Hace dos días que los españoles varones y mayores de 25 años han votado(1). La mayor parte de los concejales electos en España han sido monárquicos, y por ello piensan algunos miembros del gobierno que las elecciones municipales del domingo 12 de abril no son causa para un cambio de régimen. Lo cierto es que el triunfo de los monárquicos ha sido sobre todo en las pequeñas ciudades y núcleos rurales, en algunos de los cuales, de modo legal, según la ley electoral, ni siquiera se han celebrado elecciones por haber un único candidato, monárquico casi siempre.
Pero los republicanos y su gobierno en la sombra, ahora provisional, miembros del Pacto de San Sebastián, a cuya cabeza está don Niceto Alcalá Zamora, jefe de la Derecha Liberal Republicana, vencedores en las grandes ciudades, no son del mismo parecer. Los republicanos han hecho suya la victoria obtenida en casi todas las capitales de provincia. Las votaciones de esa parte de España, adulta, muy adulta, y masculina, a la que se le dejó votar, son, a su juicio, un plebiscito cuyo resultado indica el descontento con el régimen monárquico.
La víspera, el lunes siguiente a las votaciones, conocido su resultado, ha sido frenético para el gobierno de la monarquía. En el Consejo de Ministros celebrado a la cinco de la tarde, cada ministro ha tomado postura sobre lo que debe hacerse, o mejor dicho, sobre lo que debe hacer el Rey. Sólo La Cierva es partidario de resistir, los demás, el conde de Romanones el primero, saben que la monarquía a llegado a su fin. El Rey también lo sabe.
A las once de la mañana del 14 de abril de 1931, en el Palacio Real, de vuelta Alfonso XIII de El Escorial, donde ha estado orando ante la tumba de su madre la reina María Cristina, está recibiendo de nuevo a sus ministros. Se ha entrevistado ya con el ministro de Estado, don Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, y la decisión tomada la víspera se hace firme. El rey encarga a Romanones, que conoce bien a Alcalá Zamora desde hace años, que negocie…, que negocie cómo dejar el trono.
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Palacio Real de Madrid |
Apenas una hora después, pasadas las doce del mediodía, aún está el rey Alfonso recibiendo a algunos de sus ministros, cuando en el número 43 de la calle Serrano se reúnen Alcalá Zamora y el conde de Romanones. Están en el domicilio de don Gregorio Marañón. El doctor, aunque monárquico, ahora las circunstancias y los votos mandan, ha tomado partido por la República. Es amigo del conde y también de don Niceto. Su casa, ha pensado Romanones, es un buen lugar para negociar un cambio de régimen y sobre todo una salida, la del rey. Alcalá Zamora se muestra firme: el rey debe emprender la marcha cuanto antes, desde luego antes de que se ponga el Sol, de lo contrario la seguridad del rey podría verse en peligro. Romanones resiste, pero don Niceto no cede y se mantiene terco: el sol describe su arco, el tiempo se acaba. Repite una y otra vez don Niceto: “Antes de que se ponga el Sol”.
Cuando Romanones sale del domicilio del doctor Marañón, vuelve a Palacio. Casi al mismo tiempo, sobre las tres de la tarde, mientras don Álvaro da cuenta al rey de las novedades de su reunión con Alcalá Zamora, éste llega al domicilio de don Miguel Maura, compañero de partido, que le espera con varios miembros del Gobierno Provisional.
A las tres y media de la tarde, en la plaza de La Cibeles de Madrid, una bandera republicana es izada hasta lo alto de un mástil del Palacio de Comunicaciones. La gente comienza a concentrarse allí, el gentío es cada vez mayor.
Pocos minutos después, grandes riadas humanas se dirigen hacia el corazón madrileño: la Puerta del Sol. Cada vez son más las banderas con su franja inferior morada que se ven en la calle. En la Carrera de San Jerónimo hay un hotel. Su nombre es “Hotel Príncipe de Asturias”, pero una bandera igual a las muchas que por allí ondean esa tarde cubre las palabras “Príncipe de”. Parecería una premonición sino fuera porque está sucediendo lo que todo el mundo sabe que va a pasar.
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Madrid. Puerta del Sol |
Los minutos siguientes, en los que la deriva de los acontecimientos puede cambiar el destino de España y los españoles, son de gran nerviosismo. Son momentos de mucha tensión. Las calles están llenas, los manifestantes ondean las banderas republicanas y gritan vivas a la República y mueras al Rey. Nadie apoya ya al monarca. El general Sanjurjo, al mando de la Guardia Civil, se niega a disolver las manifestaciones que inundan Madrid. En cuanto conoce la renuncia del Rey se pone a las órdenes del nuevo gobierno.
A las seis de la tarde don Miguel Maura, en su domicilio, con los nervios a flor de piel, decide pasar a la acción. Maura es un hombre decidido y está cansado de esperar. Dice que se va a la Puerta del Sol, a Gobernación. Largo Caballero, uno de los ministros que está con él, dice que le acompaña. En el automóvil de don Miguel toman el camino de la Puerta del Sol. Cuando llegan la plaza está poblada por miles de manifestantes. El enorme gentío hace difícil avanzar. Las puertas del ministerio de Gobernación están cerradas. Enseguida se abren, les han visto llegar desde un balcón. A duras penas entran en el ministerio. Maura se ha anunciado como ministro de Gobernación del Gobierno provisional de la República. En el zaguán del ministerio el piquete de la Guardia Civil se cuadra y Maura, imparable, hace suyo el Ministerio.
Don Miguel, ya en sus funciones, descuelga el teléfono una vez tras otra, hasta cincuenta veces repite la operación. Incansable, ha hablado con todos los gobernadores civiles de España. Y lo ha hecho como Ministro de Gobernación de la República. El poder civil le obedece y el militar, consultado la víspera por el rey y el Gobierno, y conocedor por tanto de la situación, permanece inmóvil. España que amaneció monárquica, se acostará republicana.
Lo reconocerán el rey Alfonso XIII al decir, ya en Cartagena, a la que ha llegado, ya en la madrugada del día 15, con el ministro de Marina, don José Rivera y Álvarez Canedo para embarcar en el “Príncipe Alfonso” rumbo a Marsella: “Las elecciones del domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”; y el propio Miguel Maura que escribió: “Nos regalaron el Poder, suavemente, alegremente, cuidadosamente: había nacido la Segunda República Española”.
(1) Así estaba regulado por la Ley Electoral del 1907. La Constitución aprobada por la Republica concedió el sufragio universal para todos los mayores de 23 años de ambos géneros.