ha
intervenido en el proyecto, aunque sin reconocerlo, se desentiende del asunto,
lo cual no impide tener problemas con ciertos gobiernos americanos que acusan
al español de connivencia con Flores. En el propio Senado Istúriz dice: “El
Gobierno es enteramente extraño a la expedición del general Flores”. Son
palabras que nadie cree, para negar lo que todos saben. El gobierno de Istúriz
tenía los días contados.