Es la una y diez de la tarde del
día 18 de septiembre de 1868; desde la fragata Zaragoza resuena la vigésimoprimera
y última salva preludio de nuevos tiempos, anuncio del cambio que muchos esperan. Topete y Prim están ya
en los muelles del puerto gaditano; ni siquiera han esperado a que los
generales desterrados en Canarias lleguen a Cádiz. La revolución está en marcha.
Poco después el telégrafo hace llegar a Lequeitio, donde veranea la reina, la noticia del alzamiento. Allí, Isabel está con parte de su camarilla y, desde luego, con su amante de turno, Carlos Marfori, quien a la larga le será leal, como le pidió Narváez, tío suyo, antes de morir.
Poco después el telégrafo hace llegar a Lequeitio, donde veranea la reina, la noticia del alzamiento. Allí, Isabel está con parte de su camarilla y, desde luego, con su amante de turno, Carlos Marfori, quien a la larga le será leal, como le pidió Narváez, tío suyo, antes de morir.
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Al día siguiente, ya en Cádiz los
generales desterrados, se publica el manifiesto “España con honra”. Lo redacta López
de Ayala y lo firman los generales Serrano, Prim, Dulce, Nouvilas, Primo de
Rivera, Serrano Bedoya, Caballero de Rodas y el almirante Topete. El presidente
González Bravo incapaz de controlar la situación presenta la dimisión y es
sustituido, por deseo de la reina, por un militar, el general Gutiérrez de la Concha , quien nada más
tomar posesión del cargo decide hacer frente a la situación por la fuerza, al
tiempo que pide a la reina su regreso a Madrid, pero sin Marfori, por tener,
dice, el sentir general de la nación
mala opinión de él.
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La reina, muy en su papel de soberana, con el mismo sentido común que le había puesto en situación tan delicada, una vez más, se deja aconsejar. El padre Claret, su confesor, el propio Marfori, ofendidísimo por la petición del presidente, y el resto de consejeros y cortesanos le aconsejan, sin ponerse de acuerdo, sobre qué debe hacerse. También el marqués de Salamanca lo hace, quizás con mayor sensatez que ningún otro. Le plantea con realismo la delicada situación: sólo el príncipe Alfonso podría salvar la dinastía. Abdicar en él serviría para mantener a los Borbones en el trono, quizás.
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La reina, muy en su papel de soberana, con el mismo sentido común que le había puesto en situación tan delicada, una vez más, se deja aconsejar. El padre Claret, su confesor, el propio Marfori, ofendidísimo por la petición del presidente, y el resto de consejeros y cortesanos le aconsejan, sin ponerse de acuerdo, sobre qué debe hacerse. También el marqués de Salamanca lo hace, quizás con mayor sensatez que ningún otro. Le plantea con realismo la delicada situación: sólo el príncipe Alfonso podría salvar la dinastía. Abdicar en él serviría para mantener a los Borbones en el trono, quizás.
Pese a todo, la reina al fin parece decidirse por su vuelta a Madrid; pero cuando se lo comunica al rey Francisco de Asís, éste se opone con rotunda firmeza. Le advierte que con su regreso estarán perdidos, que lo mejor es partir hacia Francia. Isabel se resiste, atiende a quienes aún le dan esperanza de resolver la situación con su vuelta a la Capital.
─Harás que nos maten ─insiste Francisco de Asís─ si te empeñas en volver.
─Paco, me lo pide el gobierno, que cree que aún estamos a tiempo.
─¿A tiempo de qué, Isabel? Sólo hay tiempo para una cosa. Debemos marchar a Francia.
Francisco de Asís de Borbón. Rey consorte de España. Museo Palacio de Cervelló (Valencia) |
Y mientras tanto la revolución avanza imparable: el duque de la Torre , general Serrano, avanza, por tierra, camino de Madrid. El general Prim, por mar, bordea la costa mediterránea, alcanza Cartagena, Valencia y Barcelona, y consolida la revolución en el litoral mediterráneo. Se van formando juntas revolucionarias que poco a poco, y no sin esfuerzo, van afianzando la revolución por el resto de España (1) .
Pero el gobierno no se da por vencido. Desde Madrid se envía un ejército hacia Andalucía al objeto de frenar el avance del general Serrano. Cerca de Córdoba, en Alcolea, las tropas de Serrano, duque de
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Finalmente, Isabel decide dejar
España con su amante Marfori. Aún, José Osorio, duque de Sesto y marqués de
Alcañices, trata de persuadirla. Insiste el duque en que todavía
es posible resolver la situación, que no tiene más que poner rumbo a Madrid,
donde el pueblo la aclamará otorgándole el laurel de la gloria. La reina, tan
inconsistente en su pensamiento como en sus actos, menos dispuesta en atender su interés que en satisfacer su capricho, contesta al fiel Osorio, haciendo gala de su siempre veleidoso carácter, con una de sus más célebres frases: “Mira
Alcañices, la gloria para los niños que mueren y el laurel para la pepitoria”.
El 30 de septiembre la reina sale de España. Camino de Pau primero y después de París, Isabel II nunca volverá a
reinar. Tres días después llega a Madrid el general Serrano, y queda a la
espera de que también lo haga el general Prim. Cuando llega éste el día 7, lo
hace entre apoteósicas muestras de entusiasmo. Al día siguiente España tiene un
Gobierno provisional presidido por Serrano, con Prim y Topete en las carteras
de Guerra y Marina, respectivamente; y el 6 de diciembre se publica para el mes
siguiente, enero de 1869, la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes.
La revolución ha triunfado, y sin
embargo los problemas de España siguen siendo los mismos.
(1) El detalle de uno de estos
episodios locales quedó bien explicado en el Blog “Pinceladas de Historia
Bejarana” en su artículo “Béjar, protagonista de un hecho”