Tras el triunfo de la Revolución, en febrero de
1869 se forman las Cortes Constituyentes. La pugna entre monárquicos y
republicanos es el signo que marca el presente y lo hará en el futuro, pero la
revolución no la han hecho los republicanos y jamás, ni el almirante Topete ni
los generales Serrano y Prim, este último, en realidad, auténtica “alma mater” de aquella aventura,
piensan en una república. Así, la revolución, aunque antiborbónica, tiene
vocación monárquica, pese a la tenaz oposición del republicano Castelar y los
suyos, y a nadie extraña que pronto sea
presentado un proyecto de constitución que consagra la monarquía como sistema
de gobierno, sin perjuicio de su talante liberal, auténticamente liberal.
Una vez aprobada y promulgada el 1 de junio de 1969
la nueva constitución, Serrano es designado regente y Prim asume la presidencia
del Consejo de Ministros. Prim, con Serrano “en jaula de oro”, según palabras de
Castelar, queda con la manos libres.
A partir de entonces la elección de un rey se
convierte en asunto capital, aunque no en el único quebradero de cabeza para
Prim: la supresión de las quintas, cuestión
que Prim había enarbolado como bandera del cambio en los nuevos tiempos no se
lleva cabo. La necesidad obliga. La guerra en Cuba, iniciada casi al mismo
tiempo que la revolución en España, precisa
soldados y Prim, presidente del Gobierno y ministro de Guerra los necesita. Aun
así anuncia la presentación de un proyecto de ley que modifique el sistema de
quintas, reduciendo el tiempo de servicio y suprimiendo la redención por
dinero, que libera de prestar el servicio a los mozos de familias pudientes.
Sin embargo, cuando se discute la Ley, dicha exención, finalmente, no es incluida en ella.
También los carlistas ocupan buena parte de las
preocupaciones del conde de Reus. Las guerrillas del pretendiente don Carlos ayudan,
y mucho, a deteriorar más aún la ya muy precaria paz ciudadana. De la
delicada situación social da cuenta un caso sucedido en Tarragona, ciudad en la
que se convoca una manifestación republicana bajo el lema: “Viva la Republica Federal ”.
La encabeza el general Pierrard, que es medio sordo para su desgracia y
diputado para dicha suya. Durante el transcurso de la misma sale al paso de
la manifestación el secretario del
Gobierno Civil, don Raimundo Reyes, que para hacerse oír por el sordo Pierrard,
se ve obligado a gritar. Interpretadas aquellas voces por algunos exaltados como una discusión, aprovechando la confusión del momento, toman a don Raimundo y le dan muerte. El
escándalo es tan grande que se detiene a Pierrard, al que se quiere hacer
culpable de los hechos. Su condición de diputado le salvará de sufrir tan
engorroso proceso.
Nadie, ni la oposición ni los partidarios del
gobierno ni los carlistas ni otras fuerzas sociales son ajenos al estado de
inseguridad. Si los republicanos se echan al monte formando partidas
guerrilleras, también partidarios del gobierno forman partidas violentas. La
dirigida por un tal Ducazcal recibe el contundente nombre de “Partida de la Porra ”. Felipe Ducazcal es
propietario de una imprenta, se había significado mucho en el pasado editando
octavillas en contra de la reina Isabel. Ahora, bien considerado, recluta
en los barrios de Madrid a los integrantes de la banda, que revienta mítines,
alborota en las manifestaciones y llega a mayores propinando palizas a ciertos periodistas molestos, alguno de los cuales muere a causa de las heridas producidas en los asaltos.
Pese a todo
la búsqueda de un rey es asunto principal y, desde luego, no es problema menor:
“No hay nada más difícil que hacer un rey” dirá Prim en las Cortes un año
después de haberse aprobado la Constitución. Descartados los Borbones por
el jefe del gobierno en su célebre discurso de los tres jamases comienza la
frenética búsqueda de un rey para España.
