De
los muchos pueblos y reyes que habitan y gobiernan en el Asia Menor los
Heráclidas gobiernan Lidia desde hace veintidós generaciones. Ahora, a finales
del siglo VII a. C., en su capital,
Sardes, es Candaules el tirano que la rige.
Candaules
está casado y muy enamorado de su esposa. La considera la mujer más bella de
cuantas existen. Tiene además Candaules un valido de nombre Giges, que atiende
cuantos asuntos de importancia le confía el rey y cómo no, escucha los elogios
que sobre la belleza de la reina le hace; pero Giges, discreto, guarda siempre
silencio, escucha y calla. Cierto día Candaules, creyendo que el silencio de
Giges supone una duda sobre la incuestionable belleza de la reina, le propone verla
desnuda y convencerse así, no por lo oído sino por sus ojos, de aquello de lo
que el rey está tan seguro.
─Mi
señor ─contesta Giges─, no creo sea conforme a la ley ver desnuda a mi señora,
tu esposa. Estamos de acuerdo en que cada uno debe conformarse con mirar lo
suyo; sin su ropa, ante otro que no sea su esposo, la mujer pierde el decoro.
No me pidas, porque no hace falta, que contemple desnuda a tu esposa, pues sé
que es la más hermosa de las mujeres.
─No
temas, mi buen Giges, pues no te estoy poniendo a prueba ─le contestó
Candaules─; y nada temas tampoco de la reina, pues no sabrá nada del asunto y
nada habrá de reprocharte. Yo te esconderé en mi alcoba, cerca de la puerta, verás
cómo se desnuda, se acerca al lecho y ya en él, entretenida, podrás salir sin
ser visto.
A
regañadientes, pero sin más remedio que hacer lo que su rey le pide, Giges se esconde en la alcoba real, junto a
la puerta, donde el rey le indica. Desde allí ve cómo la reina se despoja de
sus ropas, camina desnuda hasta el lecho y se introduce en él; pero al
escabullirse y cruzar la puerta la reina lo descubre; pero calla.
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Odalisca. Joaquín Sorolla. Museo de Bellas Artes de Valencia |
Pasada
aquella noche la reina hace llamar a Giges y le habla así:
─Sabes
que es gran ofensa entre nosotros lo sucedido. Tú me has visto desnuda, y ha
sido por culpa de mi marido. Así que tendrás que seguir uno de estos dos
caminos: matar al rey, tomarme a mí por esposa y ser el nuevo rey, o morir tú
mismo, pues no puedes seguir viviendo después de haberme visto desnuda, salvo
como rey y esposo mío.
Giges
se disculpa por lo sucedido, trata de convencer a la reina de que olvide el
asunto, pero ésta inflexible, se mantiene firme en sus exigencias y amenazas.
No tiene el privado de Candaules más opción que someterse y puesto que no desea
morir, será Candaules quien pierda la vida asesinado, y en el mismo tálamo
real. Así lo dispone la reina, que le entrega una daga con la que consumar el
crimen y así se dispone a ejecutarlo Giges.
Escondido
en el mismo lugar en el que ya estuvo, espera que Candaules duerma y es
entonces cuando acercándose le apuñala. Por su estupidez Candaules ha perdido a
su esposa, su reino y la vida, pero no el amor de su pueblo que no ve con
buenos ojos cómo el antiguo privado se encumbra en el lecho de la reina y en el
trono de los lidios, que alzados en armas están dispuestos a enfrentarse a
Giges y sus seguidores.
Para tratar de resolver el
pleito sin violencia, los partidarios de Giges y sus contrarios acuerdan
someter el litigio al oráculo de Delfos. Convienen que si el oráculo da la
razón a los heráclidas Giges les restituirá el gobierno sobre el reino, más si
lo confirma a él, aquellos se allanarán. Y así sucedió. Cuando el oráculo habló
confirmó a Giges como rey de los lidios, llegando a paz a aquel pueblo,
comenzando el gobierno de una nueva dinastía, los Mérmnadas.