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El general Prim. Grabado. Museo de Historia de Valencia |
Muchos nombres se pronuncian durante aquellos meses. Se busca en Portugal. Reina allí Luis, hijo de María II y Fernando de Coburgo, el rey consorte, y se piensa que éste, viudo y más o menos libre de compromisos, es una buena opción; pero justificada o no la preocupación de una posible unidad ibérica el propio don Fernando rechaza la propuesta, que si adquiere algún compromiso no es otro que contraer matrimonio con la cantante de ópera Elisa Hendler. El desairado rechazo de don Fernando provoca de nuevo la reacción republicana. Otra vez Castelar habla en las Cortes: “En vez de andar por el mundo buscando un amo, y un amo al cual nosotros tenemos que pagarle, busquemos todos aquí de buena fe, lo que todos debemos buscar: la libertad, la prosperidad de la patria…”
Descartado Coburgo, se mira hacia Italia. La casa
de Saboya está bien vista en España, al menos entre los progresistas. Se ofrece
el trono al joven Tomás Alberto de Saboya, duque de Génova, de catorce años,
sobrino del rey Víctor Manuel. En España parece que tras arduas negociaciones
cuaja la propuesta, más desde Italia llega la renuncia. Al parecer la madre del
pequeño duque recibe noticias sobre la sombría situación española, de lo
difícil que resultará para su hijo, de aceptar semejante envite, salir airoso.
Rechaza, pues, el ofrecimiento. La inmediata consecuencia es una crisis de
gobierno que se salda con la dimisión de los ministros Ruiz Zorrilla y Martos.
Tampoco da frutos la opción de otro
Saboya, el duque de Aosta, de momento.
Los fracasos en el extranjero inducen a buscar
dentro de España a la desesperada. Imposible o casi, el caso es que se piensa
en el anciano Espartero. Retirado en Logroño desde hace años, el duque de la Victoria tiene casi
ochenta años. Se habla con él, sin que nadie lo considere una opción seria, ni
siquiera él mismo, que halagado declina, como todos esperan, la oferta.
Inglaterra, Francia, Alemania, todos tienen su
mirada puesta en España y en la elección de su futuro rey, todos tratan de
obtener influencia o impedir que otros la obtengan en la elección.
El eterno candidato, el duque de Montpensier, el
Orleans casado con Luisa Fernanda, hermana de la reina destronada, preferido
por los unionistas, ha ido ganando apoyos. Serrano, el regente ─en el que
también se llegó a pensar como futuro rey(1)─ es uno de sus valedores. Finalmente
también Montpensier queda descartado. No por la oposición del progresista Prim
ni por la de Napoleón III, sino por la actitud del propio duque que en duelo a
pistola dio cuenta de Enrique de Borbón. Había éste insultado al duque
llamándolo pastelero francés, y aquél ni
corto ni perezoso retó al Borbón. El 12 de marzo de 1870 en un dramático duelo a
pistola, Enrique resulta muerto y don Antonio, debido al escándalo, ve como
todas sus pretensiones a lo que siempre aspiró, ser rey de España, se malogran
para siempre.(2).
Hubo otros candidatos: en el mes de junio, el alemán
Leopoldo de Hohenzollern-Simmaringen declara su disposición a poseer la corona
española. La falta de discreción dará al traste con esta opción. Enterado del
asunto Napoleón III ─y también Eugenia de Montijo, que a estas alturas hace
valer su opinión como ninguna otra─, presiona hasta conseguir la renuncia del
aspirante y una guerra entre Francia y Alemania de la que aquélla saldrá mal
parada. Tan mal, que supondrá el fin del Segundo Imperio.
Por fin, en un nuevo intento, se logra que el duque
de Aosta, Amadeo de Saboya, hijo de Victor Manuel II de Italia, esta vez sí,
aunque con algo de ayuda británica, que veía en el príncipe italiano una
garantía de paz, acepte la corona y que las cortes aprueben su nombramiento,
por mayoría sí, pero sin entusiasmo. Es 14 de noviembre de 1870. España ya tiene rey.
(1) Las dificultades para
encontrar rey y el ofrecimiento del trono al general Espartero pudieron hacer
nacer en el regente, el general Serrano ─o más bien en su esposa─, la aspiración
de ceñir la corona de España. Era doña
Antonia mujer mucho más joven que el general, de gran belleza, ambiciosa y
carácter dominante, que no se privó nunca de terciar en los asuntos de su
esposo.
(2) Años después verá a María de
las Mercedes, sangre suya, casada con Alfonso XII, como reina de España.
Nota: Los detalles del novelesco duelo entre el duque de Montpensier y don Enrique de Borbón fueron relatados en "Le exijo una satisfacción".
Nota: Los detalles del novelesco duelo entre el duque de Montpensier y don Enrique de Borbón fueron relatados en "Le exijo una satisfacción".